Cavalleria Rusticana (1890) y Pagliacci (1892) ponen término a una Temporada 2015 del Teatro Municipal de Santiago rica en estrenos y en estilos, pasando desde el bel canto de Rossini hasta el neoclasicismo del siglo XX de Stravinsky, sin olvidar algunos de los títulos preferidos del público, como los dos de este comentario.
Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni (1863–1945) y Pagliacci de Ruggero Leoncavallo (1857–1919) son óperas hermanas. No solo porque a menudo se representan en conjunto, como en este caso, por sus duraciones semejantes o estrenos cercanos en el tiempo, sino también por su estilo y temáticas similares.
Mascagni vio en ésta su primera ópera, ganadora de un concurso que permitió su estreno. Leoncavallo, por su parte, fue influido por el grandioso éxito de Cavalleria desde el primer momento, para componer un drama como Pagliacci.
Los argumentos de ambas obras son sencillos. En Cavalleria Rusticana, Turiddu, enamorado de Lola, regresa del ejército y encuentra a su amada casada con Alfio, por lo que despechado comienza un romance con Santuzza, para convertirse en el amante de Lola ante el nuevo y celoso coqueteo de ésta. En Pagliacci, Nedda engaña a su marido Canio con Silvio. Tonio, enamorado y rechazado por Nedda, cuenta a Canio del romance. Ambas obras finalizan con muertes: Alfio ultima a Turiddu y Canio mata en medio de una obra a Nedda y Silvio. Estas ideas generales se ven complementadas con gran participación del coro, en conjuntos que aportan mayor riqueza musical que al desarrollo del drama propiamente tal.
Infidelidad, celos y venganza estructuran este programa doble. Sentimientos que se dan en campesinos y en un grupo de actores, es decir, en gente corriente. Bien se dice de Cavalleria Rusticana que es la primera obra verista, desde que trata emociones y pasiones reales —hasta brutales— dejando a un lado la tradición romántica de ideales, reyes y caballeros. Pagliacci continúa con la misma idea, de hecho, Leoncavallo quería un drama violento y plebeyo. Por ello, son obras hermanas.
Konstantin Chudovsky estuvo a la cabeza de la Orquesta Filarmónica en el estreno internacional del último programa del año. Tanto Cavalleria como Pagliacci tienen en la orquesta a un elemento principal, ya sea por las partes instrumentales, por el gran uso del leitmotiv, por la relevancia que tiene en compañía de los solistas o el coro o porque cada instrumento parece tener a lo menos un instante de brillo individual. Fueron espléndidos la agrupación y su director, como se ha demostrado a lo largo de toda la temporada. El volumen se mantuvo alto, algo necesario en ambas obras por lo bella y protagónica de la partitura.
El Coro del Teatro Municipal, como siempre, brillante en su desempeño y con una notable presencia en dos obras donde es un verdadero personaje principal más.
Hacer más que unos simples reparos a los solistas de ambas óperas sería injusto, porque no solo fueron tremendos intérpretes sino también grandes elecciones para los roles. La soprano rumana Cellia Costea como Santuzza en Cavalleria cantó con una voz oscura y profunda, ideal para el personaje y unos agudos impecables, su actuación llena de angustia fue estupenda; el tenor ruso Khachatur Badalyan fue un buen Turiddu con una bella voz, que a momentos el resto del elenco dificultaba escuchar; el barítono ruso Roman Burdenko fue Alfio en Cavalleria y Tonio en Pagliacci y en ambas fue espectacular, uno de los más aplaudidos, gran actor y con carisma en el escenario. El argentino Gustavo Porta interpretó a un excelente Canio en Pagliacci y su «vesti la giubba» fue muy emocionante; la soprano chilena Paulina González demostró una vez más por qué, siendo tan joven, es una de las mejores y más promisorias cantantes nacionales, dueña de una gran, bella y rica voz, en la que solamente los graves pierden parte de su volumen habitual, y el barítono ruso Alexey Lavrov interpretó a Silvio en Pagliacci, con una bella voz y mostrando un gran compromiso en los dúos con Nedda. Completaron el reparto de Cavalleria las chilenas Gloria Rojas y Claudia Lepe, ambas muy buenas cantantes y actrices, y de Pagliacci, el español Mikeldi Atxalandabaso y los chilenos Jorge Cumsille y Gustavo Morales.
El español Fabio Sparvoli estuvo a cargo de la dirección de escena, que en ambas obras fue sencilla y dio mayor relevancia a la actuación y al uso del escenario por los cantantes, por sobre la escenografía. En Cavalleria Rusticana grandes paredes de piedra con una cruz ocupaban gran parte del espacio. La actuación del coro en partes instrumentales resultó algo monótona y cansadora, pero la escena de la procesión fue conmovedoramente bella. En Pagliacci, algunos edificios a medio construir y la caravana de los actores fueron el espacio de la historia. En ambas, la iluminación de Ramón López fue un gran complemento, enfatizando la emoción propia de los argumentos y dando belleza a cada locación. Manteniendo la tendencia de la temporada 2015, la ambientación fue en el siglo XIX con vestuario cercano a los años ‘40, que funcionó correctamente, con buena elección de colores, siendo armónicos y sin parecer uniformes, dando gran credibilidad a ambas obras. Solamente el vestuario de los payasos fue realmente feo, en especial el de Nedda, pero es algo difícil de evitar.
En un arte que se nutre de emociones poderosas y hasta exageradas como la ópera, la infidelidad y los celos son temas recurrentes (incluso en esta temporada, en diversas perspectivas, abundan), pero la crudeza y realidad con que se representan en Cavalleria y Pagliacci no son fáciles de encontrar, ya que sin importar la belleza de la música y de la interpretación, muy lograda en esta oportunidad, los textos mismos (especialmente entre Santuzza y Turiddu, y Canio al final de Pagliacci) carecen de idealización y provienen directamente de seres de carne y hueso, consiguiendo el objetivo del verismo y convirtiendo a estas obras en las más importantes exponentes del estilo.El Guillatún
«La commedia è finita!»