Rossini equivale a lujo vocal y diversión. El Turco en Italia es la cuarta ópera de la Temporada 2015 del Municipal de Santiago y, en su debut, el Teatro estuvo por venirse abajo. No es para menos si pensamos en el nivel de la producción y el elenco internacional.
Gioachino Rossini (1792-1868) estrenó El Turco en Italia en 1814 con libreto de Felice Romani. El argumento es prácticamente imposible de resumir en unas pocas líneas, salvo que se diga que es un enredo (amoroso) monumental. Son siete personajes los que desarrollan la acción: Fiorilla, casada con don Geronio; el príncipe turco, Selim, que llega a Italia e intenta conquistar a Fiorilla; Zaida, turca residente en Italia y ex amante de Selim; don Narciso, amigo (¿?) de don Geronio y amante de Fiorilla; Albazar, sirviente y amigo de Zaida, y por último, pero no menos importante, Prosdocimo, un poeta en búsqueda del argumento de su nueva obra que induce parte de los acontecimientos de este tremendo embrollo y que interactúa con el público guiándolo en la historia.
La música tiene las características del compositor y de la época, esto es, números claramente marcados, una rapidez que hace imposible distraerse o aburrirse, crescendos constantes y agilidades y lucimientos vocales casi inagotables. Se ha dicho de Rossini, y en particular de esta obra, que la similitud con otras es demasiado notoria. Sea así o no, es innegable que con el bel canto y humor de Rossini se disfruta: finalmente, de eso se trata. El autor, además, de forma magistral combina una partitura en su generalidad humorística con pasajes más serios e incluso oscuros, sea porque uno de los personajes finge estar ofendido (parte de la farsa y del humor) o debido a que efectivamente todos sus planes han fracasado, como ocurre con Fiorilla.
La dirección musical estuvo a cargo de José Miguel Pérez-Sierra, quien, con una enorme experiencia en el repertorio belcantista, condujo a la perfección a la Orquesta Filarmónica de Santiago, manteniendo un alto volumen, pero logrando todos los matices necesarios entre los distintos instrumentos del conjunto y también cuando el desarrollo de la obra lo requería.
El Coro del Teatro Municipal de Santiago nuevamente mostró su gran calidad y, como se ha comentado respecto del resto de las producciones de este año, el compromiso con la actuación de sus miembros es notable.
Rossini es generoso con los solistas e incluso los personajes secundarios tienen momentos de lucimiento, además, nuestro elenco internacional tiene considerable especialización en el repertorio belcantista. La estrella de la noche fue por lejos Alessandro Corbelli como don Geronio. Oírlo cantar y verlo actuar justifica sobradamente por qué es uno de los mejores barítonos rossinianos y fue, por lo mismo, quien más aplausos se llevó. Pietro Spagnoli como Selim, el turco, lo siguió de cerca en el reconocimiento y estuvo impecable en su desempeño. Ambos tienen todas las coloraturas necesarias de barítonos bufos. En principio cuesta imaginar a Keri Alkema (que cantó Madama Butterfly en junio en nuestro país) como una soprano rossiniana. Cumplió bien en el ejercicio y cuenta con bellos pianissimo. Aunque pudo enfrentar los constantes sube y baja de la partitura, su voz es algo oscura para el papel de Fiorilla y en los conjuntos sus agudos tendían a perderse entre las demás voces. Completaron el reparto Zheng Zhong Zhou como el poeta, Luciano Botelho como don Narciso, Daniela Ezquerra como Zaida y Francisco Huerta como Albazar. Todos ellos, por separado y en los conjuntos fueron muy buenos en volumen, agilidad, agudos y excelentes actores.
La puesta en escena de Emilio Sagi trasladó la acción del siglo XIX a los años ’60 y es tal vez una de las mejores producciones del último tiempo en el Teatro Municipal, al igual que Los Puritanos del 2014, dirigida por el mismo Sagi. La escenografía recreó dos calles italianas unidas mediante un gran arco de medio punto entre dos edificios, en uno de los cuales, un bonito café fue el lugar en que se desarrolló gran parte de la historia. Los colores tierra de la escenografía contrastaban con los tonos vivos y brillantes del vestuario de gitanos y otros ciudadanos. Fue interesante el uso constante del espacio por miembros del coro o extras que viajaban en tranvía, bicicleta o moto, que aparecían por los balcones de los departamentos o entraban al café o una verdulería al otro lado del escenario. Cabe destacar que tanto al comienzo como al final de la obra apareció un cuadro con la imagen de Rossini en el escenario y el espectáculo continuó durante los saludos, pues se fotografió a todos los artistas junto a un gran corazón de globos. En fin, se trató de una producción que no utilizó proyecciones ni tampoco recurrió a extravagancias, sino que aprovechó la recreación de una ciudad para hacer una representación dinámica y creíble.
Para finalizar, se dice que El Turco en Italia, no obstante ser derechamente una ópera bufa, contiene un elemento moral y serio importante en el tratamiento que se da a las infidelidades y al contraste de culturas (en el concepto de matrimonio y el poder del marido sobre la mujer). Todos los personajes se perdonan, pero antes de ello, se hace creer a Fiorilla que quedará sola por engañar a su marido con Narciso y luego con Selim. De cualquier forma, el argumento de El Turco en Italia es tan artificioso —aunque no por ello menos gracioso ni efectivo para una ópera— que si no es sutilmente, es complejo extraer un mensaje o enseñanza. Una forma interesante de lograrlo, que se aviene más con esta producción moderna del Municipal y para dejar fuera cualquier impresión machista, es pensar que no solo en las relaciones de pareja se requiere el acuerdo de dos o más personas, en el sentido de que sin perjuicio de que actualmente nuestras libertades sean cada vez más, si las ejercemos de una forma individualista o egoísta, pueden ser injustas como ocurre en esta ópera, con la salvedad de que el resultado —las más de las veces— no será divertido, sino todo lo contrario.El Guillatún