El Teatro Municipal de Las Condes apostó por tercer año consecutivo a montar una ópera de la mano de Miryam Singer y de Eduardo Browne, optando nuevamente por Puccini (al igual que con Madama Butterfly el año 2014) luego de una incursión por Così fan tutte de Mozart. Siempre es un placer que la ópera se pueda ver y escuchar en diversos escenarios y afortunadamente este Teatro, en una variada temporada anual, parece estabilizarse con un montaje cada año, junto con el Centro GAM y, esperamos, también el Teatro CorpArtes.
Gianni Schicchi fue la última ópera de Giacomo Puccini (1858–1924) que alcanzó a ser estrenada en vida de su autor, pues Turandot quedó inconclusa, estrenando recién en 1926 en La Scala de Milán; y, me atrevo a decir, es la única comedia de Puccini. Si bien algunas otras no tienen finales trágicos —por los que es mundialmente famoso—, a lo menos, pueden considerarse dramas.
Gianni Schicchi es la tercera ópera de un acto que compone «El Tríptico», junto con El Tabarro y Sor Angélica, siendo, con justicia o no, la que mayor popularidad tiene del trío, en particular por la famosa aria de Lauretta, prácticamente al centro de su duración.
El libreto de Giovacchino Forzano, inspirado en un breve pasaje de La Divina Comedia de Dante Alighieri referido al círculo del infierno en que se encuentran los suplantadores de identidad, cuenta la historia de un séquito de parientes que derraman lágrimas de cocodrilo ante la muerte del adinerado Buoso Donati, mientras afilan uñas y dientes a la espera de la cuantiosa herencia que ansían recibir. Sin embargo, pronto comienzan las sorpresas: Donati dejó todos sus bienes a la Iglesia. Rinuccio, sobrino de Buoso y único realmente afectado por la muerte del anciano, propone pedir ayuda a Gianni Schicchi, un astuto campesino de cuya hija, Lauretta, está enamorado. Schicchi, luego de los ruegos de su hija («O mio babbino caro») acepta colaborar y se hace pasar por el muerto, para otorgar un nuevo testamento por medio del que lega numerosos bienes a sus parientes y los más valiosos a Gianni Schicchi (él mismo), para impacto y horror de todos. Luego del escándalo de los parientes, Lauretta y Rinuccio pueden casarse y Gianni Schicchi dialoga brevemente con el público, indicando que por los hechos narrados dio a parar en el infierno y solicitando una atenuante a cambio de las risas y el humor entregados.
Eduardo Browne dirigió a una pequeña orquesta de veinticinco músicos, que interpretó una versión reducida de la orquestación completa de la obra. El sonido fue adecuado para el Teatro Municipal de Las Condes y las bellas melodías de Puccini se oyeron con claridad, logrando distinguirse por el tamaño de la agrupación prácticamente cada uno de los instrumentos. Solamente podría repararse el volumen de la orquesta que, a momentos, tendió a sobreponerse a los solistas.
El elenco de Gianni Schicchi es uno de los que más solistas requiere: son en total quince, aunque en parte importante de la obra se asemejan a un coro. Todos los cantantes han tenido mayor o menor participación en diversas producciones nacionales o del extranjero. Los personajes de Schicchi, Rinuccio y Lauretta tienen una partitura más extensa y fueron representados, en el segundo elenco, por Javier Weibel, Pedro Espinoza y Carla Paz Andrade, respectivamente. Tanto los solistas principales como el resto del reparto estuvieron correctos en su desempeño con muy buenos volúmenes de voz, salvo en pequeños momentos en que la orquesta los opacó.
Las producciones de Miryam Singer han destacado en los últimos años por el uso de proyecciones y, en muchas ocasiones, por la sencillez. Esta vez, se optó por desarrollar la historia en una lujosa pero decadente habitación en la que podían observarse famosas pinturas de arte clásico, esculturas y ricos muebles, junto a paredes agrietadas y descascaradas, con mucha fidelidad al texto.
Tratándose de una ópera bufa, hacer un buen trabajo del humor es fundamental, especialmente si la obra es una burla a clásicos problemas familiares por bienes o herencias.
La actuación fue, en general, muy buena, especialmente en la parte femenina del elenco. El espacio fue bien utilizado y contribuyó con una trama que no es especialmente ágil en su avance. No obstante, fue desafortunado el comienzo de la obra con un ingreso gradual y silencioso de los personajes al escenario. Si bien ello permitió presentarlos con claridad, fue muy extenso e innecesario.
La caracterización de los personajes, en parte, tendió a estereotiparlos: la tía cubierta de piel y mal genio, la prima que de pies a cabeza es una exageración y mal gusto, el marido rockero, entre otros. Todos los parientes, salvo Rinuccio, fueron maquillados con rostros blancos y detalles en negros y grises, dando cuenta de su codicia y de la falsedad de su tristeza. El vestuario fue correcto y algunos peinados en exceso irreales. El programa de sala hace mención de dichos parientes como una «grotesca caterva de aristócratas venidos a menos, cuyo objetivo en la vida es conservar a todo costo los privilegios y prebendas de su clase moribunda». La producción consiguió a la perfección el fin de retratar a dichos personajes y logró, ambientando en el día de hoy la obra, darle al argumento una actualidad que parece no cambiar desde la Baja Edad Media (fines del siglo XIII, según el libreto) hasta el año 2015 (y quizá nunca). Sin embargo, el texto de Forzano es sumamente claro en ello y la actuación pudo ser la vía más rica y efectiva para dar en el clavo a la hora de ilustrar la avidez por el dinero. Por ello es que el maquillaje utilizado en esta producción resultó ser exagerado, exacerbando los estereotipos y haciendo que, por contraste, Rinuccio, en su amor y dolor, y también Lauretta, se volvieran cursis.
El público recibió con calidez, aplausos y buenos comentarios esta nueva producción del Municipal de Las Condes. Disfrutó y rió, por lo que Schicchi, ganó su atenuante: «Viva la gente nova e Gianni Schicchi!»El Guillatún