El Teatro Nescafé de las Artes comenzó a despedir este primer fin de semana de abril la temporada 2015-2016 de transmisiones Live in HD desde el Metropolitan Opera House de Nueva York, con Madama Butterfly (1904) de Giacomo Puccini (1858–1924). Con esta exhibición, el público santiaguino pudo disfrutar por tercer año consecutivo de esta famosa ópera: el 2014 en el Teatro Municipal de Las Condes, el año 2015 en el Municipal de Santiago y, este 2016, en la función que comento.
No voy a regresar a aspectos de los que ya escribí en julio pasado de Madama Butterfly (que, por lo demás, mantengo y he acentuado), para centrarme en esta función en particular.
La dirección musical estuvo a cargo de Karel Mark Chichon, quien mantuvo la continuidad de la obra a la perfección. En algunos momentos, sin embargo, pareció acelerar el tempo en exceso —sobre todo para la protagonista—, pero sin causar mayores sobresaltos. El sonido fue impecable y los elementos orientales de la composición destacaron especialmente.
Correspondió dar vida a la desdichada Cio-Cio San a Kristine Opolais y al Pinkerton a Roberto Alagna (misma dupla protagónica de Manon Lescaut en marzo de este año). Fue Suzuki, Maria Zifchak y Sharpless, Dwayne Croft (que vimos como uno de los ministros en Turandot). Voy a comenzar al revés. Croft y Zifchak fueron grandiosos en sus personajes. Ambos actuaron muy bien e hicieron que sus personajes fueran creíbles. Zifchak en particular representó una Suzuki maternal, realista y que seguía con afecto y dolor los sentimientos de Butterfly. Alagna, al igual que como Des Grieux en Manon Lescaut, llevó a cabo una actuación muy basada en lugares comunes y que gran parte del tiempo parecía cursi y algo molesta, sin embargo, retrató muy bien al superficial, desinteresado y cobarde Pinkerton. Su desempeño vocal fue mejor que en marzo, pero metálico en los agudos. Finalmente, Kristine Opolais fue simplemente fenomenal. Solamente podría decirse que en el primer acto faltó inocencia que se reemplazó (deliberada, o accidentalmente) por algo de coquetería y frialdad, y que en algunas ocasiones la respiración se hacía en momentos inadecuados, pero fuera de ello, su Cio-Cio San fue soberbia. En lo vocal, no hubo errores, voz fue tanto bella como intensa y su actuación en el segundo y tercer acto, conmovedora. La gran estrella de la tarde.
Esta producción es del cineasta Anthony Minghella y fue estrenada en el Met el 2006. Se trata de una puesta en escena moderna, pero muy armónica y sin innovar al punto de deformar el argumento; tal vez fue la sensibilidad alcanzada gracias a elementos sencillos y casi minimalistas lo que logró prácticamente una correspondencia exacta con la sensibilidad de la partitura. El escenario fue casi en su totalidad negro y, al final de éste, una rampa descendía hasta él hecha de un material que permitía reflejarse a los artistas que bajaban o subían por ella y que estuvo iluminado gran parte de la función con diversos colores, a veces en diferentes tonalidades, generando la impresión de grandes escalones. Parte del cielo también permitía reflejarse a los cantantes. Había algunos muebles sobre el escenario y la única arquitectura utilizada fueron unos paneles móviles que imitaban la vivienda tradicional japonesa, que se trasladaban por el escenario y permitían desaparecer a los personajes.
El vestuario fue, en general, clásico. Gran parte de los personajes tuvo vestimenta tradicional japonesa y los personajes norteamericanos, ropa occidental de época. Destacó en ello que en todo momento la protagonista se vio hermosa, tanto en vestuario, como peinado y maquillaje. El peinado de gran parte de los personajes japoneses estuvo hecho de materiales distintos a cabello, lo que también resultó muy llamativo.
La iluminación fue uno de los puntos mejor logrados de la producción, ya que a lo largo de toda la función fueron realmente un reflejo y proyección de las emociones, esperanzas y dolores de Cio-Cio San. Además, fue junto al vestuario lo que dio colores a la producción. Ambos elementos fueron tan bien utilizados que no pareció en ningún momento una producción opaca, sino que, por el contrario, los colores que primero vienen a la memoria son el rojo y el rosado.
Pero sin duda lo más novedoso y bello de esta producción fue la utilización de marionetas para los personajes mudos. En el primer acto fueron los sirvientes que acompañan a Suzuki al presentarse ante Pinkerton y desde el segundo, el hijo de él y Butterfly quien fue representado por un títere de madera articulado, manipulado por tres artistas expertos, a la vista y vestidos completamente de negro, camuflándose en el escenario. La expertise de quienes manejaban al muñeco que representaba al hijo de los protagonistas era tal, que producía una ternura y una emotividad indecibles. También parte de la iluminación y unas grullas que adornaron esta producción fueron ejecutadas por estos artistas vestidos de negro.
Se puede ver y escuchar Madama Butterfly una y mil veces y siempre va a emocionar hasta las lágrimas. El leitmotiv más importante de la obra que comienza con la aparición de Cio-Cio San es como creo que sonaría el amor si es que tuviera una melodía, y es paradójico que una composición tan maravillosa sea la manifestación del amor en una historia de (des)amor tan desgarradora como ésta, quizá sea justamente ese el componente que hace a generación tras generación enamorarse de Butterfly y deleitarse y emocionarse con su historia.El Guillatún