El segundo título del año presentado en el Teatro Nescafé de las Artes en transmisión Live HD desde el MET de Nueva York, fue Otello de Giuseppe Verdi (1813–1901), su penúltima ópera, estrenada en febrero de 1887 cuando habían pasado casi dieciséis años de su Aída (1871), interrumpiendo su retiro de la composición para finalizar su carrera con Falstaff (1893).
Otello fue la segunda obra de Verdi basada en textos de William Shakespeare. La primera fue Macbeth (1847, con revisión de 1865) y, la tercera, Falstaff. Tanto en Otello como en Falstaff el libreto estuvo a cargo de Arrigo Boito (quien, además, fue autor del libreto de La Gioconda de Amilcare Ponchielli y compositor, siendo su obra más reconocida, Mefistófele) con el que se logró una colaboración realmente magistral.
El argumento es conocido en lo central: Otello, gobernador de Chipre, dominado por los celos y la violencia, mata a su cónyuge, Desdémona. Ahora, si bien ellos son los protagonistas, el desarrollo de los acontecimientos lo guía en absoluto el perverso Iago (o Yago), que, codicioso y envidiando el favor que Otello tiene por su capitán, Cassio, maquina un plan que hace creer a Otello que su mujer es amante de Cassio: éste, aconsejado por Iago, pide a Desdémona que lo ayude a recuperar el favor de Otello (tras perderlo por otra maquinación de Iago); un pañuelo de Desdémona aparece luego de un robo en poder de Cassio, en fin, una serie de manipulaciones y pruebas que hacen a Otello perder la razón y asfixiar a su mujer, suicidándose luego de que Emilia, la confidente de Desdémona, ayude a desentramar el plan de Iago.
La música compuesta por Verdi para Otello es alabada como una obra maestra. Demuestra una madurez sorprendente, continuando con sus anteriores obras, Don Carlo y Aída, en una partitura de una gran unidad, sin «números» ni interrupciones importantes en cada uno de los cuatro actos de la obra.
La producción a cargo de Barlett Sher consistió básicamente en el escenario en la oscuridad, además de un palacio de cristal de paredes móviles. La luz fue, en general, muy tenue y, salvo en el tercer acto, el vestuario (cercano, en parte, al siglo XIX) tendió en su mayoría al negro y a los grises. El recurso del palacio de cristal fue excelente, especialmente por la agilidad que permitía en el cambio de locaciones (quienes hayan disfrutado de El Barbero de Sevilla en el Teatro Municipal de Santiago, los años 2008 y 2013, pudieron ver una utilización semejante en la casa transparente). No obstante, la oscuridad general de todos los elementos, si bien daban sobriedad y cierto minimalismo a una obra compleja y densa, resultaron exagerados y monótonos, lo que posiblemente se acentuó por la transmisión.
La dirección musical del joven conductor canadiense Yannick Nézet-Séguin ha sido aclamada internacionalmente y promete ser una de las mejores de la actualidad y de su generación. Lamentablemente y también por tratarse de una transmisión, tanto la orquesta como los solistas se oyen en un volumen ideal, distinto a lo que ocurre en una función a la que se asiste en vivo.
Los personajes principales fueron interpretados por Aleksandrs Antonenko (Otello), Sonya Yoncheva (Desdémona) y Zeljko Lucic (Iago), manteniendo la importante presencia de cantantes de Europa del Este en el MET (Letonia, Bulgaria y Serbia, respectivamente). Antonenko es aplaudido como uno de los mejores Otello de hoy, lugar que le es merecido considerando sus graves profundos y una intensa actuación; sus agudos son buenos, pero a veces algo metálicos y con un vibrato excesivo. La joven Yoncheva ha cantado desde el barroco hasta Puccini, aunque es claro que tenderá a los roles pesados de soprano lírica. Su voz es brillante y recorrió la partitura de su rol con dulzura y naturalidad desde las partes oscuras hasta las más brillantes. Lucic encarnó a Iago con toda la maldad necesaria y se demostró en un dominio completo del papel con una voz que resulta poco usual a lo que acostumbran los barítonos con grandes vibratos.
Como ya fue dicho, que la función sea transmitida uniforma el volumen de la música, pero si esto puede considerarse un defecto, la gran virtud que lo compensa es la exigencia de que tanto solistas como el coro actúen permanentemente y lo hagan bien. Destacó en ello Lucic, que se apoderó de su rol durante toda la representación, lo que la cámara captó a la perfección, especialmente en su mirada vigilante de sus confabulaciones; Antonenko pudo imprimirle, del mismo modo, la violencia y falta de cordura necesarias al protagonista y, por último, Yoncheva tuvo tanta dulzura y fragilidad, como fortaleza en su personaje. El resto del elenco fue impecable en canto y actuación.
Otello se asocia, en general, a los celos y a la violencia de género. Ello es correcto, porque la gran víctima es la inocente Desdémona. Por otro lado, si bien el protagonista es un victimario, también es blanco de las maquinaciones de Iago, que es, probablemente, uno de los más grandes villanos del género. Entonces, se trata de parte de un grupo mayor de males sociales, como la ambición y la envidia que, lamentablemente, toman la violencia contra la mujer como un «buen pretexto» para desencadenar el vil plan de Iago. Tanto en la época isabelina de Shakespeare y en el siglo XV de la ambientación original, como en el siglo XIX o el día de hoy, la codicia, la ambición y la violencia aparecen como flagelos difíciles de derrotar. Otello cede ante la violencia y elimina a su mujer en una sociedad machista, pero condenado por todos. Afortunadamente hoy estas conductas se reprochan transversalmente y no cuentan con eximentes de responsabilidad en los ordenamientos jurídicos contemporáneos (en Chile, hasta 1953).
Verdi hace pensar con su Otello. La obra es un drama musical en el mayor sentido de la expresión y posiblemente el final de ésta, tranquilo y melancólico, sea lo que más permita reflexionar: en lugar de finalizar monumentalmente, se hunde en lo íntimo. Muerte, arrepentimiento y más muerte cierran a esta magnífica ópera: ¿es nada la muerte, como canta Iago? No, la muerte es tragedia y costo de la injusticia.El Guillatún