Muchos deben estar aburridos de tanto que se habla del 11, del 11, del 11. Muchos lo deben sentir como la cantinela gagá de un abuelito que repite su trauma buscando el último secreto detrás del secreto. Otros tal vez como el ejercicio médico legal de quien hurga en los recovecos de sus propios intestinos buscando un destino. Al menos un tío decía que Chile no se ha parado del diván y sigue recordando y recordando, en ese afán paranoico del traumado que busca reconstruir hasta el más mínimo detalle de su tragedia para intentar una explicación, en la esperanza falsa de que al reconstruir el rompecabezas del laberinto conseguirá encontrar la puerta de salida, pero no hay salida, cada pieza del rompecabezas puede ser dividida en otras dos y el ejercicio no tiene punto final. Hay que bancarse a los tatas recordando una y otra vez dónde estaban cuando fue el terremoto del 2010, y el del ’86, y el del ’71, y el del ’60… porque los terremotos son puntos fijos en el tiempo donde regresamos una y otra vez como anclas relevantes, como flashbacks, no sabemos muy bien por qué, para preguntarnos qué habríamos hecho si no manejábamos curados ese día en que atropellamos a alguien, qué habría pasado si hubiera esperado un poco más, si hubiera tomado la pastilla roja y si no hubiera comprado a ese droide azul a los jawas. Una película que nos pasamos una y otra vez intentando resolverla de otra manera como si eso exorcizara los demonios que nos bombardearon la casa. Hay que entender que no se puede dar vuelta la página, o al menos que no queremos dar vuelta la página hasta haber leído el libro completo, porque no se puede sólo mirar hacia el futuro, porque el que pide eso seguro que tiene algo que esconder en el pasado, porque el olvido es una enfermedad que tiene nombre. No hay nada más cruel que pedir olvido incluso en función de un mejor futuro. La gente necesita armar su rompecabezas aunque no lo lleve a ningún lado, rompecabezas hecho de huesitos encontrados por acá y por allá, necesita saber el nombre detrás del tarjado con plumón, necesita reconstruir los últimos momentos del accidente, del asesinato, de esa situación que le quebró la vida. Nadie puede negarles eso, es violarlos de nuevo. Y las sociedades deben avanzar juntas, entendiéndose, siendo compasivas, empáticas con el dolor ajeno porque, aunque no lo sepa, también es su dolor.
Son raros los 11 para Chile. Un 11 de septiembre de 1541 los mapuche se organizan y arrasan la ciudad de Santiago. Un 11 de septiembre de 1924 un golpe de estado disuelve el congreso y la fuerza aérea tiene sus primeras maniobras de guerra contra barcos de la marina de su propio país, ni hablar del 11 de septiembre de 1973. Muchos no saben que el propio Director general de carabineros César Mendoza, integrante de la junta, estaba de cumpleaños ese día. Los números 11 son raros para Chile, hasta Marcelito Salas, mapuche, asolaba el campo contrario con un 11 en la espalda. Esta es mi columna número 11. Son raros los 11. Número primo, la carta del tarot número 11 es LA FUERZA, una mujer derrotando a un león, la fuerza y la agresividad, carta dominada por Marte, el dios de la guerra (el golpe fue en día martes). Es la victoria sobre el león ¿Qué carta sigue luego de LA FUERZA? Una imagen terrible, un hombre maniatado y colgado cabeza abajo, expuesto. I rest my case.
Cuarenta años han pasado, cifra importante para el país también. Chile se convulsiona cada cuarenta años desde el propio 1810, en 1850 Francisco Bilbao trae las ideas revolucionarias de Europa y funda la Sociedad de la Igualdad en medio de los gobiernos conservadores, en 1891 la guerra civil desatada contra Balmaceda y sus intentos por construir una sociedad más igualitaria, los gobiernos de anarquía y un golpe de estado militar de corte socialista alrededor de 1930, la revolución socialista en democracia de la UP en 1970; los movimientos sociales del 2011. Parece ser que la sociedad trabajadora necesita cuarenta años para recuperar la confianza, curar sus heridas y volver a la carga en búsqueda de igualdad en uno de los países más desiguales del planeta. No olvida, olvidar es perder parte de la fuerza necesaria, sólo se cura y arremete de nuevo a por más. Hubo antes toda una generación que se quemó buscando restablecer el mínimo necesario con un esfuerzo enorme, ahora corresponde ir a por más.
No hay que olvidar, la memoria es lo único que nos hace ser lo que somos. Si alguien quiere que olvides hay algo oscuro ahí. Hay que perdonar, hay que erradicar el odio, pero no hay que olvidar. Personalmente no me interesan estos perdones a destiempo que florecen en la primavera del 2013, no me interesan estos perdones institucionales que creen agotar en un papel bond tamaño carta sus responsabilidades históricas. A mí me interesa la verdad, la justicia y la reparación. No me interesa que los tribunales pidan perdón, me interesa que reabran casos y pongan fiscales exclusivos; no me interesa que la prensa pida perdón, me interesa que El Mercurio diga que efectivamente mintió y ejemplifique en ejemplos concretos cómo lo hizo; no me interesa que el Ejército pida perdón, sino que diga dónde están los cuerpos de los hijos, nietos y abuelos que andan desperdigados por el país como pedazos de rompecabezas que nos siguen rompiendo la cabeza cuarenta años después.
Necesitamos escribir una historia donde nos podamos reconocer, no una donde se diga que no viví lo que viví, una donde se diga que no fue para tanto. La sanidad mental de Chile viene porque nadie desconozca lo que el otro vivió, para que no se conviertan en excusas para no ver lo que el otro padeció. Tenemos que ponernos de acuerdo en que las colas y las escaramuzas del MIR fueron reales pero que no justifican sacarle las uñas, cortarle las orejas y meterle la cabeza en un water con excrementos a un cabro de 21 años en Villa Grimaldi, violar a mujeres, fusilar a destajo, abrir cadáveres y arrojarlos al mar. Ponernos de acuerdo en que no se puede seguir pensando que estuvo bien lo que pasó porque «algo habrán hecho». Entender el quiebre y la violencia inhumana que vivió parte de nuestros HERMANOS en ese período de tiempo tan increíblemente largo que parecía interminable.
Regularmente tengo clara la estructura de estas columnas, esta vez estoy atropellado, tengo tanto que decir y el rompecabezas sigue tan desordenado, con piezas que surgen en libros, en pequeñas entrevistas, en conversaciones donde de pronto el papá de tu amigo suelta un recuerdo desde el fondo de su secreto como un tumor. Por de pronto hay un concepto que ha comenzado a levantarse este año: muchas autoridades y figuras públicas de todos los sectores están abrazando decir que es muy diferente lo que ocurrió el 11 de septiembre que lo que siguió a partir del 12. Están comenzando a separar lo que llevó al golpe de lo que vino después. Eso es positivo, significa que ya no se justifica la masacre en dictadura por los hechos pre golpe, significa que separa la discusión, otro día hablaremos sobre las razones que nos llevaron al golpe militar, CIA incluida, ITT incluida, factor Altamirano incluido; por ahora se está dejando solo a Pinochet y su capa de sangre. No me importa que sea un lavado de imagen de la derecha, primero lo primero, se está dejando establecido ese hecho para que nadie más diga que Michelle Marguerite Peña Herreros, de 27 años, estudiante de Ingeniería de la Universidad Técnica del Estado, militante socialista, embarazada de ocho meses, merecía ser torturada, asesinada ella y su hijo y sus restos hechos desaparecer porque yo no podía comprar gas licuado y El Mercurio decía que habían visto guerrilleros cubanos en el sur de Chile y tenía miedo.
Lento se avanza en este país sin juicio de Nuremberg, pero se avanza. Para ello hay que recordar, hoy más que nunca. Y los que no quieren recordar o quienes no tienen algo para recordar ojalá entiendan que no tiene que ver con el odio, sino con la natural sanación de cualquier proceso traumático. Entender que el cuerpo social es uno y que el brazo no debe desentenderse del dolor de la pierna o no vamos a llegar lejos. Cuerpo adolorido, cuerpos perdidos, desmembrados, piezas que hay que rearmar para poder darles sepultura y calma. Rompecabezas obsesivos que es necesario, imprescindible, urgente armar, para enmarcarlos como hacía mi abuela y dejarlos ahí, completos, para mirarlos de vez en cuando y por fin ocuparnos de otras cosas.El Guillatún