Todos en algún momento de nuestra vida hemos guardado un secreto. El simple hecho de mantenerlo a resguardo supone un estado de tranquilidad temporal, que sólo se podría ver afectado por alguna que otra personalidad curiosa a nuestro alrededor o por nuestra torpeza inherente que nos dejaría al descubierto. Esos dos caminos, son la evidencia más notoria de que tener un secreto además de poseer un carácter placentero también puede resultar algo tortuoso, pues lidiar con la permanente contradicción interna de liberarlo o no, es algo que no deja indiferente a cualquiera.
El Clan (2015), película argentina ganadora del León de Plata en el Festival de Venecia y representante del país trasandino para postular a los premios Oscar, nos trae a la pantalla grande la bullada historia del Clan Puccio durante los años 80’ en Argentina, el que detrás de la fachada de una familia normal, escondía un historial de secuestros y asesinatos donde el patriarca de la misma, Arquímedes Puccio junto con su hijo Alejandro fueron los principales implicados.
Desde El secreto de sus ojos (2009) que el cine argentino no me sorprendía de esta manera y es que lo que vemos en pantalla es una de las fórmulas de suspenso más clásicas funcionando a la perfección: tanto uno como espectador y el personaje que guía el relato sabemos de antemano que debajo de la mesa hay una bomba a punto de explotar, mientras un tercer personaje que está sentado junto a ella no lo sabe, generando así un ambiente de tensión irrespirable. Quizás Hitchcock lo explicó mejor, pero lo que quiero decir es que el trabajo realizado por el director argentino Pablo Trapero en la articulación de la historia es simplemente notable.
Por un lado está el preciso trabajo de casting de la familia Puccio realizado para este film, pues si es que hay algo que siempre se presenta como un ruido molestoso dentro de las obras de ficción, son aquellas familias que a simple vista se notan como la suma de decisiones equivocadas por parte del director, donde predomina el criterio de tener un elenco de estrellas antes que presentar un clan que parezca verosímil tanto por la química que hay entre ellos como por la similitud física de sus integrantes. En El Clan pasa algo similar a lo que sucedía con la familia conformada por Los Herrera de la serie chilena Los 80 (2008-2014), donde si bien sabíamos que todos los que estaban en pantalla eran actores, esa idea quedaba totalmente difuminada por la convincente interacción que existía entre ellos en cada una de las escenas, virtud que sólo se puede lograr gracias a una muy cuidada labor en la elección del elenco.
Por otra parte, está la factura visual que compone la película argentina, donde Julián Apezteguía (director de fotografía) llevó a cabo un trabajo sutil, pero efectivo, utilizando las locaciones donde desenvuelven su vida diaria los integrantes de la familia Puccio para construir escenas con diversos planos espaciales dentro del encuadre, capaces de instalar esta «normalidad» que ha creado Arquímedes dentro de su casa y fuera de ella. De igual forma, la ocupación ocasional de planos secuencias (sin cortes) perfectamente coreografiados con la acción que sucede en escena, enriquecen aquellos momentos de mayor tensión dentro de la película. Sumado a lo anterior, está la bien lograda dirección de arte del film que, a pesar de constituirnos como espectadores fuera de todo contexto relacionado a la historia real, tiene el talento de trasladarnos con facilidad a una época pasada donde predominaban los colores pasteles y la gran moda era hacer surf.
Por último está el guión de esta obra audiovisual, el cual basado en hechos reales, desenvuelve con gran estilo una historia casi imposible de creer. Y es que el desafío más grande que poseía esta película era instalar a Arquímedes y el secreto de los secuestros (y posterior extorsión y asesinato) como si fuese lo más normal del mundo dentro de la familia, utilizando como gran pantalla ante los demás la promisoria carrera de rugby de su hijo Alejandro, quien también lo ayudaba a concretar cada una de las fases de estos raptos. De aquí que toda esta historia pareciera instalarse en un terreno irreal y enrarecido, que sólo somos capaces de entender como algo verosímil cuando aparecen los créditos explicando qué hubo detrás de esta historia realmente.
Ahora bien, el aspecto formal más débil es su montaje, pues varias veces la película carece de un ritmo adecuado que nos lleve de forma progresiva a los puntos de inflexión que se dan dentro del relato. Los saltos temporales de los cuales somos testigos, más que dotar de personalidad a la obra en sí, resultan bastante confusos para alguien que no tiene conocimiento previo de lo que realmente sucedió con el Clan Puccio en la Argentina de los años 80’. Tal vez haber apostado por una estructura aristotélica hubiera sido lo más coherente para desarrollar mejor el dispositivo clásico de suspenso explicado previamente.
Sin embargo, a pesar de lo anterior, uno de los elementos que resulta más llamativo luego de ver esta película es la consciencia que uno adquiere acerca de cómo los secretos configuran nuestras vidas. Y no estamos hablando de esas incógnitas menores que se juegan en el vivir diario y que solemos llamar mentiras blancas, sino de lo que podríamos calificar como «el gran secreto» (similar al del Clan Puccio). Pues a juicio de quien escribe, todos tenemos uno. Uno que es capaz de atravesar largos períodos de tiempo sin ser descubierto e incluso puede llegar a pasar desapercibido para nosotros al tenerlo totalmente naturalizado. Y es muy probable que en el caso de ser descubierto, intentemos negarlo bajo cualquier pretexto, a pesar de que la realidad sea la mejor prueba de lo contrario. El tema se reduce, por tanto, a cuánto tiempo estarías dispuesto a soportar guardándolo, ya que en algún momento futuro, de alguna u otra forma, éste se sabrá, tarde o temprano se sabrá… Y tú, ¿cuándo te animarás a contar tu gran secreto?El Guillatún