La nueva carpa de un circo de transformistas es bendecida por un cura a través de una misa. Dualidades como esa se observan durante la película El gran circo pobre de Timoteo, de Lorena Giachino. Porque «el circo que todos quieren ver, pero que nadie se atreve a hablar» —según su publicidad— es lo más representativo de los tabúes y el sincretismo cultural de Chile. Ése donde el humorista le reza a Santa Teresa de los Andes antes de salir a escena y garabatear al elenco para el deleite del público.
El documental se interna en los conflictos diarios que debe sortear René Valdés (Timoteo) para seguir adelante en su rol de cómico y dueño del circo que lleva su nombre. La enfermedad de René y la adaptación del espectáculo a los nuevos tiempos son los problemas más importantes que se muestran y tienen la capacidad de ser filmados con un alto nivel de intimidad.
Lorena Giachino no pierde minutos explicando qué es el circo Timoteo y cuál es su historia. Sino que ingresa directamente en la crisis que está a punto de ocurrir. Porque en los primeros minutos de la película lo que se siente es eso, que se está mirando un espectáculo que podría terminar en el corto plazo. Y sobre la historia, ésta se cuenta de forma indirecta a través de los comentarios de los integrantes del circo.
Si bien René Valdés es el personaje que organiza el relato, los transformistas que actúan en el Timoteo son los responsables de situar el marco donde se cuenta la historia. A través de sus comentarios, conversaciones y sus actividades diarias, le dan sentido al discurso de René. Hubiera sido mucho más fácil —y más aburrido— que la directora pusiera a los integrantes del circo frente a la cámara y los interrogara. Acá sucede otra cosa, hay un trabajo de grabación de lo cotidiano que logra aprehender por momentos la esencia de la realidad de aquellos que viven en la comunidad circense. Debido a éste arduo trabajo de rodaje es que las palabras obtenidas de los artistas poseen un tono que no es impostado, sino personal y verdadero.
La dirección es certera, pues es capaz de tener unos planos muy bien ejecutados, pero que no actúan de forma autónoma, sino que están siempre al servicio del relato. La fotografía de Pablo Valdés es correcta en las escenas de día, pero en las que ocurren de noche o en escenarios oscuros adquiere una densidad mayor, logrando una luminosidad triste de los cuerpos filmados contrastados con la oscuridad del fondo.
Lorena Giachino no adopta un tono sentimental en el relato, cuestión que se agradece enormemente considerando que se muestra el ocaso de uno de los circos de Burlesque más antiguos de Chile. Acá se muestra la tristeza, la frustración y la incertidumbre, pero se acompaña con risas, chistes y la alegría de los integrantes del circo y sus rutinas. De esta forma se presenta el panorama completo, con risas y lágrimas, como sucede en la vida del espectáculo, ya sea frente al público o tras bambalinas.El Guillatún