Irving Rosenfeld (Christian Bale) es un próspero hombre de negocios que posee una cadena de lavanderías en Nueva York. Pero la limpieza de ropa no es su única fuente de ingresos, sino que vende cuadros de arte falsificados y también estafa a las personas cobrando 5 mil dólares para gestionarles un préstamo —que obviamente nunca llega— con un banco extranjero.
Rosenfeld conoce a la guapísima Syd Prosser (Amy Adams), se enamoran, se convierten en amantes y ella comienza a ayudarlo con el negocio de los préstamos. Situados en la tranquilidad que les otorga el dinero obtenido y su buena relación —que sobrelleva sin problemas a Rosalyn (Jennifer Lawrence), la esposa de Roselfeld— son sorprendidos por el agente del FBI Richie DiMaso (Bradley Cooper). Pero a pesar de que encarcela a Prosser, su idea es trabajar con la pareja de estafadores para atrapar a personas más importantes. En ese instante ingresa a su radar el alcalde de Nueva Jersey, Carmine Polito (Jeremy Renner), quien tiene la intención de revivir Atlantic City y ahí aparecen los políticos y los mafiosos.
La historia se desarrolla a finales de los 70 y cuenta con esa ambientación que tanto le gusta a Hollywood sobre la época: pelos rizados, una banda sonora ad hok, lentes grandes, trajes de colores, pañuelos y mujeres escotadas hasta el ombligo. La música es importante en la película y hay algunas escenas que tendrían un resultado totalmente distinto si no fuera por la aparición de la canción precisa. El resto es solo decorado.
David O. Russell intenta la realización de una obra más adulta y compleja que El lado bueno de las cosas. Para eso se vale de personajes que no son totalmente sinceros, sino que actúan bajo un manto de oscurantismo que esconde sus reales intenciones. El problema es la forma de llevar a cabo esta idea. Porque si en The Fighter funcionaba un acercamiento directo y frontal, acá no sirve, pues la ausencia de detalles y la forma de representar el guión sin imágenes que jueguen con la idea de la ambivalencia, producen un efecto desconcertante, ya que la idea de «ver lo que cada uno quiere ver» que es el lema de la cinta, no tiene una correspondencia formal con la representación visual.
La narración se inicia con el recurso in media res, para pasar a un racconto que explica lo sucedido de forma inmediata, incluso antes que el espectador tenga preguntas reales sobre lo que está sucediendo. Entonces, a pesar de que la historia no tenga una linealidad absoluta, la forma del relato no puede ser considerada compleja, como es su intención. Pues recurre a los flashbacks en un par de situaciones donde resulta innecesario y el final de la compleja red de mentiras debe ser resuelto con otro racconto.
Escándalo americano cumple en el aspecto formal con muchos de los indicadores de las películas hechas para ganar los premios de la Academia (tiene 10 nominaciones, incluyendo mejor película, dirección y performance masculina y femenina). Posee un elenco de actores, que a pesar de no ser de renombre, son taquilleros; mujeres ultra escotadas, pero que en ningún momento muestran algo, pues significaría una restricción del público menor de 18 años; canciones pegadizas; una mirada al pasado más como referencia pop que representación histórica; y una historia, que sin ser difícil de seguir, insiste en explicar las cosas de sobremanera.
Pero no hay que perderse. A pesar de las cuestiones que le juegan en contra a la película, disminuyendo su capacidad de ser una obra espectacular, ésta es una cinta que no se puede considerar mediocre. Sino que es un producto básicamente de entretenimiento, que en su intento por agradar y abarcar la mayor cantidad de público, pierde en densidad y complejidad. Pero sigue siendo una buena razón para visitar el cine.El Guillatún