que ha dedicado gran parte de su vida
a desatar cuerpos cada día más amarrados
por un sistema educacional obsoleto.
¿Bailemos? No, bueno, no hay problema, una oportunidad perdida. De ser afirmativa la respuesta, todo cambia. Nos hacemos parte de un ritual olvidado en el que nuestros cuerpos dejan su rigidez inicial y se entregan a una experiencia única de liberación. Five days to dance (2014), largometraje documental dirigido por José Andreu y Rafa Molés y que actualmente se está exhibiendo en el 18º Festival de Cine Europeo tanto en Santiago como en regiones, es esa evidencia de la libertad que nos da la danza.
Wilfried van Poppel y Amaya Lubeigt, son dos coreógrafos que dedican su tiempo a hacer un taller de danza con una duración de cinco días en varias escuelas de Alemania y de toda Europa. Luego de haber trabajado con Pina Bausch decidieron enfocar su labor en poner en contacto la danza con aquellos que jamás han bailado. El largometraje retrata el paso de esta experiencia por una escuela secundaria de San Sebastián (España) y el impacto que ésta tiene tanto en los alumnos como en la comunidad escolar que los rodea.
Desde un inicio, el film nos permite ver cómo la apuesta por llevar a cabo estos cinco días de danza genera suspicacias entre profesores y alumnos. Por un lado, este evento supone la suspensión de todas las actividades académicas programadas con anterioridad para esa semana (con todo lo que eso implica) y, por otro, los estudiantes no confían mucho en lo que podría suceder en esos días. A pesar de esto, la dirección del colegio apuesta plenamente por el desarrollo de esta actividad, dando todas las facilidades a la pareja de bailarines para que la realicen.
Es así como nos adentramos en un viaje único en el aprendizaje de la danza, donde jóvenes estudiantes toman consciencia de su corporalidad y la capacidad expresiva que ésta tiene. A partir de un trabajo metódico con una coreografía que será presentada ante un público el último día del taller, los alumnos muestran sus inseguridades y fortalezas ante la cámara, en un diálogo honesto consigo mismo y los demás. De este proceso, la dirección del documental elige a un grupo de alumnos para que, a modo de testimonio, compartan sus reflexiones en torno a esta experiencia, la que si bien en un principio les parece algo extraña, termina por convertirse en una oportunidad significativa para ellos.
Estos testimonios son ligados a su vez con las impresiones que tienen los profesores respecto al taller y su impacto en los alumnos. En este sentido, el documental adquiere un peso distinto al plantear de forma muy sutil las contradicciones que posee un sistema educativo de herencia militar y su evidente agotamiento ante un contexto social en permanente cambio. La desmotivación por aprender, la competencia salvaje entre los alumnos y el cansancio de los profesores son parte de un discurso audiovisual que resuena con fuerza en el contexto chileno, donde las problemáticas asociadas al establecimiento de una educación de calidad aún persisten. La aparición de este taller plantea serias interrogantes en el colegio sobre qué y cómo están educando a las futuras generaciones.
Por otro lado, Five days to dance destaca desde un principio por su cuidada apuesta visual, donde la composición pareciera estar articulada bajo los preceptos más clásicos de la cinematografía de ficción, lo que vuelve más atractivo el material que terminamos viendo proyectado. El montaje, por su parte, adquiere gran relevancia en la construcción de los momentos más emotivos del documental, en los que el baile y la música se fusionan para desencadenar una sinfonía de cuerpos danzantes.
«Lo único que vemos son personas que tienen un cuerpo, que tienen un alma, que tienen una forma de expresarse y que cuando lo hacen, son preciosas» dice Amaya con entusiasmo en uno de los pasajes del film. Y es que la danza, a diferencia de otras disciplinas artísticas, pone en relieve la dimensión más cercana que tenemos como seres humanos y a la vez la más olvidada: nuestro cuerpo. Una corporalidad que suele parecernos ajena cuando caminamos en la calle y alguien nos topa, lo que más bien termina transformándose en un recordatorio de que tenemos cuerpo y que, contrario a otras cosas, el cuerpo no miente, permitiéndonos interactuar de forma honesta con otros, con el entorno y con nosotros mismos.
Five days to dance es un bello recordatorio de que no debemos dejar de bailar, aunque sea a escondidas, porque si no lo hacemos, ¿cómo podríamos expresar aquello que queremos decir con lo que tenemos más cerca, con nuestro cuerpo? O quizás la pregunta debiese ser tal como la plantea Wilfred en el documental: Si no podemos comunicarnos, ¿cómo podríamos enamorarnos?
Habiendo dicho todo esto, repito la pregunta inicial. ¿Bailemos?El Guillatún