Isabel Miquel muestra el día a día de la comunidad de Pirque, aquella que hizo noticia el año 2007 por la muerte y el entierro ilegal de una de sus integrantes. Durante tres años graba la intimidad del grupo, sus ideas, costumbres y rutinas. En ese tiempo se desarrolla el juicio a los líderes de la llamada «secta de Pirque», en el que el interés de la prensa pasa desde la atención completa hasta el cuasi olvido.
La Comunidad está más cercana al reportaje periodístico que al género documental. La fuerza está casi en su totalidad en el guión más que en las imágenes. Es una película que renuncia al relato visual, no hay planos o escenas que queden en la retina. El uso de la cámara es bastante clásico, carece de intencionalidad o de sentido de búsqueda. Lo que es bastante extraño considerando que aquí se estaba mostrando algo oculto, vedado al acceso público, pero el pulso de la cámara no estaba asociado a eso, sino que se quedaba a flote, en una estrategia más superficial, desplazándose en los lugares permitidos, sin ir más allá.
A falta de imágenes sí hay de lo otro, palabras que resuenan una vez que ha finalizado la película, principalmente en la entrevista de Roberto Stack, en la que explica fríamente el ejercicio de la autoridad en la toma de decisiones, diciendo que hay alguien que tiene que «cortar el queque», por ejemplo.
En general las entrevistas cumplen, lo que equivale a que éstas permiten que el público conozca cómo piensan los integrantes de la comunidad, cuáles son sus argumentos completos —fuera de la caricatura de los medios de comunicación— y su comportamiento en la interacción con la extraña que los graba. Lo que a su vez permite que el espectador se haga una idea más compleja acerca de las agrupaciones de personas —religiosas o no— que deciden vivir de una forma distinta. Pareciera ser que ese es el motivo tras La Comunidad, un objetivo más periodístico que audiovisual. No es que los temas periodísticos no deban ser tratados por el documental —por supuesto que el documental debe estar en esos puntos, no cabe duda—, pero es necesario que al ingresar en ese terreno, el del cine documental, se considere la importancia de la imagen. Es un error gravísimo desentenderse de esa área. Se puede fallar al buscar algo, pero peor aun es no intentar nada, que es lo que aquí ocurre, que se deja la cámara en piloto automático.
La Comunidad tiene el valor de estar ahí, de ingresar en el cerrado espacio social de una comunidad religiosa y nada más. El resto es solo eso, las preguntas son del montón, como si fueran una primera pasada y faltara la segunda, una que fuera más allá, que los hiciera profundizar en la diferencia de visión del mundo, y la renuncia a la narración con las imágenes, algo que es impresentable.El Guillatún