Isidro va escuchando música en la parte trasera de la micro cuando una joven, Luciana, le indica que se los quite y lo saluda. El chico persigue a la chica bus abajo y cruzan unas palabras mientras encuentran a los amigos de ella. Se juntan con dos hombres, una mujer y comienzan a caminar por la ciudad de Lima.
Microbus es el seguimiento a un grupo de adolescentes que conversan, juegan, toman ron y pelean en el transcurso de la noche limeña. La dirección del peruano Alejandro Small apuesta por el montaje más que en el guión. Si bien éste es ingenuo y cae en repeticiones burdas del cine de adolescentes, tiene unos momentos de una honestidad brutal. Pero como decía, es en el montaje donde el director realiza su mayor apuesta, ya que en varias secuencias cambia los diálogos de una escena y los sitúa en otra que ocurre de forma paralela. En los primeros momentos el recurso está muy bien ocupado —además de fresco, se siente un aporte en la escena—, pero luego resulta un poco agotador ver su uso excesivo.
Otro elemento importante es la fotografía. Como la película ocurre durante la noche, se ocupa un lente que explota al máximo la luz natural y en ningún momento se ve oscuro, sino que logra transmitir de muy buena manera la iluminación de una noche veraniega en la ciudad. Y el hecho de desenfocar las luminarias para que éstas se difuminen, tiene un efecto de ensueño, de trasnoche que está muy bien aplicado en la historia.
Las actuaciones son disímiles, el joven que interpreta a Isidro no maneja los códigos cinematográficos y a ratos eso desconcierta. El resto del elenco es más bien plano, con la excepción de la protagonista, que en algunas escenas, sin hablar siquiera, puede transmitir sensaciones sin ningún problema. Pero más allá de lo particular, hay una idea de grupo de amigos y en algunas secuencias se obtiene una envidiable naturalidad en los modos de comportamiento y de relaciones. Pero como no hay un gran trabajo de guión, resulta difícil concebir a los personajes como personas, sino que quedan ahí como trazos o ideas de algo más complejo.
Si bien esta película tiene un par de apuestas estéticas y unos inocentes y naturales bellos momentos que la hacen ver interesante, no está a la altura de la categoría de la competencia de largo internacional del Festival de Valdivia. Lo que por cierto no es culpa alguna del director Alejandro Small, sino de quienes eligieron el filme.El Guillatún