Vil Romance (2008), de José Celestino Campusano, es una película cruda, directa y que hace ver comercial a todo el resto de películas argentinas con pretensiones de representatividad de los barrios bajos. Acá no hay mucho presupuesto, pero sí hay actores comprometidos y un director que sabe muy bien cual es el mundo que está filmando.
Roberto (Nehuén Zapata) conoce a un hombre mayor, Raúl (Óscar Génova), en los límites de la ciudad de Buenos Aires y comienzan una relación. Se instalan a vivir cerca de la línea del tren e intentan llevar una vida en pareja que está llena de conflictos producto de las inseguridades personales de ambos, de la violencia y brutalidad de Raúl y del sometimiento de Roberto.
Ambos personajes sin un trabajo estable, deambulan por el barrio y visitan a sus respectivas familias mientras sienten que la relación los agobia. Al punto que Roberto termina engañando a Raúl con un joven español, lo que desencadena toda su rabia.
La película a ratos tiene un uso excesivo de planos detalles, pero en ciertos momentos ese recurso es capaz de transmitir toda la información de forma sencilla y limpia. El uso de la cámara varía desde la tranquila observación a media distancia, hasta moverse de manera rápida y encarar a los protagonistas.
Los personajes si bien son simples en su diseño, son fieles representantes de las personas que habitan el mundo donde se hace el rodaje, personas que no tienen mucho que hacer en el día más que salir a dar una vuelta por el barrio, visitar a la familia materna, estar tirado en la cama o pasar el rato encerrado con la pareja.
Al ver la película uno queda con la impresión que ésta se rodó en casas habitadas por personajes anónimos que comparten la marginalidad de los protagonistas, que se mueven por esos barrios a maltraer donde no existe la presencia de ninguna institucionalidad, el amor es una quimera y el delito está a la vuelta de la esquina. Así también, uno piensa en Celestino Campusano caminando por esas calles mal pavimentadas y entierradas.
En Vil Romance las cosas se dicen por su nombre, no hay una limpieza del lenguaje, sino que se intenta ser lo más representativo de los códigos locales. Las escenas de sexo operan de la misma forma, son directas, sin filtros de autocorrecciones o de pudor. El caso es que están emparentadas con sentimientos fuertes como la rabia y el placer, más que con el amor, que es la forma más común de ser abordadas en la gran industria del cine.
La película es en extremo honesta, casi sin pretensiones, y tiene unos momentos en que los personajes se encuentran sin salida aparente, que clavan la desolación de forma directa. José Celestino se vale de todo lo que es el barrio y las carencias, pero en ningún momento cae en la porno pobreza. Éste no es un cine hecho para que lo aplaudan desde Europa, sino que los guiños están puestos hacia su territorio.El Guillatún