Corre el año 1974. La chacra en la que vivimos, muy cerca del Río Negro —en el sur de Argentina— es un sitio ideal para jugar a los piratas, encaramado en árboles frutales que mis 8 años transforman en galeones, y es también el punto de encuentro para asados y guitarreadas con los amigos de mi padrastro.
El aroma de cabritos al palo, el entrechocar de copas de vino tinto, las carcajadas, el cariño hospitalario y solidario de los argentinos, el dolor por el reciente golpe de estado en Chile y por la incierta suerte de tantos amigos, todo eso está en el aire.
Se canta a Atahualpa Yupanqui, a Inti Illimani, a Zitarrosa. Eduardo Bejarano, con una voz rasgada cuya pasión hace que se le inflamen las venas del cuello, canta Gracias a la vida con un charango. A mis 8 años me acerco y doy el primer paso en esta vida de músico: «Enséñame eso».
Así comienza mi historia como músico.
En este espacio que inicio, compartiré experiencias y reflexiones en torno a una historia vinculada a la música llamada «latinoamericana» o «de raíz latinoamericana». Escribiré sobre músicos que conozco personalmente, con los que he compartido escenarios y guitarreadas. Compartiré también ideas que persisten en mi cabeza y en mi corazón. Algunas opiniones pueden causar desacuerdo: bienvenida la polémica.
El término «Música Latinoamericana» es amplio, vago. Todo cabe allí, pero quiere referirse a la raíz folclórica. La forma en la que me inicié, relatada más arriba, da cuenta de una particularidad de esta música: cómo y dónde se practica. La música clásica y el jazz viven en el aula del profesor, en la habitación al estudiar solos, y en el escenario frente a un público. El repertorio de la música latinoamericana, que también puede estudiarse como las otras, es popular: es música vigente en la cotidianidad de una comunidad. Se baila (cuecas, chacareras, zambas, tangos, vals), se canta (tonadas, bossa nova, música de cantautor, de trovador).
En la «Música latinoamericana» caben cientos de géneros, estilos y autores. No es mi intención hacer un análisis de todo eso, sino simplemente referirme a algunos que de un modo u otro tienen que ver con mi experiencia personal. Así, hablaré sobre algunos músicos que no están en las parrillas programáticas de los medios de difusión; opinaré, por lo tanto, de las políticas comerciales de la industria musical.
Puede entenderse la música como parte del rubro de la «entretención»; yo prefiero vincularla al crecimiento espiritual, como la filosofía y la religión.
Pero primero permítanme contar cómo llegué hasta acá.
Me inicié en la música, entonces, a través del folclor latinoamericano. Mucha otra música sonaba también en mi infancia: los Beatles, Cat Stevens, Armando Manzanero, Jethro Tull, Bach, Vivaldi. Mucha siguió alimentándome en mi adolescencia, siempre desde mis padres: Bob Marley, Edmundo Rivero, Chico Buarque, Carlos Gardel. Cuando mis manos dieron con la guitarra, sin embargo (y ya en México), mi principal interés fue la nueva trova cubana. Sacando las canciones de Silvio Rodríguez hasta echar a perder los tocacassettes es como aprendí armonía en la guitarra y como desarrollé el oído. Compuse mis primeras canciones a mis 12 años, que cantaba en peñas en Ciudad de México y Guadalajara, en las que otros guitarristas tocaban valses de Lauro, chôros de Villalobos, piezas de Leo Brouwer. Allí entonces se abrieron nuevos mundos.
Pero ya era músico. Decidir seguir en la música después del colegio fue algo natural. Estudié una licenciatura en música en la Universidad de Chile (después del periplo de aquel exilio que incluyó también a Mozambique), y guitarra y flauta traversa con profesores particulares. Me sumergí en el mundo clásico. El folclor ya no fue objeto de estudio «formal»; pero seguía viviendo en los carretes, las fogatas, los asados, las tomas, las marchas.
(¿Dónde «vive» la música? ¿en el estudio solitario, en la pieza? ¿en la sala de ensayo con el grupo? ¿en la cabeza del compositor, en la partitura? ¿en el living, la tertulia? ¿en el escenario? ¿en la radio? ¿en el estudio de grabación?)
En la facultad mis profesores Cirilo Vila, Juan Pablo González, Alma Wörner —entre tantos otros— me entregaron las herramientas para analizar a Mozart, Beethoven, Debussy, Stravinsky. Con mis compañeros, sin embargo, continuamos escuchando y analizando música popular: Rubén Blades, Paco de Lucía, Frank Zappa.
Y llegó el tiempo de volar, de trabajar y hacer mi música.
Desde entonces, he desarrollado prácticamente todas las actividades que hay en torno a la música: tocar como solista, tocar en grupos, acompañar a cantantes, hacer canciones, componer, hacer arreglos, enseñar en colegios, en universidades, dar clases particulares, hacer transcripciones, ganar concursos, obtener fondos de la cultura y las artes y fondos de la música, grabar discos, publicar libros de partituras, libros didácticos.
La pasión y la perseverancia me han permitido dedicarme a esto. No ha sido fácil, pero es hermoso.
A lo largo de estas columnas les contaré de músicos que admiro y conozco personalmente: Carlos Aguirre, Yamandú Costa, Juan Falú, Leo Maslíah, Antonio Restucci, Eli Morris. Hablaré sobre la guitarra solista de raíz latinoamericana. Sobre mi experiencia en grupos (como Entrama) y acompañando a cantantes (como Francesca Ancarola). Compartiré enseñanzas de Gismonti, y sin duda más de una vez me detendré en Violeta Parra.
En fin, espero que les deje algo.El Guillatún