Desde que fundamos PLOP! Galería hace 5 años, casi no ha habido entrevista en que no me pregunten sobre el boom de la ilustración y la historieta chilena. «¿Estamos viviendo un boom?», «¿El boom llegó para quedarse?» «¿Qué razones explican el boom?» «¿Cómo hacer para subirse al boom?» «¿Cuándo se terminará el boom?». Y así, en todas las posibles combinaciones.
Al principio parecía gracioso. Sonaba bien. Tenía algo atractivo. Daba cuenta de una reacción inesperada y llamativa. Además, qué mejor, era una onomatopeya, por lo que el vínculo con historieta potenciaba la metáfora. Bien el primer año, el segundo, el tercero, incluso el cuarto.
Pero llegado el quinto año comienza a perder sentido. Boom, boom, boom, boom. Ya solo escucho un golpeo monocorde y repetitivo, que no habla de la complejidad de un movimiento que día a día crece, que se consolida, profesionaliza y proyecta. Un movimiento en el que creo firmemente, por el que trabajo día a día, al igual que mucha gente que suda tinta y se esfuerza por construir una estructura que se desarrolla sobre bases sólidas y duraderas.
Seguir hablando hoy de boom me parece hasta peyorativo. Cómo es posible continuar creyendo que se trata de algo pasajero, un movimiento esporádico destinado a desaparecer en un abrir y cerrar, apenas un paréntesis anecdótico en la larga historia cultural chilena.
Porque al fin y al cabo, un boom no es más que el producto de una explosión, de una agitación de aire que se expande y crece por una fracción de segundo, para luego desaparecer fugaz como llegó. Mucho ruido, polvo y esquirlas. Nada más. Cuando ha pasado el impacto inicial, cuando el humo se disipa y vuelve la calma, solo queda un territorio desolado y fragmentado, miedo y cadáveres.
¿No es suficiente demostración todo lo que se hace? Pareciera que no, que nada es suficiente. Que las decenas de editoriales, grandes y pequeñas, emergentes y transnacionales que publican hoy no fueran más que chispazos en la oscuridad. Que las ferias autogestionadas, exposiciones y talleres que se hacen durante todo el año a lo largo del país fueran apenas capricho de algunos. Que el interés internacional por lo que sucede en la ilustración nacional, las distinciones que se acumulan, el reconocimiento transversal del público y los especialistas, los espacios en los medios de comunicaciones, las miradas atentas que llegan desde la academia y el compromiso de los lectores no fueran más que escarcha en la primavera. Peor aún, que el rigor, empeño y trabajo que ponen no uno, ni dos, ni veinte, sino decenas de ilustradores, dibujantes, historietistas, guionistas, coloristas, investigadores, gestores, libreros, fuera apenas el murmullo inteligible de una bandada de extravagantes.
A días de que se inicie Festilus, un evento que reunirá a centenares de ilustradores y estudiantes chilenos con algunos de los mejores artistas de Iberoamérica en actividades en Santiago y regiones, y ad portas de que PLOP! Galería celebre cinco años de existencia, escuchar hablar del boom puede resultar incluso triste. Aquello por lo que nos levantamos en las mañanas y no nos deja dormir en las noches para algunos sigue siendo tan solo un fenómeno, un ruido en la oscuridad que tarde o temprano se perderá entre el cacareo incesante de modas y novedades que alimentan la farándula cultural.
Pero basta con mirar a nuestro alrededor para encontrar evidencias de que la ilustración y la historieta chilena ya tienen un lugar propio. Que el boom ya terminó, el humo se está retirando y las brasas comienzan a enfriarse. Y lejos de descubrir escombros o un sitio eriazo salpicado de cráteres, lo que veo es variedad de propuestas y estilos, generaciones de creadores que comienzan a reconocerse entre pares y a mirar con respeto y cariño a sus antecesores. Un mercado que se diversifica y ofrece productos para públicos segmentados. Obras con cada vez mayor rigor conceptual realizadas por artistas que buscan profesionalizarse, que experimentan, que se atreven a romper moldes y a ejercitar un lenguaje de vocabulario cada día más amplio.
Hoy incluso me atrevo a pensar que nunca existió tal boom. Que la ilustración y la historieta chilena no reaparecieron de la nada sobre la superficie de nuestra estrecha faja de tierra. Simplemente se sumergió cuando el tiempo dejó de ser favorable. Como le sucedió a tantos otros, tuvo que emigrar, hacerse clandestina y secreta, aprender a luchar en la precariedad de los panfletos, la mezquindad de los textos de lectura complementaria y la opulencia publicitaria. Pero no se fue. Nunca se fue. Esperaba atenta el momento indicado. La semilla que plantaron Luis Fernando Rojas, Coke, Coré, Pepo, Elena Poirier, Mauricio Amster, Themo Lobos y muchos, muchos más, nunca murió. Esperaba. Hasta que el día llegó y hoy vemos cómo los jóvenes troncos crecen hacia la luz, van generando un pequeño, pero tupido bosque, que da sombra a los que vienen y prepara el suelo para los que vendrán.
No se confundan. Sé que hay mucho por hacer. Muchísimo incluso. Que la asociatividad está al debe. Que los caminos para salir al mundo aún están llenos de ripio. Que la autocomplacencia y falta de crítica todavía penan. Que la precariedad laboral y la subvalorización de los derechos autorales son un monstruo que continúa pisando fuerte. Pero es tiempo de reconocer los avances y los logros. Tiempo de darle peso a las palabras y poner fin a las etiquetas. Es el momento de decir las cosas por su nombre y hablar seriamente. El boom se acabó: la ilustración y la historieta chilena son una realidad.El Guillatún