Entre chispazos de tinta y líneas rápidas que forman caballos crispados, la cuadriga de Ben-Hur corre a todo galope por las páginas de un libro de pequeño formato, papel corriente y sobrio blanco y negro. A pesar de la humildad del soporte, el dibujo nos hace sentir la emoción de la escena. La velocidad y fuerza de la acción hacen que el trazo se funda y se transforme en mancha, en un torbellino hecho de músculos animales y humanos. Escuchamos los vítores, respiramos la arena y cabalgamos junto al héroe.
La imagen pertenece a una edición de la famosa novela de Lewis Wallace publicada en 1986 por editorial Andrés Bello y es una de las más de treinta obras originales que se pueden ver en la muestra Ilustrador de fantasías, inaugurada recientemente en PLOP! Galería (Merced 349).
Al igual que Ben-Hur, su autor, el chileno Carlos Rojas Maffioletti, tenía todo en contra. Titulado como artista en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, inició su carrera durante los años 70’ en la revista Onda de Editorial Quimantú, pero tras el golpe militar debió encontrar un espacio para su oficio en una época oscura, en que la cultura en general, y la edición y la ilustración en particular, sufrieron los embates de una dictadura que le temía a los libros, al conocimiento y a la creación.
Como consecuencia, la ilustración editorial vivió en los ochenta un proceso de aletargamiento. Sin embargo, no desapareció totalmente. La proliferación de libros de lectura complementaria, el desarrollo de clubes de lectores propiciados por las editoriales y la oferta literaria de carácter promocional que ofrecían revistas y diarios mantuvieron en movimiento la escena, aunque subordinada a parámetros economicistas que afectaron profundamente a los ilustradores.
A pesar de los recursos limitados, el espacio reducido y los medios precarios de impresión, dibujantes como Andrés Jullian, Eduardo Osorio, María Soledad Folch, Tomás Gerber, José Pérez de Arce, Paulina Monckeberg, Marta Carrasco y el propio Rojas Maffioletti continuaron con su labor y encontraron la manera de mantener viva una tradición fuertemente arraigada en el país.
Dentro de esta generación injustamente olvidada en la historia de la ilustración chilena, la obra de Rojas Maffioletti sobresale por el rigor de su conceptualización, herencia tal vez de su formación como pintor, por su deleite en los detalles y atmósferas, y por su interés en explorar los límites de la abstracción en un intento por atrapar la cambiante fisonomía del mar, el viento en el vestido de una muchacha o un cielo que anticipa lluvias.
Al revisar aquellas obras que forman parte del imaginario de quienes crecimos, y leímos, en tiempos de dictadura, se hace evidente que escapan al rol secundario asignado en la época a la ilustración. Dentro del estilo predominante y sin poder hacer uso de las libertades que hoy gozan los ilustradores, sus imágenes son capaces de imprimir dinamismo a la narración a través de composiciones hechas a partir de líneas y aguadas, el uso de técnicas de gran exigencia como la aerografía, y una visualidad siempre personal y expresiva, variada en sus temáticas y exquisita en su ejecución.
Pero hay algo más con Rojas Maffioletti. No solo fue, y sigue siendo, un ilustrador contundente. Durante una carrera de más de cuatro décadas como académico, supo inculcar en centenares de jóvenes dibujantes la pasión y rigor del oficio de la ilustración. Gracias a esa labor, y a la de otra gran maestra como Valentina Cruz, es que hoy la ilustración chilena pasa por uno de sus mayores momentos. Es momento de reconocer nuestra deuda con ellos.El Guillatún