La sinestesia, como método de creación y forma de percepción de la música, siempre estuvo en mí desde tiempos que no puedo recordar. Entendida como la asimilación e interferencia de diferentes sentidos en un solo acto, desde que supe nombrarla fue la explicación del por qué yo podía «ver» los sonidos, y como eso me influía enormemente a la hora de trabajarlos o simplemente disfrutarlos. Para mí una guitarra eléctrica con distorsión tiene una textura y una forma tangibles, mientras que las teclas de un piano sonando son a veces como estalactitas, así como el arco sobre un violín se me asemeja a gusanos. Pero no había pensado otra combinación de sentidos hasta ahora, en que intento probar como uno puede «oler» la música. Olerla como se llega a los recuerdos más recónditos de la infancia y adolescencia: el olor de las casas y su comida. Por ejemplo, el olor de la casa de mis abuelos cuando llegaba a almorzar. El olor de alguna casa de algún compañero de colegio cuando teníamos que hacer algún trabajo. El olor de la V región cuando uno se baja del bus y siente el mar y los mariscos. El olor a cerveza barata de la sala de ensayo de las primeras bandas.
Me enfrento a la canción «Sowing the Seeds of Love», de los británicos Tears For Fears, desde hace muchos años con esa misma sensación indescriptible; ahora investigando recuerdo que tiene un nombre: estoy frente a un «pastiche». Palabra que viene del italiano (pasticcio, que no es más que un… paté! mixtura de diversos ingredientes), y que consiste en una imitación consistente —a veces paródica, a veces respetuosa—, de diversos estilos y/o autores, dando la sensación de ser una creación independiente. Single publicado a fines de 1989, seguramente pasó muchas veces por mis oídos en la radio dejándome la sensación de entrar a una casa conocida, claro, que no es otra que la casa de los Beatles de fines de los 60’s.
La producción musical está enfocada en evocar todos esos clichés beatlescos que parecieron tan auténticos y novedosos en su época, pero que fueron reeditados y citados hasta el cansancio por años de historia de la música pop; solo que quizás nunca fueron tan evidentes y tan bien concentrados en solo 5 minutos como en el caso de esta canción. Por sobre todo priman aquí los guiños a «I Am The Walrus», tales como el pulso y fills de la batería, los coros, risas, el piano Wurlitzer y las cuerdas. Pero también encontramos otros olores insertados, como la trompeta de «Penny Lane», los crescendos caóticos de violines de «A Day in the Life», los gritos y palmas del final de «Hey Jude»; y en general toda referencia que haga salivar al paladar con sicodelia de los años sesentas. Una mirada desde 20 años mas tarde en un Reino Unido a punto de elegir un tercer período consecutivo del partido conservador y Margaret Thatcher; en una de las letras más políticas que escribiera la voz principal del dúo, Roland Orzabal. No en vano, a modo de puente con su época actual, no pasa desapercibido uno de los pocos elementos contemporáneos en la producción: el uso del vocoder en uno de los descansos de la canción.
En el presente 2015, mientras me encuentro investigando y disfrutando de un tardío fanatismo por los primeros discos de Tears For Fears, de golpe me topo con la misma sensación y hago la analogía: el colega Pedropiedra hace unas semanas presentó el primer sencillo de su próximo disco, «La Balada de J. González», y más allá de lo explícito de su título y el conocido vínculo profesional y afectivo del autor con su homenajeado (Pedro forma parte de la banda de Jorge González desde hace años), inmediatamente pensé en la «Sowing the Seeds of Love» chilena, reflexión que le hice saber por Facebook a su sonidista y fue tomada como un piropo. Aquí la producción musical funciona como un ejercicio muy bien logrado de intertexto y diálogo con un pasado reciente y un legado artístico. Si bien a mí me hubiese gustado que el imaginario Prisioneros más trascendente fuera el de «El baile de los que sobran»; el tiempo ha demostrado que el disco Corazones (1990) ha llegado un poco más lejos y sigue teniendo un dejo de actualidad. También en su momento casi se le consideró un primer disco solista de González, y gran parte de su estética hasta el día de hoy quedó definida ahí.
En la canción de Pedropiedra están los charangos, las guitarras acústicas, la máquina de ritmos, los trenes, el tren al sur, yo recuerdo a mi papito y no me importa estar solito; incluso por ahí algo de oye no voy a aguantar estrechez de corazón. Todos olores que me llegan desde mis recreos en el colegio cuando yo tenía 10 años y «Corazones rojos» sonaba en la radio de ese extraño país en su primer año de gobierno de la Concertación. Y al rato me subo al furgón escolar que me llevará a mi casa, donde al fin podré de nuevo respirar adentro y hondo, alegrías del corazón.El Guillatún