El proceso de la búsqueda de la voz propia puede tomar toda una vida, e ilusamente creemos que es propia alguna vez, cuando no es más que la suma de múltiples huellas digitales. Solo que algunos/as nacieron con esa propiedad, seguramente lo llegaron a saber e hicieron de ese conocimiento una leyenda. Es el caso de Chet Baker (1929-1988), trompetista y cantante norteamericano de voz aterciopelada, la cual, se dice, enamoró a toda una generación. De quien no se sabe a veces donde terminaba el trompetista y donde empezaba el cantante, y viceversa; ambas habilidades entrelazadas como un todo en una musicalidad exquisita. Digno de su leyenda, Baker combinó la gloria y lo más alto del podio de íconos de los años ’50 (fama, dinero, mujeres, el ser llamado «el James Dean del jazz»); con su posterior hundimiento y descenso a los infiernos personales por causa de la heroína y una personalidad autodestructiva; proceso que finalizó con su estúpida muerte en 1988 al caer del cuarto piso de un hotel, mientras escalaba los muros en busca de su trompeta olvidada en el cuarto para no toparse con el propietario de este mismo luego de una discusión.
Llegué un poco tarde a Chet Baker, tarde en el sentido de que ya había sentido su huella digital en otras voces, pero en mi archivo de conocimientos no estaba su legado. Como por ejemplo en el brasileño Caetano Veloso, a quien escucho con devoción desde que descubrí la música brasileña hace 15 años, él y João Gilberto (también confeso admirador del trompetista) me abrieron las puertas a un mundo que aún no dejo de explorar. En la línea del árbol genealógico, Caetano actuaría a modo de hijo, João padre, y Chet abuelo. Sé que es un ejercicio vicioso y a veces mala onda dilucidar de dónde vienen las influencias, yo mismo como cantante torpemente luché durante años tratando de disfrazar mis orígenes, cuando no hay nada mejor que exhibirlos orgullosamente. Pero aún así me pasó con Caetano que se me bajó un poquito del pedestal al descubrir que tenía a este abuelo tan ilustre, pero aún así expresé mi descubrimiento con asombro y admiración, el hecho de que ambas sensibilidades lejanas geográficamente se hayan encontrado. El propio cantautor brasileño lo explica en una entrevista que encontré: «Escuché a Chet Baker, que era una especie de confirmación de lo de João Gilberto, pero más purificado, aquella cosa americana, más límpida, pero también más ingenua». En tanto, en su libro Verdade tropical —testimonio autobiográfico del movimiento tropicalista que él encabezó a fines de los sesenta—, se encarga de explicar su encuentro con el trompetista con más efusividad: «Cuando me mudé a Salvador en 1960, el culto a João Gilberto me había llevado no solo a Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan y Billie Holiday, sino también al Modern Jazz Quartet, Miles Davis, Jimmy Giuffre, Thelonious Monk y, sobre todo, Chet Baker, cuyo modo de cantar sin vibrato y con un timbre andrógino ejercía sobre mí, mucho más que sus bellas y discretas improvisaciones en la trompeta, una fascinación inefable».
Fascinación que yo también encontré, pero estoy seguro de que antes de escuchar a Chet, en el único disco de canciones que publicó el también norteamericano, actor, director de cine y ocasionalmente músico, Vincent Gallo, titulado When (2001). La misma androginia en su voz, más la afectación de un personaje sufriente y caótico; quizás el mismo personaje insoportable que protagonizó su ópera prima cinematográfica Buffalo 66’, pero en un modo más calmo y contemplativo. Un disco casero construído con espíritu retro y analógico, cintas, loops, mellotron y guitarras jazzeras a modo aleatorio que van y vienen; pero conducido por la voz del actor y sus letras minimalistas y a ratos medio tontas, como se aprecia en la canción «Yes, I’m lonely».
Desconozco cual habrá sido el alcance de la huella digital de Chet Baker en la formación de Vincent Gallo como cantante, siempre pienso que este último tiene la habilidad de ser actor y quizás podría haber cantado como cualquiera. Pero yo cada vez que me emociono con estos tres músicos y los entrelazo y comparo como si estuviesen compartiendo un almuerzo familiar, me pregunto hasta dónde llega la ruta de la búsqueda de la voz. Si se trata de personificar (actuar), haber tenido la suerte de nacer como talentoso hijo de la tradición musical del país más grande del mundo; o bien de hundirse un poco en los infiernos a ver como se comportan las cuerdas vocales después.El Guillatún