Mi héroe personal Ryuichi Sakamoto acaba de editar un nuevo disco titulado Three que no he parado de escuchar en estos días, y vale la pena retomar su obra y escribir sobre él. Uno de los artistas que cumple con el dogma de esta columna: músico desconocido para las masas con el que tengo una gran conexión emotiva y cuya influencia en mi trabajo ha sido importante.
No puedo recordar con exactitud cuando me inicié en su música, pero recuerdo con claridad las palabras de otro ídolo personal, el recientemente fallecido músico argentino Luis Alberto Spinetta, en una clínica que hizo en Santiago a fines de los noventa a la cual asistí: «Y está Sakamoto, que hace esa música maravillosa con los teclados que le da la Yamaha cada año para estrenar». Yo, siempre pendiente de las influencias de músicos del norte en los sudacas rockeros argentos, quedé con el nombre dando vueltas. Por ejemplo, así fue también que llegué a Prince un par de años después.
Mi segundo encuentro con Sakamoto fue a través del cantautor brasileño Caetano Veloso y su hermosa canción Lindeza, registrada en el disco Circuladô (1991), en donde nuestro artista japonés colabora con delicados arreglos de piano y teclados. Así, diferentes conexiones y sensibilidades comunes me fueron llevando hasta su extenso y multifacético trabajo. Ryuichi Sakamoto tiene una amplia gama de formatos y estilos dentro de su discografía, que abarcan desde la primitiva música electrónica de los años setenta con su banda Yellow Magic Orchestra, pasando por diversos soundtracks de películas (El último emperador, Tacones lejanos, Merry Christmas Mr. Lawrence, entre otras), música pop con voces invitadas de renombre (por ejemplo Iggy Pop en el tema Risky (1987) o Youssou N’Dour en Diabaram (1990)), electrónica de vanguardia en sus duetos junto a Alva Noto o Cristian Fennesz, y por último trabajos junto a su primer instrumento: el piano acústico.
El disco Three (2013) cae en esta última categoría, y consiste en un resumen de su carrera con algunas de sus músicas más emblemáticas al piano, más la compañía de Jaques Morelenbaum (cello) y Judy Kang (violín). O sea, un trío. Es un disco emparentado con otros similares en su historia. Ya en 1996 editó un disco con la misma formación llamado precisamente 1996 y en 2009 otro llamado Playing the piano. Ambos con repertorio muy similar y cuya austera formación deja en evidencia a un melódico y genial compositor que transita, cruza y evade las fronteras entre música docta y popular, occidental y oriental. Su forma de componer al piano tributa en partes iguales al impresionismo de fines del siglo XIX (Debussy, Ravel), a Bill Evans en el jazz y lo acerca a la simpleza e inteligencia melódica de las grandes canciones pop. Prueba de ello es la canción Tango en su versión trío instrumental o en su versión vocal, que perfectamente encajaría en lo mejor del repertorio de un compositor como Antonio Carlos Jobim.
¿Y en qué me influenció Ryuichi Sakamoto? Yo durante años transité deslumbrado por la complejidad armónica del jazz. Incentivado por las músicas argentina y brasilera quizás, llegué a adquirir un manejo más que aceptable del piano, que posteriormente abandoné en un arranque medio punk por los sencillos acordes mayores y menores de una guitarra. La música de Sakamoto me enseñó a conjugar dos cosas —la inteligencia melódica con la búsqueda de la belleza— que se han transformado en mis metas permantentes a la hora de hacer música. Encontré una simetría, orden y perfección en sus composiciones que no cae en la frialdad. Es una música viva, emotiva y personal hecha por un músico del mundo que no conoce fronteras.
Mi único encuentro en vivo con Ryuichi Sakamoto finalmente ocurrió el año pasado. Estando en Buenos Aires, asistí ansioso a un concierto en el teatro Gran Rex en el cual se presentó con el dúo de electrónica ambient y minimalista que forma junto al artista alemán Alva Noto. Salvo un par de guiños a melodías clásicas de su repertorio, me encontré con la grandeza de sus acordes y disonancias al piano, tanto acústico como procesado. Me encontré con el Sakamoto experimental, asimétrico y ruidista. Todo lo opuesto a lo que he pregonado en esta columna. ¡Y vaya que vale tanto la pena como el otro! ¿Qué no es la música si no ruido ordenado? Dejo planteada la pregunta.El Guillatún