Las comparaciones son a veces odiosas y día a día leemos reseñas de artistas nuevos llenos de ellas. Pero lo son sobre todo cuando estamos ante un disco de mucha calidad y que además te conmueve. Cuando en el año 2000 escuché por primera vez el disco Grace, de Jeff Buckley (que en su momento fue considerado como Jimmy Page y Robert Plant en una sola persona), supe que iba a pasar un buen tiempo queriendo repetir esa sensación. Terminaría convirtiéndose en el disco de mi vida y pasaría los años siguientes buscando discos que tuviesen ese mismo espíritu. Una radio virtual de internet que creo que aún se usa (Pandora) fue una de las herramientas que utilicé para la búsqueda, a través de un algoritmo que aglutinaba ciertas sonoridades y características comunes entre varios artistas. Fue así que llegué a conocer varias bandas. Algunas se quedarían para siempre en mis gustos (Red House Painters, por ejemplo), pero no encontré disco similar.
Durante el año 2011 me encontré por ahí en una reseña de nuevos discos, uno que venía con el rótulo de «lo más grande desde Patti Smith». Cuña atribuída al influyente músico y productor Brian Eno, y que se transformó en la punta de lanza para la promoción del debut homónimo de Anna Calvi, joven londinense de ascendencia italiana que armada de su Fender Telecaster y la compañía de dos músicos más (batería, percusión y armonio) se mandó un debut de aquellos, con sus 28 años de ese entonces.
Gracias Brian Eno, porque la verdad, si no fuera por eso ni me habría molestado en investigar.
Se trata de esos discos que, como en mi caso en el que evoqué inmediatamente el espíritu del mencionado debut de Jeff Buckley, tienden a desatar montones de comparaciones y menciones de ilustres nombres opacando lo que más importa: que es un disco de muy buenas canciones. Así uno puede encontrarse en la prensa con su nombre asociado a referentes como PJ Harvey, Siouxie, Nick Cave, Scott Walker, Edith Piaf y una larga lista generalmente relacionada con el buen gusto y la melomanía; lo cual inicialmente me inspiró una entendible desconfianza. ¿Son necesarios tantos nombres detrás cuando hay tanto talento que vale por sí solo?
Más allá de sonoridades reconocibles, como el uso de la guitarra Telecaster (para mi gusto, el sonido más bello producido por instrumento alguno y que yo también he llegado a elegir como propio) y la reverberancia en la mezcla tipo Spaghetti western, destaco la ausencia de bajo. Sí, la ausencia del instrumento de 4 cuerdas le da a este disco una sensación de austeridad bien particular, como de un espacio vacío que nadie quiere llenar y por donde transita un camino desolado, en el que la magnífica voz de Anna, con su furia contenida y a veces desatada, se pasea con sus letras llenas de oscuridad, dramatismo y clichés sacados del mismo imaginario del que bebieron sus padrinos musicales. Títulos efectistas y épicos como Blackout, Desire, The Devil (el diablo, figura recurrente desde Robert Johnson a los Stones), se suman a mis favoritas Suzanne and I y First we kiss.
El disco de Anna Calvi, fechado en 2011 (por estos días ella se encuentra en pleno proceso de grabación de su segundo trabajo), puede escucharse en Grooveshark, y en su sitio oficial de Soundcloud están concentrados varios lados B, colaboraciones y algunos covers. Como el que fue su primer sencillo, Jezebel (de Edith Piaf), o una versión a pura guitarra de Joan of Arc, original de nuestro querido Leonard Cohen, y que nuevamente me hace emparentarla con el difunto Jeff Buckley.
¿Toda la música que te gusta concentrada en un solo artista? Parece como un sueño, pero si además las canciones son buenas, ¡mejor aún! Supongo que fue así. Llegué a esa conclusión al averiguar por qué este disco me gusta tanto.
Tanto fue el impacto en su momento, que la escucha de esta chica llena de influencias de gente que adoro terminó inspirándome directamente para la composición de una de las canciones de mi último disco, operando como un filtro de café de la mejor mezcla.El Guillatún