Afortunadamente en el caso de James Blake, joven músico electrónico, DJ, pianista y cantante británico con dos discos y numerosos EPs editados, se cumple la norma de esta columna: mientras toca por todo el mundo apareciendo en carteles de numerosos festivales y suma ilustres fans como Stevie Wonder o Kanye West, en Chile su música concita un interés casi nulo, básicamente entre músicos y melómanos, y si es que.
Más allá de su habilidad para producir y crear un sonido que —en mi opinión— parece de lo más auténticamente moderno o vanguardista que he escuchado en el mainstream de esta época (porque una cosa es ser vanguardista en el indie, y otra es que conmuevas a Stevie Wonder, por ejemplo… ¡es el fucking Stevie Wonder!), quiero detenerme en esta columna en el talento de James Blake como compositor de canciones, algo que se revela aún más claro en su último disco Overgrown (2013).
Me introduje en la música de Blake gracias a un amigo de Iquique que me mostró su primer largaduración homónimo (2011), en una de mis visitas a esa ciudad. El disco sonó en repeat toda una tarde y una de las canciones que más me quedó dando vueltas fue su himno mántrico The Wilhelm Scream, el single que lo hizo mundialmente conocido. Un disco revolucionario lleno de pausas y silencios en esta época absurda de guerra por el volumen, que esbozaba a un potencial cancionista aún envuelto en la piel del músico electrónico y DJ. Fue en esa época que tuve la oportunidad de presenciar su show en vivo en Buenos Aires, evento que cerró con una conmovedora versión de A case of you, original de la cantautora canadiense Joni Mitchell, la cual dejaba abierta la interrogante: ¿sería capaz Blake de crear un segundo disco en el que las grandes canciones se impusieran a la revolución sonora?
Afortunadamente no fue tal cual lo pensé… la canción Overgrown, que abre este disco del mismo nombre publicado en abril de este año, es descolocante. Olvidando que la música de James Blake está llena de silencios, espacios y dinámicas, mi ansiedad me hizo escuchar por primera vez este disco en medio de todo el bullicio del terminal San Borja, una tarde en que partí a Melipilla a dar un concierto. Una misteriosa melodía vocal se abre paso entre una línea de bajo pedal y se pasea por diferentes modos que mi atrofiado oído contaminado por el ambiente no consigue encarrilar en una armonía definida. La canción avanza y noto como se van repitiendo ciertos motivos y apareciendo nuevos timbres, mientras maldigo mis estudios académicos que me impiden disfrutar de esta música de otra manera. ¡No hay nada que entender! El tema explota al final y se revela orquestado y grandioso. La armonía que tanto reclamaba para entender la canción ahora aparece, y me deforma la melodía original, la cual no logro reconocer hasta varios días después, que siempre fue la misma. ¡Qué grande Blake! En 5 minutos arrasó con toda mi estructura mental y me dejó marcando ocupado como pocas canciones lo hacen.
Así pasan los días, entiendo un poco más su aproximación a la canción y me atrevo a elaborar una hipótesis: el tipo no perdió nunca al DJ de vista. Su forma de componer en este disco alcanza el perfecto equilibrio entre el cancionista y el remezclador, todo en una sola persona. El autor y el sampler de sí mismo. A lo largo del disco esta técnica se sigue repitiendo, el mantra de la segunda canción, I am sold («And we late, nocturnal, speculate what we feel») se amolda a la perfección a cualquiera de sus secciones, y el gospel de Retrograde se basa en un loop de voz que se adapta fácilmente al carácter festivo de una armonía mayor como al dramático de una menor, algo que los Beatles hace muchos años ya intentaron con Love me do, y hago la relación después de leer a Charly García en esta entrevista hace pocos días.
Ahora, obviando términos musicológicos, el disco está conformado también por bellas baladas de amor al piano, en donde aparece el fantasma de Nina Simone (Our love comes back), letras minimalistas y fragmentadas al igual que las técnicas de edición en la música electrónica, aproximaciones al dance y al hip-hop (el feat del rapero RZA en Take a fall for me), y ya lo tengo suficientemente digerido para no preocuparme más de cómo y qué hizo el autor, sino de disfrutarlo como mi favorito del año.
Sin embargo, como músico curioso me quedan un par de dudas: ¿cómo habrán sido estas canciones antes del proceso de remix? ¿Se impondrá definitivamente el gran cancionista que se atisba en un próximo disco? No hay nada que entender. Mejor recomiendo ver uno de sus últimos conciertos, un estupendo ejemplo de música electrónica interpretada completamente por humanos.El Guillatún