Hay trayectorias musicales que toman toda una vida en recorrer diversas mutaciones estilísticas y crear un mundo complejo que se refleja en extensas discografías (ejemplos que se me vienen a la memoria: David Bowie, Miles Davis y Caetano Veloso), así como hay otras que sólo tuvieron pocos años para brillar y vaya que sí lo hicieron, a la manera de Roy Batty, el androide protagonista de la película Blade Runner que estaba programado para morir a los 4 años. De esos la historia del rock está llena, pero pocos tuvieron reconocimiento en su época y éste generalmente llegó más tarde, ya sea como influencia en músicos posteriores (Thom Yorke de Radiohead, fan confeso) o por su descendencia ilustre (el también fallecido cantautor Jeff Buckley). La presente columna trata sobre Tim Buckley (1947-1975).
9 discos en 8 años fue el legado que dejó este solista nacido en Washington D.C., pero criado y realizado artísticamente en California, donde compartiría escena con figuras como The Doors y Frank Zappa. Dueño de una prodigiosa voz —cuenta la leyenda que su rango alcanzaba hasta tres octavas y media—, magnética, dramática y hasta operática como pocas en la época; su evolución estilística como compositor fue acelerada como si supiera que el tiempo no estaba de su lado. Murió tempranamente a la edad de 28 años producto de la mezcla de heroína y alcohol.
Su homónimo debut (1966) y Goodbye and Hello (1967) son discos marcados por la sonoridad folk-rock de la época, intercalando tanto temáticas intimistas (I never asked to be your mountain), como mensajes políticos y antibélicos (No man can find the war). La escasa repercusión comercial de ambos trabajos en vez de alentar a Buckley a dar un giro más amable, lo vuelve más hacia adentro: su tercer disco experimenta con el jazz y la improvisación. Happy Sad (1969) es un álbum marcado por la sonoridad de instrumentos como el contrabajo y vibráfono, con sólo 6 canciones, entre las que destaco la que para mí es una de las cumbres de su obra, la suite de 10 minutos Love from room 109 at The Islander.
Dos discos publicados en el año 1970 marcan caminos distintos. Blue Afternoon es su despedida (al parecer sin retorno) del folk y la canción, un álbum oscuro y a ratos amargo («Well I was born a blue melody / A little song my mama sang to me it was a blue melody» – Blue melody); mientras que Lorca (titulado así como homenaje al poeta español) es la puerta de entrada al mundo del avant-garde, la consolidación del uso de la libertad del jazz y la disolución de la forma tradicional de canción (Anonymous proposition). Sin embargo su obra maestra estaba por venir, el disco Starsailor fue publicado ese mismo año y en este trabajo encontramos el punto más alto del talento de Tim Buckley como vocalista: el uso de la voz humana como un instrumento más. Clusters de voces que parecen venidos desde el espacio en Starsailor, los alaridos de Monterrey y la que terminaría siendo su canción más trascendente, Song to the siren, rescatada en épocas posteriores a modo de cover por variados artistas (This Mortal Coil, Bryan Ferry, Robert Plant, George Michael).
Un radical cambio lo apartó de la ruta experimental en el año 1972 y lo devolvió a la canción tradicional, esta vez en clave de funk californiano. Greetings from L.A, Sefronia (1973) y Look at the fool (1974) se titularon sus últimos 3 trabajos, quizás los más accesibles desde el punto de vista comercial (Get on top), discos que atrajeron a nuevo público y alejaron al anterior, pese a no lograr aún el esquivo reconocimiento y éxito masivo. Su abrupta muerte en 1975 truncó una carrera prometedora en cuanto a prolificidad, pero intrascendente en su época e ignorada por sus pares (no vas a encontrar ninguna palabra sobre él de parte de gente como Dylan, Joni Mitchell o Neil Young). Sería su hijo Jeff quién tomaría la posta en los años 90 presentándose ante la intelectualidad neoyorquina en un concierto tributo a su padre realizado en el año 1991 y saltando al estrellato tras este evento. Jeff Buckley heredaría su talento, pero lamentablemente también su trágico destino al morir prematuramente en el año 1997.
Todo un universo por descubrir hay en la obra de Tim Buckley y a veces cuesta creer que una historia creativa tan intensa y fluctuante haya transcurrido en tan poco tiempo, quizás el mismo tiempo que toma cruzar todas las notas de tres octavas y media.El Guillatún