Juan Radrigán es una de las figuras más respetadas del Teatro Chileno. Comenzó a escribir teatro cuando se dio cuenta de que sucedían hechos inaceptables que no se podían callar. Alzó su voz como los profetas de la antigüedad, para hacer ver los errores y clamar por la enmienda. Nos mostró a seres solitarios, al margen de la sociedad, pero que conservaban su dignidad. Lo mejor para sus obras es un estilo directo, natural. Isabel desterrada en Isabel fue representada en muchos lugares, no necesariamente teatros, por personas que no eran actrices, que iban diciendo el texto de Radrigán como algo propio, como parte de sus vidas, y el efecto era sobrecogedor. Hechos Consumados es una de sus obras más representadas, la han interpretado grandes actores y actrices, pero las memorables primeras representaciones de Pepe Herrera, Silvia Marín, Mariela Roi y Nelson Brodt, en un escenario casi vacío, con sólo unas piedras al medio para poner sobre ellas una tetera, me parecen insuperables. Con los éxitos, con los viajes, naturalmente fue cambiando, pero su sencillez y su profundidad para enfrentar problemas centrales que no están resueltos, permaneció y produjo esa admiración y respeto con que hasta hoy se siguen sus obras.
En Clausurado por ausencia encontramos al Radrigán de siempre, pero con algunas variaciones. Escrita el año 2007, después de una invitación a Alemania a presentar sus obras y participar en talleres de creación, intenta un lenguaje más moderno y con nuevos símbolos. El texto se hace fragmentario, pasa sin transición de una situación a otra, juega más con las escenas e introduce frases en alemán. Muy destacado al comienzo es el letrero «Arbeit macht frei», luego se saca por ignominioso y se vuelve a colocar al final; seguramente no llega a tener un sentido claro para la mayoría del público, que necesitaría entender bien qué significa, dónde fue colocado durante el nacismo y qué relación se puede establecer con situaciones de la dictadura en Chile.
Radrigán crea una imagen: para honrar la memoria de los asesinados en dictadura se ha construido un Mausoleo y las autoridades vendrán a inaugurarlo. Imagina la historia a partir de un hecho real: en el patio 29 del Cementerio General fueron enterrados clandestinamente muchos asesinados. Por acción de varias instituciones, entre ellas la Vicaría de la Solidaridad, se inició un procedimiento judicial que permitió que fueran exhumados y algunos pudieron ser identificados. Después de años sus cuerpos se devolvieron a sus familias. Pero Radrigán pensaba que se debió hacer más: construir un Mausoleo para honrarlos. En la obra ese Mausoleo se construyó, pero las autoridades, preocupadas de otros temas, entre los que está la reconciliación, no van a inaugurarlo aunque lo han prometido muchas veces.
La obra concluye con un canto, al modo de los «cuandos» argentinos, en el que dice hasta cuándo van a permanecer impasibles, «¡Cuándo defenderá sus sueños, / cuándo saldrá del letargo». Porque Radrigán no aceptaba el perdón. José, personaje de la obra, dice un poco en broma, «me ha venido un ataque de lucidez», si hemos encontrado los cuerpos de los asesinados, tiene que haber asesinos, y a ellos hay que buscarlos y condenarlos. Por otra parte, al ir a Alemania estuvo en contacto con muchos exiliados, y de ellos dice «resistieron el acoso y la tortura, pero no resistieron la libertad, y fueron hechos polvo por las vitrinas, la nostalgia y las divisiones partidistas». Terminaron siendo de ninguna parte. Y lo más duro es su afirmación: «con dictadura o sin dictadura hubiésemos llegado igual a ser lo que somos». Es lo que pensaba. No borraría esa frase, pero tiene que habérsele hecho difícil que se representara. Quizás fue una de las razones por las que tuvo la obra guardada casi diez años.
Francisco Krebs, gran director de obras más experimentales, hizo lo que pudo con este texto extremadamente complejo y fragmentario. De entre los muchos elementos de la obra trató de resaltar el aspecto lúdico y su humor, pero el resultado es una serie de juegos algo inconexos, con una casi constante sobreactuación que en sí misma puede ser humorística, pero que, como se entiende poco lo que dicen, más bien impide captar las proposiciones centrales de la obra. Mejor entendemos los parlamentos de Miguel Ángel Acevedo, que tiene mejor manejo de la voz y de su personaje José, que ya interpretó en la versión del año 2007.
El GAM, el Centro Cultural con mayor audiencia y convocatoria, tendría que asumir que sus salas del sector B, pensadas para ensayos pero que desde hace años se emplean como salas de teatro, requieren adecuar su acústica. Debe ser caro y difícil, pero soluciones técnicas tiene que haber.El Guillatún