Informe para nadie contiene toda la imaginería y cosmovisión de Juan Radrigán en una suerte de compendio de sus obsesiones y temas fundamentales. El tono apocalíptico, el humor sórdido, la sensación de que nadie está realmente entregado a lo amoroso y que es una utopía la convivencia. Especie de Evangelio de los Miserables, el texto de Radrigán se permite tener incluso briznas de amarga comedia que alivian la atmósfera opresiva, donde los personajes hablan más como ángeles caídos o expulsados del Paraíso que como mortales comunes y corrientes. Sus textos son de una belleza homicida, como disparos, como puñales, llenos de enseñanzas y reflexiones que se dejan leer tanto dulces como terribles.
Sus tres personajes discuten una extraña sucesión en un mundo extinto donde no sabemos quién podrá salvar una especie suicida. Martín lleva tiempo allí enredado en su amargura de más de sesenta años, Isidro y Eloísa, más jóvenes pero también golpeados por el deterioro y el daño de una tierra sin esperanzas, intentan algo que se parezca a la salvación. Ellos buscan algún encuentro, alguna posibilidad de fertilidad en tiempos yermos. La oscuridad se los come y nos encontramos con esos debates del universo radriganesco donde lo más importante es preguntarse qué hay más allá del escepticismo severo con que el autor sanciona la condición humana.
Con un ritmo pausado pero ágil, engañoso, traidor, Radrigán deja caer sus sentencias por momentos de gran ingenio, de esas que obligan a releer de puro gusto y de puro asombro y de la certeza que se nos habla del fondo de la experiencia agónica.
Suerte de recorrido por toda su obra, Informe para nadie es una feliz introducción a la obra de nuestro autor, sólida y potente. Podría ser una continuación de Hechos consumados en clave aún más fin de mundo, pero a mi parecer llega más lejos y salpica a la concurrencia de bilis aunque sus personajes parezcan payasos en decadencia, degradados seres sin dios ni ley, preguntándose realmente qué destino existe para un mundo en ruinas, devastado, donde los recuerdos se cargan de imágenes de la historia presente de nuestro país.
Se recomienda su lectura a todo aquel que quiera adentrarse en un mundo absolutamente singular, más Radrigán que nunca, apóstol evangelista de una tierra donde dios no se ha manifestado ni se escucha su voz ni sus pasos y donde el hombre debe reconstruirse en una moral carcomida por la desesperanza.
Sin duda, de los textos mayores de Juan Radrigán.El Guillatún
Informe para nadie
Juan Radrigán
Amar y soportar; esperar hasta que
La Esperanza cree,
de sus propios despojos, aquello que anhela…
—Shelley
Fuego, brasas. Tras él un hombre y una mujer. La mujer —Eloísa, cuarenta y ocho años o algo así— asa una manzana ensartada en una varilla, un paño que cuelga de él cubre su brazo y su mano izquierda. El hombre —Martín, quizás sesenta años— mordisquea otra manzana en su estado natural. Más de éstas apiladas en algún lugar. Todo el entorno cubierto de sombras y silencio.
ELOÍSA: (Señala) Estás ocupando el lado de Isidro. (Silencio) ¿Por qué?
MARTÍN: No me molestes, déjame desayunar tranquilo. Necesito pensar.
ELOÍSA: ¿Dónde está?
MARTÍN: Sepa Dios. Si es que todavía sabe algo. No fastidies, quizás todavía duerme o se levantó a mear y se perdió en las tinieblas.
ELOÍSA: (Mira hacia las sombras) No, lo hubiésemos sentido gritar.
MARTÍN: Sí, pero mejor deja las suposiciones en paz.
ELOÍSA: ¿Tienes miedo?
MARTÍN: Rabia, impotencia.
ELOÍSA: A mí me da pavor pensar en las ratas, se decía que eran capaces de sobrevivir a todo desastre. Y son fecundas y voraces.
MARTÍN: No temas, nosotros también somos fecundos y voraces.
ELOÍSA: Qué asco. (Pausa) Pero yo había dicho una linda frase sobre la soledad.
MARTÍN: Sí te escuché. ¿A quién se la robaste?
ELOÍSA: A nadie. Decir que la soledad es la anemia del alma no es como para robársela a nadie.
MARTÍN: Claro, lo que pasa es que esa frase no calza con tu ignorancia. En todo caso lo que dices pasó mucho antes de que quedáramos a oscuras. (Pausa) Los solitarios estaban en todas partes. Inmóviles, erosionados por un horror blanco del que no podían, no sabían o no querían defenderse. Sí, lo recuerdo bien, llegó un momento en que el lugar más poblado de la tierra fue la soledad, en que no hubo dónde meter tanta gente sola. (Pausa) Pero el tema no me interesa. Hoy no.
ELOÍSA: A mí menos.
MARTÍN: Tú empezaste.
ELOÍSA: Fue por decir algo. Eres más viejo, más feo y más burdo, pero cuando te agarra el silencio me recuerdas a mi marido. Y es un recuerdo monstruoso. ¿En qué piensas?
MARTÍN: En por qué no les preocupa lo que haremos para matar el tiempo cuando ya lo hayamos dicho todo. Y en qué habrá sido de mi flauta dulce, me relajaba.
ELOÍSA: ¿En eso? Qué manera de perder el tiempo. Yo ocupo el silencio de este velorio universal en un inservible intento de reconciliación conmigo misma.
MARTÍN: Una soberana estupidez.
ELOÍSA: Se hace lo que se puede.
MARTÍN: Si te estás limpiando por dentro para meter a Isidro entre tus piernas te recuerdo que ya nunca volverás a ser ni virgen ni pura ni honorable.
ELOÍSA: No me refería a eso, Isidro y tú me importan un pito, un rábano.
MARTÍN: Eso es enteramente fálico.
ELOÍSA: Más fálico es echar de menos una flauta. Y dulce además.
MARTÍN: No ahondaré en tus traumas, puerca, lo que importa es tratar de descubrir si existe algún significado detrás de esta sobrevivencia siniestra.
ELOÍSA: No hay quien pueda responder a eso, cuerdos y dementes se pudren entre las sombras y los escombros.
MARTÍN: Pero la vida no ha muerto, es a ella a la que debemos obligar a responder. Y he tomado la irrevocable decisión de darle un ultimátum.
ELOÍSA: ¿Ah, sí? ¿Cuándo?
MARTÍN: Mañana.
ELOÍSA: Hemos perdido la noción del tiempo, ¿cómo sabrás cuando será mañana en esta masa de tinieblas?
MARTÍN: El cuerpo me avisará, tal como avisa cuando hay que comer, dormir, fornicar y todo eso.
ELOÍSA: ¿Decidiste suicidarte?
MARTÍN: Nunca, sería un final demasiado humillante. Tampoco tiene relación directa contigo, tú no apareces ni en mis peores pesadillas pornográficas.
ELOÍSA: Entonces se trata de Isidro.
MARTÍN: Menos, sus ataques de histrionismo ñoño me tienen harto, pero no como para matarlo.
ELOÍSA: No se me ocurre nada más. Déjame preparar mi desayuno tranquila, viejo siniestro.
MARTÍN: No hay nada siniestro en lo que me propongo hacer, los héroes de las tragedias somos nobles.
ELOÍSA: Egocéntricos. Burgueses egocéntricos que urdían atroces intrigas para ser glorificados.
MARTÍN: Cretina. Con una yegua insulsa que lo festina todo no se puede dialogar. (Da rabiosos mordiscos a su manzana)
ELOÍSA: A mí me pareció una sesuda opinión. (Martín responde con dificultad) Traga antes de hablar, cerdo, no te entiendo nada. (Martín vuelve a farfullar algo) ¡Traga, asqueroso!
MARTÍN: (Expulsa lo que come hacia el fuego) Zafia de mierda, vieja insoportable. ¡Haber muerto millones de inocentes y haber quedado viva esta harpía!
Emerge Isidro de las sombras. Treinta años o algo así. Usa un palo a guisa de bastón.
ISIDRO: No te alteres, Sancho, el desayuno te caerá pésimo. (A Eloísa) ¿Por qué no me esperaste? Esa no es forma de tratar a tu señor. Cuando de yantar se trata es menester respetar ciertas urbanidades.
MARTÍN: Creímos que habías muerto. Estábamos fijando la fecha de nuestra boda. También acordamos el nombre de nuestro hijo, se llamará Martín, como su padre. (Se señala)
ISIDRO: ¿Es cierto? ¿Arde la traición en vuestros pechos? ¡Majaderías, tonta ella y tonto él son amores de papel! (Ríe)
ELOÍSA: ¿Cómo quieres tus manzanas? ¿Crudas, cocidas o asadas?
ISIDRO: Asadas. Pero cuida que no se te quemen, que torpe y traidora ya es mucho.
ELOÍSA: Entonces ásalas tú, yo no soy tu china, cojo de porquería. Y si quieres pelear pelea con este patán que ocupó tu puesto de puro prepotente.
ISIDRO: Dime cuenta de su desafío, y como macho de la manada debiera destrozarlo. Pero hoy miro la vida de una manera enteramente nueva. Me siento bello, confiado y ganoso. Quizás sea sábado o domingo, eran los días en que solía sentirme así.
MARTÍN: Es jueves.
ISIDRO: Imposible, el jueves no es el comienzo ni el fin de nada. Debe ser domingo. (Huele) Y primavera además. Una hermosa primavera.
MARTÍN: Invierno. (Señala a su alrededor) En un mundo muerto.
ISIDRO: ¡Primavera, la siento en la sangre! (A Eloísa) ¡Dile a este amotinado que es primavera!
ELOÍSA: Sería inútil, las pruebas que presenta son abrumadoras.
ISIDRO: No te pongas legalista, él es el más débil, eso hace que sus pruebas no tengan ninguna validez.
ELOÍSA: Oligarca de mierda.
ISIDRO: Realista. En todo conflicto, fuera de la índole que fuera, triunfó inevitablemente el más fuerte. Pongo a la historia por testigo.
ELOÍSA: No sirve, está muerta.
ISIDRO: Entonces pongo a la Santísima Trinidad.
ELOÍSA: También está muerta.
ISIDRO: ¡Eran tres!
ELOÍSA: Los tres murieron. Con olor a santidad, pero murieron.
ISIDRO: Pucha, fue heavy la cosa.
ELOÍSA: Heavy.
MARTÍN: (Se para) ¿Y quién putas te metió en la cabeza que eras el más fuerte?
ISIDRO: La selección natural. Pero no me presiones, con Eloísa hemos decidido matarte mentecato, así que no me presiones.
MARTÍN: ¡No me mató la hecatombe y me va a matar un par de mutilados! ¡Tú llegaste a mendigar amparo, cojo malagradecido, y puedo echarte como a un perro en cuanto se me antoje!
ELOÍSA: ¡Aquí no sobra nadie!
ISIDRO: ¡Sí sobra, yo soy Caifaniano hasta los huesos!
MARTÍN: (Sorprendido) ¿Y eso qué es?
ISIDRO: Que sigo la doctrina de Caifás. Él dijo que era bueno que un hombre muriera por el pueblo, y no que pereciera todo el pueblo.
ELOÍSA: Por lo que sé se refería a Jesús; pero este ordinario no es Jesús.
ISIDRO: No. Pero debe morir para que haya paz en el pueblo. No me contradigas, es una receta probada y aprobada por reyes, presidentes y menguados tiranuelos.
MARTÍN: ¿Hablas en serio, tullido?
ISIDRO: Estoy en guerra con mis sentimientos, si vencen mis demonios no tienes salvación, aunque lleves encima largos años de vejez y matarte sea gastar pólvora en gallinazos.
MARTÍN: (Vuelve a sentarse. A Eloísa) ¿Tú no estás de acuerdo, verdad?
ISIDRO: Es inoficioso preguntarle, su merced no quiere abrir las piernas para que entre la vida a su vientre, lo que significa que la sobrevivencia de la especie le importa un comino.
ELOÍSA: Compartiendo con ustedes me queda claro que nada ha cambiado. Somos los mismos de hace diez, cien o mil años atrás. No tenemos semillas nuevas que sembrar.
ISIDRO: Tu brutal desencanto no me arredra, la esperanza y los sueños son siempre nuevos y poderosos, tú pon el terreno yo me encargo de sembrártelo. Aún existe algo o alguien que tiene buenas intenciones para con nosotros. Ninguna tragedia, ningún juicio ni ninguna otra amenaza conocida o desconocida podrán apartarme de esa creencia. Vale.
ELOÍSA: ¿Tuviste mujer alguna vez?
ISIDRO: Por supuesto. Sobróme el amor, señora.
ELOÍSA: Entonces confórmate con eso o con las manos, pero déjame en paz.
ISIDRO: ¡No se trata de sexo, hablo en nombre de la humanidad, no hay luces, no hay caminos, no hay casas, hijos ni canciones, tenemos que parirlo todo, tenemos que parir un mundo!
ELOÍSA: ¿Para qué? Nunca pudimos decidir el contenido de nuestra existencia, desgraciado, siempre tuvimos encima un poder carnívoro, amoral y oligofrénico que decidía por nosotros hasta cuando comprábamos un quilo de pan.
ISIDRO: No volverá a suceder, cada hombre tendrá su camisa y cada mujer su hogar. No habrá seres humanos que solo tengan acceso a lo intrascendente o miserable de la vida, lo juro (A Martín) ¡No puede seguir negándose, el futuro no puede depender de los caprichos de una resentida!
ELOÍSA: ¡Siéntate, desayuna y déjate de estupideces!
ISIDRO: ¡No me grites!
ELOÍSA: (Se para) ¡Te grito y te recontra grito cuando se me antoje!
Martín toma un leño encendido, lo enfrenta.
ISIDRO: ¿Habéis complotado en mi contra? ¡Ay de mí, ay, desgraciado de mí, que iba hacia la gloria y caí en horrendos precipicios! ¡Habitantes del dolor, mi nueva patria, heme aquí traicionado por aquellos en quienes confié ciegamente! El hombre amenaza con siniestra antorcha, la mujer cierra las puertas de la posteridad con feroz egoísmo. ¿Qué engendró la traición en sus pechos? Libre de pesadumbres creí estar al amparo de mi íntegro proceder, y he aquí que virtud alguna pudo librarme de las tenazas de la maldad. La duda me invade, el horror me invade. La probidad no pesa en la balanza, la bondad es castigada. ¿Cuál era entonces la manera correcta de conducirse en la vida? ¡Vive Dios que no lo sé!
ELOÍSA: Y nunca lo sabrás, payaso, ya no hay dioses que escuchen a los aterrados. Siéntate y come tus manzanas.
MARTÍN: Y no te preocupes por el futuro, he tomado una importante decisión.
ISIDRO: No me interesa, eres un hombre perverso; llegué saludando alegre y positivamente y derrumbaste cada una de mis ilusiones. Tendré que repensarlo todo, porque tampoco confío en ti, Eloísa. No tienes discernimiento, eres como el Asno de Buridán, que frente a dos apetitosos fardos de pasto no pudo decidirse nunca por ninguno y murió de hambre.
ELOÍSA: Probablemente no vio amor en ninguno y prefirió morir.
ISIDRO: El amor nada tuvo que ver al comienzo de la vida. Adán actuó instintivamente.
MARTÍN: Eso fue porque todavía no se había inventado la poesía.
ELOÍSA: Exacto. Ese es el quid del asunto, sin poesía no pueden llegar a mí, y hay más poesía en el gruñir de los chanchos que en ustedes.
ISIDRO: Te equivocas, desnudo soy salvajemente poético, y siempre se dijo que la belleza salvaría al mundo.
MARTÍN: De monsieur Adán et madame Eva solo sabemos con cierta certeza que fueron obligadamente vegetarianos, que andaban obligadamente desnudos y que vagaban obligadamente por una dulzona paz sin pasión. De su aspecto físico nada sabemos, pero uno fabricado de barro y la otra de un hueso, es dable suponerlos feísimos.
ELOÍSA: No lo creo, el modelo fue espectacular, y se decía que los había hecho a su imagen y semejanza.
MARTÍN: Físicamente Él no se conocía, todavía no se habían inventado los espejos.
ELOÍSA: Pero estaban los ríos, cuatro si mal no recuerdo. Lo que le daba cuatro posibilidades de conocerse.
MARTÍN: Por quietas que estén las aguas dan una imagen distorsionada, eso me da la razón. Por lo demás, los ríos eran cinco.
ELOÍSA: ¡Cuatro!
MARTÍN: ¡Cinco!
ELOÍSA: ¿Cuatro, farsante, el Pisón, el Gihón, el Tigris y el Eufrates!
MARTÍN: ¡Cinco, huevona! ¡Y te callaste!
ISIDRO: Calma, discreción, Sancho; esa no es forma de tratar a una dama, por muy venida a menos que esté. ¿Cuál era ese quinto río y cuál era su importancia? Me interesa, debo saberlo todo, mi pueblo pereció por falta de conocimientos, no quiero que vuelva a suceder.
ELOÍSA: A mal palo arrimaste tu hacha, este viejo piojoso es un chanta, los ríos eran cuatro.
MARTÍN: Cinco, tarada, el quinto era el Leteo, río madre que regaba el huerto y que parió a los otros cuatro. Dice la leyenda que sus aguas producían olvido.
ISIDRO: ¿Y por qué el buen Dios no les dio a beber de esa agua a nuestros padres en lugar de expulsarlos de su hogar?
MARTÍN: Supongo que eso tuvo que ver con la formación de su carácter; pero nada sabemos de su pasado, excepto que venía del caos, la nada y la obscuridad, lo que no es venir de una familia muy normal.
ELOÍSA: Ese origen turbulento podría explicar su personalidad inestable.
MARTÍN: No lo creo, salvo las de los generales nunca existieron reglas generales.
ISIDRO: El remedo de padre que tuve aseguraba que el santo Dios era ateo, un ateo innato. ¿Qué piensan ustedes?
MARTÍN: Desde luego que era ateo, pero eso no lo sabemos de su puño y letra porque no le rindió cuentas a nadie ni desclasificó documentos.
ELOÍSA: Y tampoco tuvo que dar la cara porque inventó la voz en off.
ISIDRO: ¿Y era de derecha o de izquierda?
MARTÍN: Parece que después del diluvio inventó la democracia, pero como nunca encontró la forma de hacerla posible democráticamente dejó el asunto hasta ahí nomás.
ELOÍSA: Aunque en su vejez se inclinó por los pobres. Al menos eso fue lo que contó un jardinero de su huerto.
ISIDRO: ¿Qué más contó? ¿Cómo era ahí la vida? ¿De dónde sacaba las reglas de comportamiento que imponía?
ELOÍSA: Del amor. Pero ese fue uno de sus inventos tardíos, al parecer no alcanzó a perfeccionarlo. (Mira a su alrededor) Sí, eso es evidente.
ISIDRO: (Se para, escudriña las sombras, vuelve) Habladme de mis padres. Habladme largamente de ellos, pero sin que la agudeza de la que hacéis uso y abuso desvirtúe el contenido de la historia. Es bueno el cilantro pero no tanto.
MARTÍN: De ellos no hay mucho que decir, Isidro, al parecer tuvieron un tiempecillo de feliz holganza en un jardín, pero en esencia fueron una pareja trágica que caminó hacia ninguna parte por el temor, la soledad, la confusión y la puta madre que los parió.
ISIDRO: Bufoneas de nuevo, los muertos y nosotros sabemos que no tuvieron madre.
ELOÍSA: Tienes razón, no la tuvieron. Engendros huachos, raza insultada y correteada nacida por obra gracia y desgracia de un milagro atroz.
ISIDRO: No fueron paridos sin nada y por nada, tenían que vivir y multiplicarse, comer y no ser comidos, inventar techos y murallas, pero eso no era todo, desnudos sobre la tierra desnuda tenían que fecundar un hogar. Tal como tenemos que hacerlo nosotros.
ELOÍSA: Las pinzas.
MARTÍN: Las huevas.
ELOÍSA: Las carnes no aguantan más cansancio. El hogar está en ruinas, el exilio abarcó toda la vida y el dolor y el pavor pesan como si fueran de piedra.
MARTÍN: Es un regreso devastador, no cabe duda.
ELOÍSA: Ya nada queda ni en pie ni en ruinas, hermanos locos, todo es tinieblas y silencio, los ojos son inútiles, la respiración absurda. Esto no merece ni siquiera el nombre de muerte, esto no merece el nombre de nada ¡Qué mierdas fue de Dios, qué fue de su creación y su proyecto, dónde está para que nos perdone o termine con nosotros!
MARTÍN: Él no hará ninguna de las dos cosas, señora. Dicen que después de haber visto partir a sus hijos sus ojos crearon la tristeza, que luego cerró las puertas, que borró las huellas de regreso, y que mientras todo se destruye a su alrededor con infinita lentitud Él permanece sentado allí, sin muerte y sin destino, a la espera de nada.
ELOÍSA: Como nosotros.
MARTÍN: Como nosotros.
ISIDRO: (Canta después de un silencio)
El sargento Quiebrapiernas
ama mucho a su país,
cuida bancos, quema libros
canta marchas y es feliz.
En su casa nada vale
si a él no se le antoja,
no se entra no se sale,
no se mueve ni una hoja.
Su locura es un alud
que aplastó la niñez,
que masacró la juventud
y hará inútil la vejez.
El sargento Quiebrapiernas
es orgullo nacional,
es el triunfo de la patria
sobre el rojo criminal.
ELOÍSA: ¿Y eso?
ISIDRO: Recuerdos de infancia y adolescencia. Mi padre, no sé si les ha quedado claro, fue un bruto de tomo y lomo que tenía su propio campo de concentración en nuestra casa, con todas las reglas absurdas e inhumanas que eso significa. Pero mi madre soportó todo el peso de ese infierno porque tenía una misión que cumplir: salvarnos a mí y a mis hermanos del odio y la desesperanza. Y lo logró, en las más crueles condiciones del mundo, lo logró. (Pausa) Mi madre era flaca, blanca y larga como un espárrago… Nació hermosa, pero en ese tiempo solo los ojos le quedaban con vida… mi madre… mi madre… No, no diré más, solo agregaré que nada me impedirá salvarlos, que no puedo.
MARTÍN: (Lo bendice) La vida te escuche, te guíe y de un trono.
ISIDRO: ¿Lo dices es serio?
MARTÍN: No lo sé. Pero tengo sesenta años y ya no necesito mentir.
ELOÍSA: Tienes mucho más, esa cara de puta vieja no se consigue en sesenta años.
MARTÍN: Sesenta.
ELOÍSA: ¿Entonces por qué estás tan estropeado?
MARTÍN: Yo qué sé. Decisiones erradas, espejismos, tristezas.
ELOÍSA: Sin eufemismos.
MARTÍN: Culpas, dolores, remordimientos. Los muertos insepultos que no nos dejan en paz.
ELOÍSA: Déjate de vaguedades, qué muertos.
MARTÍN: Los aplastados por nuestros actos crueles, por nuestras decisiones viles. (Pausa) Para soportar eso apelamos a los mitos del inconsciente, a lo inacabado que somos, a las herencias iniciales, y a cuanta patraña existe y que no sirve de nada.
ELOÍSA: (Va hacia Martín, examina concienzudamente su rostro) Confusión… Restos de hogar… Huellas de mujer. Nada grave, una simple y permanente tristeza.
ISIDRO: (Se sienta) Todos los hombres la sufrimos, excepto mi madre, ustedes fueron una peste.
ELOÍSA: ¿Entonces por qué el acoso permanente?
ISIDRO: Imperativos de nuestra naturaleza. Comúnmente los machos machos experimentamos ardientes erecciones y ustedes son la solución.
ELOÍSA: ¿Con esa ternura pretendes fundar una familia?
ISIDRO: Una raza, un mundo.
MARTÍN: ¿Qué más viste en mi rostro, pitonisa?
ELOÍSA: No tengo nada más que decir. (Vuelve a sentarse)
ISIDRO: ¿Puedo preguntarte algo, Elo?
ELOÍSA: Por supuesto, hoy atiendo todo el día. Dame tu mano y por un rayo de sol te digo tu destino.
ISIDRO: Sé muy bien cuál es mi destino.
ELOÍSA: ¿Entonces qué quieres saber?
ISIDRO: Que cuándo abrirás esas malditas piernas. El tiempo pasa.
MARTÍN: Ni tan malditas, yo se las vi cuando la encontré pataleando entre los escombros de un hospicio.
ELOÍSA: No era hospicio, era mi último lugar de trabajo, un museo. Y no solo miraste. (A Isidro) Este cerdo libidinoso me agarró de los pechos para sacarme.
ISIDRO: Te creo, es lo bastante ruin como para hacer eso. Pero yo te plantee una inquietud fundamental para la humanidad. ¡Por todos los santos, cómo puedo meterte en la cabeza que no moriremos, que crearemos!
ELOÍSA: De ninguna manera. A mí no me meterás nada en ninguna parte. ¡Nunca!
ISIDRO: ¡No deshonres el diálogo, altura, decencia! ¡Serás reina, no criada!
ELOÍSA: No me grites; si lo que te tiene tan exasperado es meramente sexual yo no soy imprescindible, infinidad de hombres pasaron por la vida excluyendo a las mujeres de su actividad amatoria. Y lo pasaron la raja. Literalmente.
ISIDRO: Grosera, descarada.
MARTÍN: Una verdadera obsesa sexual.
ISIDRO: ¿Cuántos años hace que no entras en singular combate en la cama?
MARTÍN: Por esa agresividad que salta cuando menos se piensa, por su tendencia a la obsesión, su insomnio y su inestabilidad emocional, yo diría que no corcovea desde hace unos diez años.
ISIDRO: ¿En serio? ¿Habéis permanecido intocada durante luengos años?
ELOÍSA: No recuerdo cuánto tiempo ha pasado desde que lo hacía con amor, pero te puedo decir cuánto hace que comencé a hacerlo solo con mi cuerpo.
ISIDRO: ¿Y yacisteis con muchos?
ELOÍSA: Esa pregunta tiene otro precio, muchacho.
ISIDRO: Importame un pepino con cuantos te hayáis revolcado. Lo que me desquicia es que está todo por hacer y que esas sombras solo nos permiten hablar y hablar encadenados a este fuego.
ELOÍSA: Ellas siempre estuvieron sobre nosotros, fueron el eje sobre el que giraba nuestra vida. La sombra de Dios, la sombra de los celos, la sombra de las deudas, la sombra de las masacres, y la peor de todas, la sombra de las dudas.
MARTÍN: Sí, pero yo relaciono estas tinieblas con la desaparición de las abejas, con la guerra por el agua o con algún experimento demencial, o sea, militar. Ellos vivían empecinados en salvar al mundo.
ISIDRO: Es lo más seguro. (Pausa) Pero tengo mis dudas, porque si esas sombras fueran tóxicas hace mucho que estaríamos muertos, mi buen Sancho.
MARTÍN: Quizás hubiese sido preferible, ya no soporto la presencia de ese árbol maquiavélico. (Señala)
ELOÍSA: Nos ama y alimenta, bestia malagradecida.
ISIDRO: (Mira) Yo adoro ese manzano, lo quiero con toda mi alma.
MARTÍN: Lo que adoras son las cadenas, la sumisión. Ese maldito nos mantiene vivos como si fuéramos culpables de un terrible delito para el que la muerte no es castigo suficiente.