El Guillatún

Informe para nadie. Parte 2

Informe para nadie - Macarena Ortega

Ilustración por Macarena Ortega

Juan Radrigán no deja de sorprendernos en la complejidad de su construcción dramática, fundando un mito sobre una tragedia que pareciera atravesar toda la historia humana. Una tragedia sin tiempo, o mejor dicho habitando todos los tiempos, todos los hombres y las mujeres, el daño inaugural, el que se repite inagotablemente, el sinsentido de la existencia.

Con su habitual e ingeniosa ironía, nos hace recorrer las preguntas más existenciales del ser humano con una frescura que desarma. ¿Cómo se puede ser simple nombrando aquello que nace y decepciona en simultáneo? ¿Cómo se describe a los dioses después de la barbarie? ¿Somos los creadores del futuro o nos estamos extinguiendo? Es desde esa zona cero, desde esa perplejidad absoluta del que parece que todo lo sabe, del que ha sorteado toda la vida, una humanidad entera, que Juan Radrigán posiciona su mirada en este nuevo texto. Al final, que en realidad no es al final, sino en el espejismo continuo, donde acecha la muerte.

Canciones, versos y chilenismos, en una diversidad exasperante de estilos, santos, y héroes que conviven, es la invitación que nos hará esta segunda parte del texto. La batalla de los personajes por ganar una verdad que no existe, la multiplicidad de sus voces, omnipresentes, que en medio de un almuerzo que no comienza ni termina, ensayan la eternidad.

Obsesionados de deseo por Eloísa, Martín e Isidro ofrecerán lo que no pueden a esta mujer, quien cansada de explicarles que no quiere ni puede tener hijos, prefiere hacerle caso a su perplejidad, su animadversión, su escepticismo.

Isidro les reprocha «Es que no puedo comprender por qué aceptan el mal y no aceptan el bien, todo argumento les parece débil, toda esperanza una idiotez, ¡Qué crestas tienen contra el bien, por qué le temen!»

Y en las paradojas de sus creencias más elevadas, iremos conociendo oscuros secretos, rencillas, la pequeña humanidad de cada uno. El dolor inmenso de Martín, el extraño optimismo de Isidro, la perspicacia de Eloísa. Tendríamos que tener prohibido seguir fundando el mundo, seguirlo procreando, es la arenga que subyace. Estamos viejos. Lo hicimos todo mal. Ya es tiempo de desaparecer, repasando este informe testimonial que ni la muerte (siempre indiferente, implacable) leerá.

Deberían desclasificarnos. No hay pensamiento ni filosofía que pueda ayudarnos. Ni toda la historia del pensamiento. Nada. Y tampoco se trata de sexo. Dirá Isidro «… hablo en nombre de la humanidad. No hay luces, no hay caminos, no hay casas, ni hijos ni canciones, tenemos que parirlo todo, tenemos que parir un mundo».El Guillatún

Informe para nadie

Juan Radrigán

(Segunda parte de publicación)

ISIDRO: Yo me sé elegido y bendecido. A fe mía que ventura mayor no pudieron darme los cielos.
MARTÍN: No es de extrañar, siempre llega un momento en que a las bestias los golpes ya no les duelen ni humillan.
ELOÍSA: (Mira hacia las sombras) ¿Y de qué delito seríamos culpables? Creo que cualquiera que mire hacia atrás descubre que hubo un momento en su vida en que se dio todo para su felicidad y que él optó por otro camino, por cobardía, por calentura o por maldad. ¿Ese desaire a Dios o al destino será el que estamos pagando?
MARTÍN: Puede ser, pero no lo creo, en este apocalipsis está más la mano del hombre que la de Dios.
ELOÍSA: Claro. Además se supone que Jesús ya pagó por nosotros. Y que se lo cobraron bárbaramente. Pienso que si alguna vez Dios sintió dolor fue cuando flagelaban y crucificaban a su hijo.
MARTÍN: Más debió dolerle la pasividad de la multitud.
ELOÍSA: No creo, eso estaba presupuestado; lo que debía prevalecer era la organicidad y el fortalecimiento de su doctrina. (Pausa) Y lo logró. (Pausa) ¿Lo logró?
ISIDRO: No entiendo eso.
MARTÍN: Ni falta que hace.
ISIDRO: ¿Cómo que no? Los salvados tenemos una misión que cumplir, y si quiero ser justo debo saberlo todo. ¡Y eso de la organicidad de una doctrina me interesa muchísimo!
MARTÍN: Pregúntale a ella, ella lo dijo.
ELOÍSA: No me preguntes, no sabría como explicártelo, eso no sucedió nunca o sucedió hace miles de años.
ISIDRO: (Se para. A Martín) ¡Tú eres más viejo y más leído, tú tienes que saberlo! (Lo toma de la ropa, lo sacude) ¡Dilo, dilo!
MARTÍN: ¡Suéltame, cojo zaparrastroso!
ELOÍSA: ¡Suéltalo, déjalo en paz!
ISIDRO: ¡No, no lo suelto, es envidioso, es egoísta! (Lo bota, luchan animalmente)
ELOÍSA: ¡Sepárense, salvajes, dejen de pelear! (Toma un leño encendido) ¡Les quemo la cara!
ISIDRO: (Desde el suelo) ¡No puedes hacerlo, no podrías querer a un desfigurado!
ELOÍSA: ¡Sácate ese absurdo de la cabeza! ¡Y párense de ahí!
ISIDRO: ¡Todavía somos humanos, la sangre y la soledad te obligarán a liarte conmigo, puerca maldita!
ELOÍSA: No. Y si por algún milagro atroz sucediera algo entre nosotros sería fugaz y lastimoso. (Señala hacia las sombras) Ella está ahí. No lo olviden.
LOS DOS: ¿Ella? ¿Quién?
ELOÍSA: La muerte. Sentada o de pie en algún lugar de las sombras nos mira… Y aguarda. (Isidro y Martín vuelven a sentarse cautelosamente) Cuando se levante esta marea de sombras, si es que alguna vez se levanta, podremos ver el perplejo cadáver del mundo y descubriremos, tan perplejos como él, que todo aquello por lo que se afanaron millones de hombres y mujeres durante miles de años, fue en vano, que solo Ella permanece en pie. Ajena, muda, como quien supo desde siempre lo infructuoso de todo. Vio caer uno a uno a todos los dioses, vio matarse a los mortales entre sí, y nos ve a nosotros asustados e inermes frente a la catástrofe. Pero todo esto le da igual, creación y aniquilación pasaron por sus ojos durante millones de años sin despertar en ella el menor signo de interés, está hecha de indiferencia, como nosotros de confusión. Ella fue nacida sin llanto, fue nacida para asistir a la desaparición total de todo asomo de vida. Y asistirá, no llegaremos a la miserable vejez.
ISIDRO: (Después de un silencio) Si nosotros no, Ella tampoco, nuestro fin significaría el suyo.
MARTÍN: Como dijo madame Eloísa, no creo que eso le afecte.
ISIDRO: Claro que sí, un ser despechado, sea dios o demonio no busca su muerte, busca venganza. Terminar abandonada en esa inmensidad sordomuda después de siglos de poder absoluto tiene que dolerle.
MARTÍN: No le duele. Ha sobrevivido a todo porque carece de sentimientos humanos. (Pausa. Por Eloísa) Ella lo dijo, sonaste, no hay solución.
ISIDRO: Sí hay. (A Eloísa) Si me das el agua de tu pozo volveremos a sembrar la tierra, y entonces la parca se sentirá importante de nuevo y nos dejará en paz por muchos años. (A Martín) Pero para que eso sea desa y no de otra manera, es menester, Sancho, que no haya violencia de por medio, preciso es questa mujer abra su cancela de buen ánimo y dueña de su juicio, pues hacerlo contra toda ley y contra toda razón sería sembrar rencores y no hijos. ¿Vale?
ELOÍSA: No me vas a embolinar la perdiz con tus cacareos quijotescos. Tengo un odio parido contra ustedes, y ya no hay leyes de ninguna clase que temer. Quemarles las bolas mientras duermen es una tentación que apenas puedo controlar, imagínate lo que haría si me hicieran algo. Vale.
MARTÍN: (A Isidro) Sospecho que tendrás que seguir conformándote con espiarla mientras se lava.
ELOÍSA: Tú también.
MARTÍN: Claro, pero yo lo hago por cultura general. Tu cuerpo es el comienzo y el fin de toda historia, tu cuerpo es la memoria colosal de la especie.
ELOÍSA: Ah, bonito eso. (A Isidro) ¿Bonito, verdad?
ISIDRO: Ni tanto. Escucha:
Cuando tú fuiste bella
yo no había nacido,
ahora que he crecido
ya no eres aquella.
ELOÍSA: No te metas en cantares
que son bravos esos mares.
Tu verso no sabe a nada,
no es chicha ni limonada.
ISIDRO: Es malo el poeta, no la poesía,
malo el decir, no lo que decía.
Porque en verdad te digo
de varón a varona,
aunque seas madurona
llevas mis hijos contigo.
MARTÍN: Sin olvidar, Teobaldo,
que la gallina más vieja
es la que da mejor caldo.
Sin olvidar, Arturo,
que con hambre no hay pan duro.
ELOÍSA: Sin olvidar, par de jetones,
que no hay hombres en la tierra,
que quedaron dos huevones
que no sirven pa la guerra. (Ríe)
MARTÍN: Me retiro de la versaína,
esta vieja es muy cochina.
ELOÍSA: Siéntate, viejo maldito,
Recién empiezo contigo.
Tengo sangre en el ojo
y aquí me saco el antojo.
ISIDRO: Tendrás que hacerlo después. Ha sido una velada poética muy excitante, muy adrenalínica. Pero que el relajo no nos haga olvidar nuestra empresa, y el punto es, Eloísa, que si no abres tu corazón y tus piernas, kaputt. ¡Ese es el meollo del asunto, el quid de la trama, la cuestión de las cuestiones!
MARTÍN: Las pelotas. Si la vida acabó su viaje sin norte en el más completo desastre por qué comenzar de nuevo. Dame una razón concreta para que tu esperanza no pueda ser llamada tozudez vana y estúpida.
ELOÍSA: Ese es el verdadero punto, Isidro, detrás de tus palabras no hay nada que las sustente; sé que las fuerzas motrices primordiales de nuestra naturaleza son de carácter instintivo e impulsivo, pero te estás yendo al chancho.
ISIDRO: Las mujeres pueden procrear hasta después de los cincuenta años. Parirás con dolor, pero poblaremos la tierra de nuevo; ya estalló el mal, ahora estallará el bien. Y que no se diga más.
MARTÍN: Nada lograrás, el camino es cuesta arriba y tú eres cojo. Además tienes el peso de la tradición encima, dentro de los vivientes nunca hubo ni habrá moral, cordura ni racionalidad que resista el mundo que pretendes. Te fuiste a la mierda, nos fuimos a la mierda, se irán a la mierda todos los que nazcan.
ISIDRO: (Medita brevemente) Estoy sospechando, Sancho, que ustedes son un par de degenerados que se aparean con el mal como si fuera un amante. Eso dificulta mi misión, porque lo que el orgasmo une nada lo separa.
ELOÍSA: Sin extremos, Isidro, sin extremos.
ISIDRO: Es que no puedo comprender por qué aceptan el mal y no aceptan el bien, todo argumento les parece débil, toda esperanza una idiotez, ¡qué crestas tienen contra el bien, por qué le temen!
ELOÍSA: Pregonas imposibles, la convivencia con el mal es inevitable, un vivir sin sufrimientos no se da ni siquiera en los sueños de los santos.
MARTÍN: Los sueños de los santos estaban llenos de apetitos inconfesables.
ELOÍSA: Los de las monjas también, la mayoría de las que conocí eran autoflagelantes y castradoras, vidas entregadas al vicio de la nada.
ISIDRO: ¿Tuviste hijos?
ELOÍSA: No.
ISIDRO: Entonces por eso no me comprendes. Los hijos de los hombres tuvieron nombres raros, como Ideal, Doctrina, Sistema, Ciencia, Ideología, Evangelio o Arte, y aunque ninguno de ellos logró ver grande y triunfante a su hijo, lo dieron todo por ellos, incluso la vida. Y me parece un destino maravilloso… Mi hijo se llama Futuro, y no permitiré que muera y se pudra solo, es sangre de mi sangre. Todo lo que tengo para explicártelo es mi ignorancia y mi pasión, pero es eso.
MARTÍN: ¡Por dios, qué falta me hace mi flauta!
ISIDRO: ¿Para qué?
MARTÍN: No importa. Mira, muchacho, haz lo que desees, pero no nos jodas más; recuerda que existió algo que se llamaba libre albedrío.
ISIDRO: ¿Eso pertenecía a la filosofía?
MARTÍN: Sí.
ISIDRO: Entonces valía callampa, filosofía y realidad siempre fueron antónimos. Mi tío Voltaire, que de eso sabía mucho, aseguraba que nunca existió ningún filósofo que influyera ni siquiera en las costumbres de la calle en que vivía.
ELOÍSA: La verdad es que dieron lo mismo; ellos nunca supieron que el pueblo existía y el pueblo nunca supo que ellos existían.
MARTÍN: Yo salvaría algunas páginas de Spinoza, otras de Schopenhauer, y quizás varias de Nietzsche.
ISIDRO: No conozco a ninguno de esos, pero puesto a salvar a alguien yo salvaría cien veces a Cervantes, y por cuestiones de sangre y nostalgia, salvaría, por una vez, a un remoto y querido pariente cavernícola, defensor a ultranza del positivismo lógico neoclásico, que pregonaba que lo que nos convenía era bueno y que lo que no nos convenía era malo. (Pausa) La desgracia fue que el mamut que se lo comió pensaba lo mismo.
ELOÍSA: El mamut no fue carnívoro.
ISIDRO: No, pero mi pariente tenía una sorprendente mala cueva, le tocó el mamut que inventó la dieta de la carne humana.
ELOÍSA: La misma que con el tiempo fue el manjar de los ricos.
ISIDRO: La misma.
MARTÍN: No comprendo lo que quisiste decir con lo de tu pariente cavernícola. No importa para nada, pero no lo comprendo.
ELOÍSA: No te compliques, palabras sacan palabras, eso es todo.
MARTÍN: No, señora; nada es todo. De eso estoy completamente seguro.
ELOÍSA: ¿Nada es Todo, y además estás completamente seguro? Maravilloso, te sentaste de una sobre los ruinosos teólogos, que sin el Todo no eran nada, me parece estupendo que lo hayas hecho. Una vez, en una de mis clases magistrales situé el nacimiento del bien y el mal en algo así como catorce millones de años atrás, con la aparición del Ramapithecus, que se erguió y vio que la tierra era buena y que podía señorear sobre ella, que bastaba con agarrar a mazazos a unos cuantos antecesores Oreopithecus que quedaban por ahí y listo. Pero los teólogos pusieron el grito en el cielo, que era la única parte donde sabían ponerlo, y después me maldijeron, me excomulgaron, me escupieron y me prohibieron la entrada a todas las iglesias, universidades y colegios católicos del mundo. Y vaya que tenían poder los desgraciados.
MARTÍN: Muy emocionante, pero eso no tiene nada que ver con lo que yo iba a decir.
ELOÍSA: ¿Y qué ibas a decir?
MARTÍN: Que fui casado y feliz, que no hubo varón sobre la tierra tan feliz y bendecido. Y que tuve una flauta que tocaba en las tardes de otoño.
ELOÍSA: ¿Y por qué ibas a decir esa burrada?
MARTÍN: Porque se me antoja.
ISIDRO: Cuenta, ¿aparte de la flauta, tuviste hijos? (Martín asiente) ¿Murieron en la debacle?
MARTÍN: No lo sé… Creo que antes de la inmolación ellos y su madre ya eran difuntos que velaban su muerte.
ISIDRO: ¿Cómo es eso?
MARTÍN: No me encontraba a su lado.
ELOÍSA: ¿Dónde estabas?
MARTÍN: No lo recuerdo. Lejos.
ISIDRO: ¿Trabajando? ¿Labrándoles un futuro?
MARTÍN: No.
ELOÍSA: ¿Entonces por qué no estabas con ellos?
MARTÍN: No tengo explicación para lo que sucedió. Era una familia maravillosa. La amaba.
ISIDRO: ¿Los amabais y no estabais con ellos? A fe mía que es duro de entender tal entuerto, Sancho.
ELOÍSA: Yo lo entiendo, este perro asqueroso abandonó a su familia. Es uno de esos miles de chacales que pudrieron la vida acuchillando a quienes los amaban. Enlodaron el amor, ensangrentaron la pureza, nada estuvo a salvo de ellos.
ISIDRO: ¡Bestia depravada! ¿Con esa moral pretendes fecundar a Eloísa y fundar un mundo? ¡Por las barbas de Cristo! Tu despiadado proceder me alivia porque es claro que mereces sobradamente la muerte que pronto tendré que darte. Vale.
ELOÍSA: No matarás a nadie. No balandronees más.
ISIDRO: Tendré que hacerlo, por ti, por el futuro. Si vamos a tener hijos hay que limpiar la vida. Todos los rincones están manchados de sangre y ausencias. Las voces de las víctimas retumban día y noche en el tiempo, la iglesia reza y calla, el matrimonio maldito de la justicia y la impunidad no se rompe. El silencio de los jueces es atronador.
ELOÍSA: Todo eso sucedió en un tiempo que ya no existe. No hay culpables que castigar.
ISIDRO: ¿Acaso se le restituyó la sangre al desangrado? ¿Le fue devuelto al hombre el camino hacia su hogar?
ELOÍSA: No. Lo despedazado nunca volvió a unirse bajo ninguna circunstancia. A esa perversidad se le llamó Heridas Incurables, y hubo que vivir con ellas entre cuero y carne.
ISIDRO: No se me escapa el peso del pasado, limpiarlo será tarea fundamental para mí. No importa cuanto tiempo haya transcurrido, no permitiré que genocidas y saqueadores se paseen por la historia libres de polvo y paja, dar a conocer sus fechorías será obligatorio en las escuelas y hogares. Ya no pueden pagar con sus vidas, pero sobrevivirán en la memoria de mis pueblos como las bestias voraces que fueron, la muerte no lavará sus crímenes.
MARTÍN: Con esa bandera de lucha no llegarás ni a la esquina, cojo panfletario, la interpretación de la historia es inexorablemente ambivalente. Nómbrame jefe de tu campaña y por una embajada en las ruinas de Paris te diseño un programa de la puta madre.
ISIDRO: Tú te callas. No importa cuanto sepas, yo sé diez veces más.
ELOÍSA: ¿Cómo es eso? Hace poco dijiste que todo lo que tenías era tu ignorancia, y eso me pareció tierno y sincero. No te contradigas, no me desilusiones.
ISIDRO: Debieras alegrarte, si me contradigo es porque sigo siendo humano.
ELOÍSA: Qué lástima, hijo.
ISIDRO: ¡No me digas hijo, seré tu esposo y en nuestros dominios no habrá incesto, violencias ni abandono! Un mundo donde prevalezca el bien tiene que ser posible.
ELOÍSA: Tengo cuarenta y ocho años y ya ni mi corazón ni mis entrañas se abren para transmitir vida. Hace mucho que los días y los años devoraron todo lo que tenía para ofrecer.
ISIDRO: ¡Eso no me importa, no tengo una razón personal, tengo una razón universal!
ELOÍSA: Mesiánico del carajo.
MARTÍN: Peligroso. De ser un pobre diablo asalariado cree haber pasado a ser alguien enorme. Me trae recuerdos siniestros.
ELOÍSA: A mí también. (A Isidro) ¿Te aterra haber quedado solo en el mundo, Isidro? (Silencio) A mí sí… Todos los muertos se han salvado, solo quedamos nosotros. Quisiera escuchar algo, un grito, un pájaro; algún eco lejano humano o sobrenatural, no me importa. Después de vivir cuarenta y ocho años contra vientos y mareas, un murmullo de algo es todo lo que pido… Y quizás recordando que tuve alma, el recuerdo de un beso muerto que no muere… Pero nada. Vaciedad. Sosiego infinito, puesta en escena enorme para algo que no sucede. Qué pretenden con nosotros, qué hicimos, por qué seguimos habitando un lugar arrasado, qué puede surgir de estos desechos, que no callan para no romperse la garganta gritando. (Hacia las sombras) Qué haces ahí parada como una estúpida. Preséntate, arrebátanos, aplástanos de una vez. Destruye, inunda, aniquila, termina con lo que empezaste, y después muere tú también, que no quede nada que pueda dar cuenta de que alguna vez inventamos la vida y no supimos vivir.
MARTÍN: (Después de un silencio) Lástima no tener mi flauta, le habría puesto música a tu tango.
ELOÍSA: Pónsela a la vieja babosa que te tiró de las patas.
MARTÍN: Lo pensaré, no es mala idea, porque ni siquiera Neruda, que le escribía odas hasta al caldillo de congrio se acordó de esas nobles fisgonas. (Pausa) A propósito de congrio, camaradas, ¿será hora de almorzar?
ELOÍSA: (Mira) Es posible. Nunca fui muy ordenada en los horarios. (A Isidro) ¿Qué dices tú?
ISIDRO: No sé, no me interesa.
MARTÍN: Se amurró, el lindo se amurró. Pero creo que yo tengo hambre.
ELOÍSA: ¿Lo dices porque en realidad sientes necesidad de comer o por hacer algo?
MARTÍN: (Mira) Da lo mismo.
ELOÍSA: Claro. Entonces no queda otra. Embrutecida por los quehaceres domésticos la mujer obedece y atiende a los señores. (Va hacia las manzanas, elige) Pensando, pensando siempre en envenenarlos.
MARTÍN: No te quejes, a mí me toca subir a ese manzano cabrón y a este vago alimentar el fuego. La clase trabajadora unida y organizada por fin. Marx debe sentirse feliz.
ELOÍSA: (A Isidro) ¿Crudas, cocidas o asadas?
ISIDRO: No seas materialista, tengo asuntos más importantes que atender.
ELOÍSA: No se preocupe, señor. Puedo volver mañana por el pedido.
MARTÍN: ¡Es que no pues, yo tengo hambre ahora!
ELOÍSA: (A Isidro) El pueblo tiene hambre, señor.
ISIDRO: Mientras siga teniendo más paciencia que hambre no hay problema. Que se joda.
ELOÍSA: Que te jodas. (Canta, y baila)
Toro mata ahí, toro mata…
Toro mata, rumbambero, ay toro mata
Toro viejo se murió
Mañana comemos carne…
MARTÍN: ¡Qué crestas es eso!
ELOÍSA: Yo qué sé, eran canciones de pueblo y hambre. Y me sé otra:
Cuándo cantarán los niños,
dónde aprenderán a reír.
Inventamos la ternura
y mañana las granadas.
Los llamamos alma mía
y después los condenamos
a la imposible vida
de todos los despojos.
Cuándo reirán los niños
dónde aprenderán a cantar.
A nosotros los mayores
nos importa más lo nuestro,
esas guerras de rapiña,
esas turbias calenturas,
el partido la bandera
algún dios alguna cena
los cantos de sirena ¡y
la puta madre que nos parió!
MARTÍN: ¡No estamos para eso!
ELOÍSA: ¡No estamos para nada! ¡Hay un final que no llega, hay ratas hambrientas que esperan, hay la obcecación de no pensar en eso, no hay nada! (Le pasa una manzana) ¡Come! (Otra a Isidro) Tú también, enfermo que come no muere.
ISIDRO: (Señala) ¿Ella sigue ahí?
MARTÍN: Te sugiero que no sigas preguntando sandeces. El horno no está para bollos.
ISIDRO: Esa presencia me desasosiega… Cuando Lázaro volvió de la muerte venía enloquecido por lo que había visto.
ELOÍSA: No vio nada. Solo era un cataléptico que habían enterrado vivo, como a muchos en esos tiempos, despertó asustado, pero nada más.
ISIDRO: ¿Estás segura?
ELOÍSA: Completamente.
ISIDRO: (Mira) ¿Crees que esto se debió a un desastre natural o que fue producido por nosotros?
ELOÍSA: Eso ya lo hemos hablado mucho. Llegamos a que daba lo mismo.
ISIDRO: Entonces nos equivocamos. No da lo mismo, porque si fue producido por nosotros existe la posibilidad de que no vuelva a suceder.
ELOÍSA: Eso fue lo que pensamos después de la primera y de la segunda guerra mundial.
ISIDRO: ¡Pero no se aplicó un férreo programa de educación, de concientización!
ELOÍSA: Lo mejor de la humanidad dedicó su vida a eso. Y aquí estamos. (Lo amenaza) Y no me des consejos de tarjeta navideña. Yo enseñaba historia y lo único que aprendí fue que había que prohibirla, borrarla de la memoria, porque solo exhibía crueldades.
ISIDRO: Alumbraba, enseñaba; por ella sabíamos que cuando había más policías y soldados que civiles no podía haber libertad, que cuando existían demasiados abogados la justicia era una chacota y que cuando la pobreza era abrumadora no podía haber paz. Y saber eso era saber lo que distinguía a los hombres de las bestias.
ELOÍSA: Ah, claro, ¿y sabiendo eso se podía vivir estupendamente bien, verdad?
ISIDRO: No. (Pausa) Y me estás amargando el almuerzo, porque creo que vuelves a reírte de mí, vieja puta.
ELOÍSA: ¡Vieja puta la perra que te parió! (Le pega con la manzana en la cabeza, Isidro cae, sigue golpeándolo, se enzarzan en una pelea de enajenados. Martín los contempla pasivamente un instante, luego los separa como puede) ¡Cuándo vas a matar a este imbécil!
MARTÍN: (Mira al contundido Isidro) Si no lo mataste déjale el trabajo a las ratas, yo estoy almorzando.
ELOÍSA: Ellas no sobrevivieron. No, no sobrevivieron.
MARTÍN: Espero que no. Pero que lo hayan logrado es una posibilidad tan horrible como cualquier otra, déjame en paz.
ELOÍSA: Qué calidez humana, qué solidaridad. (Vuelve a sentarse) ¿Así fuimos siempre?
MARTÍN: No fuimos de ésta ni de otra manera. Fuimos lo que iba saliendo de acuerdo a nuestros apetitos.
ISIDRO: (Se para, se mira) ¡Mal haya de quien fía de mujer amarga, Sancho, mira de que guisa dejóme la vestidura!
MARTÍN: Sí, fue muy desconsiderada. Y con lo que cuesta conservar el looking por aquí.
ISIDRO: ¿El qué?
MARTÍN: No importa. Estamos sucumbiendo en medio de una aplastante inmovilidad, nada avanza, nada cambia. Debe ser eso lo que te pone agresivo. Quizás fuiste muy activo, muy vital.
ISIDRO: No. Todo lo que perdí fue una infancia de lobo, un crecer de chivo montañés y un empleo de buey con corbata. Eso aparte de una borrascosa relación con una mujer escorpiona y de una tortuga que sacaba a pasear por las tardes después de alimentar a Heriberto y a Serafina.
MARTÍN: ¿Tus hijos?
ISIDRO: No, una pareja de papagayos.
ELOÍSA: ¿Y qué hacías cuando cerraban el zoológico?
ISIDRO: En el trabajo tenía un amigo chico y gordo como un barril que decía que era actor, y a veces me invitaba a hacer de estatuas en la calle, él de Sancho y yo de Quijote.
ELOÍSA: Bien bonitos se debían ver.
ISIDRO: Impresionantes. Y nos iba bien; pero cuando leí el Quijote lo encontré tan maravilloso, me cambió tanto la vida, que ya no me pude quedar callado. Y el negocio se nos fue a las pailas.
ELOÍSA: Momentos ha hablastéis de una escorpiona, ¿os dio por ventura escorpioncitos?
ISIDRO: (Después de una pausa) No. (Se sienta) Fuerte y venenosa, ella destruía toda posibilidad de futuro. Le cantaba, le recitaba, la sobredimensionaba, le inventaba paraísos, pero nada la conmovía. Lo único que hacía bien en la vida era mandonearme.
ELOÍSA: ¿Entonces por qué seguías con ella? (Silencio)
MARTÍN: Por amor y temor.
ISIDRO: Por amor y temor. Gracias.
MARTÍN: De nada. Pero para otra vez trata de recordarlo solo. Estoy cansado de apoyarte. (Pausa. Mira) ¿Por casualidad no será hora de acostarse?
ELOÍSA: ¡Ni siquiera hemos terminado de almorzar!
MARTÍN: Por Cristo santo, que día tan largo.
ELOÍSA: Anda acostumbrándote carcamal, este es solo un ensayo para la eternidad.
MARTÍN: ¿Qué salvarías de este naufragio, crestona?

*** Fin segunda parte de publicación ***
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y el final en Informe para nadie. Parte 3
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