¿Vamos al teatro? Le propuse a la Pilo. Su respuesta fue un cuidadoso «no gracias, no te ofendas pero no quiero porque me voy a poner a llorar».
El buen teatro, como todo arte, hace esas cosas. Nos recuerda lo frágiles que somos.
Aunque también puede salir uno erguido, enhiesto, de pura rabia.
La poeta Stella Díaz Varín me acuerdo que decía eso, «un día me voy a morir pero de pura rabia».
La Stella misma cuando los jovenzuelos que filmaron La colorina la fueron a buscar por vez primera, los recibió con una de sus rabiosas lecciones. Era 1 de mayo. Les abrió la puerta y les preguntó si sabían qué era el 1 de mayo, si sabían quiénes eran los mártires de Chicago, si sabían quiénes eran Sacco y Vanzetti. No sabían los bisoños, y no les importó, francos, que así mismo quedara a la vista en la escena inicial de su documental.
Tampoco sabía Rodrigo Hinzpeter, el ministro del interior del gobierno de excelencia de Piñera, quiénes eran Sacco y Vanzetti. Y así mismo quedó a la vista en un recordado episodio del noticiero de Chilevisión, cuando se refirió a la casa okupa Sacco y Vanzetti, allanada por los chicos del fiscal Peña en el marco del Caso Bombas, allá por el 2011, confundiéndolos con Baco (el dios del vino) y Zanetti (el jugador de fútbol argentino).
Nadie sabía entonces y nadie sabe hoy en día quiénes son Baco y Zanetti.
Perdón, Sacco y Vanzetti.
Por eso esta obra de teatro es importante.
Sacco y Vanzetti son inmigrantes, son pobres, son jóvenes, y son anarquistas. La vigencia de la injusticia es salvaje. Porque el Estado Norteamericano envía a Sacco y Vanzetti a la silla eléctrica por eso y nada más que por eso, por pobres, por inmigrantes. Todos saben que son inocentes de los crímenes que se les imputan. Pero así mismo pasa con los mapuches a los que mata y persigue el Estado Chileno. ¿Qué pueden esperar los haitianos y dominicanos, inmigrantes pobres y negros que chocan de frente (los dientes contra el pavimento) con el «verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero»?
Mi amiga Pilo no me quiso acompañar al teatro porque sabía que iba a llorar con la historia de Sacco y Vanzetti, porque duele en este país y en este mundo, tanta injusticia descarada, flagrante, organizada, alimentada y defendida por los cuatro o cinco clanes familiares de poderosos inmisericordes, los abusos cometidos desde el Estado y por ende en nombre de todos. Hijos de puta.
Pienso en Lars Von Trier haciendo que ejecuten a una Björk ciega y Vittorio de Sica poniéndonos a llorar con el niño del ladrón de bicicletas. No hay justicia para el pobre. Nunca la ha habido. Ni acá ni en Italia ni en Estados Unidos.
Pienso en el cuento «El vaso de leche» de Manuel Rojas, escritor anarquista.
Leo estados de Facebook. De un amigo poeta, Cesárea Antonioleti: «No es casual que los trabajadores subcontratados se suiciden en el Costanera Center y no en sus hogares. No es casual que la tasa de suicidio sea más alta en el Metro que en las líneas de ferrocarril. No es casual que el horario punta sea más caro que el horario valle. No es casual que los niños tengan prohibido entrar al colegio sin antes haber ingerido ritalin».
Y de una amiga cineasta, Macarena Aguiló: «No sé por qué hoy mi hijo más pequeño me preguntó si existía la bomba nuclear. Le tuve que decir la verdad. Si. Y… ¿Qué pasaría si la tiraran? Le tuve que responder que moriríamos. Se puso a llorar a mares y me sentí como si yo le hubiera inventado la peor pesadilla. Mientras lloraba preguntó ¿Por qué la inventaron? ¿Por qué hay gente tan mala? Y tuve que hacer la diferencia entre ellos y nosotros».
Y luego voy a los links que he puesto en mi propio muro de la red social, a las palabras de una filósofa española, Adela Cortina, que dice que «lo que molesta de los inmigrantes y los refugiados es que son pobres y parece que nos complican la vida, no que vengan de fuera. Lo mismo sucede con los pobres del propio país o incluso con los parientes pobres».
Pienso en la cantidad de referencias que se disparan luego de haber visto una obra de teatro como ésta. Y de pronto no hay nada que no hable de esto, todo calza. Calzados hacía Vanzetti, era zapatero.
Quería escribir sobre la obra de teatro. Celebrar las magistrales actuaciones, la sencillez de los recursos propuestos al honorable, felicitar la iniciativa, indagar quizás en los móviles que pueden haber tenido sus artífices y creadores para intentar un montaje tan acaso políticamente incorrecto, no sé, dejar entrever mi personal preferencia por este teatro de texto, muy radriganiano a veces en su poética de lo pobre, o aplaudir la hábil inserción de una comediante seria y a la vez encantadora que desde el humor negro contrapesa ligeramente y con sutiles gestos de comicidad tanto dolor y tanta rabia llevada a escena. Quería también desearles larga vida a Sacco y Vanzetti en cartelera.
Pero pa variar me fui pa otro lado.
Es que hay un llamado a ponernos en #ModoPapa. Un hashtag para que nos pongamos en la onda cristiana, alegres de la onerosa visita del sumo pontífice programada para enero próximo. Creo entonces que ir a ver esta obra de teatro puede ser una buena forma de ponerse en «modo papa». Vení Bergoglio, dale, acá te esperamos en esta copia feliz del Edén.El Guillatún