El martes 6 de mayo se dio inicio al Ciclo de Música de Cámara organizado por el Departamento de Música y Sonología (DMUS) de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile con un primer concierto de cuatro que se montarán en el GAM, todos los martes de mayo. «El canto en la música de cámara», título del concierto que juntó en escena a la mezzosoprano Claudia Godoy, al barítono Patricio Sabaté y a Jorge Pepi-Alos acompañando en el piano. A ellos se sumaron ocasionalmente el flautista Roberto Cisternas, el saxofonista Miguel Villafruela, la violista Oriana Silva y Sebastián Mercado en el violonchelo. El programa se dividió en dos bloques, el primero destinado a Gustav Mahler con sus Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones del caminante) y el segundo a algunos lieder de Johannes Brahms y Robert Schumann, y canciones de Joaquín Nin, Maurice Ravel y Gabriel Fauré.
En términos logísticos, el concierto funcionó a medias. La duración musical de los bloques estaba desbalanceada porque el ciclo de Mahler no duraba más de 15 minutos y el segundo bloque duró 45 minutos, lo que provocó un desgaste en la tensión emocional del concierto. Además, el primer bloque constaba de una sola pieza y el segundo de seis (dos de ellas duran casi lo mismo que Mahler), algo que no se correspondía con las expectativas que generó el primero respecto de la forma en que se articularía el resto del concierto. El hecho de que Mahler tuviera exclusividad en un bloque, aunque durara 15 minutos, es un hecho que no produjo extrañeza en el público y dice mucho sobre su poder simbólico en la actualidad. Nace de ahí el problema sobre qué es lo importante en un concierto, ya que aislar a Mahler no hace más que potenciar su propio mito, a veces en desmedro de otros elementos. Después de esto debía sostenerse un programa donde los demás compositores fueron colocados en un mismo saco, quedando todavía más de la mitad del tiempo para que acabara el concierto (y que duró algo más de una hora y media en total).
El orden del programa pretendía hacer una exposición de los cantantes por separado primero. Luego sumar otros instrumentos que aportaran timbres nuevos, que refrescaran la experiencia de la audición. Retirados los instrumentos invitados, se reuniría a los cantantes para que interpretaran a dúo y, finalmente, se incorporaría a dos nuevos instrumentistas para cerrar con peso. Es decir, un concierto que diera cuenta, efectivamente, del canto en la música de cámara. Todo bien hasta que el desequilibrio se produce en cuanto se separa la primera pieza del resto del programa. No sólo porque afirma la supuesta supremacía de Mahler respecto de los otros, sino por cuanto desequilibra la relación entre los protagonistas del evento. Sabaté interpretó solo en el primer bloque; Godoy en cambio, compartió el segundo con mucha gente. Aún más, el tiempo total que Godoy cantó sola fue aproximadamente la mitad del tiempo que lo hizo Sabaté. Sin embargo, ambos se subieron cinco veces al escenario y ambos cantaron dos piezas solos, medida que no alcanza a compensar lo anterior. En fin, son aspectos que afectaron la solidez de la propuesta.
Sobre lo musical, es irónico cómo los detalles contestan a las inconsistencias estructurales del programa. Por ejemplo, la interpretación de Sabaté en los lieder de Mahler sufrió algunos tropiezos tanto en la técnica como en la musicalidad, no así en las escondidas Chansons madécasses de Ravel donde estuvo excelente. Al comienzo del concierto se le notó más frío, todavía en la lectura del texto y sin conectarse con la ansiedad y la angustia o el amor a la vida del hablante —algo extraño en Sabaté porque es un buen intérprete—. También lo complicaron algunos agudos que debilitaron la naturalidad de su canto, así como la poca sutileza en el manejo del volumen. Esto desapareció con las chansons, donde se le vio sólido y mucho más convincente. Lo complementaban el piano, la flauta y el cello, conjunto con el que el diálogo funcionó de inmediato. En cambio, Claudia Godoy tuvo un desempeño parejo, muy por encima del lugar que tenía en el programa. Se notaba un dominio superior del texto, lo que le permitió demostrar la facilidad con la que puede transitar de una emoción a otra. Comunicativa y carismática, cualidades que le valieron siempre aplausos efusivos. Pero sin duda lo mejor del concierto fueron los tres dúos, especialmente Pleur d’or (Llantos de oro) de Fauré, con el que cerró el concierto. Una pieza que combinaba perfectamente la idea del canto en la música de cámara.
Como si fuera la guinda de la torta, Jorge Pepi se encargó de arreglar la pieza para que pudieran participar Mercado y Cisternas. El arreglo era muy orgánico, como si ésa fuera la versión original. Todo lo que se perseguía estaba ahí, el canto funcionando a la par con los demás instrumentos, logrando un producto de mucha consciencia sobre lo que cada integrante realizaba. Un final redondo para un concierto que, por culpa de un corte injustificado, podría haber sido más contundente.El Guillatún