Tras casi tres meses de espera, el Cuarteto Andrés Bello dio este miércoles 23 de julio el segundo concierto de su temporada en el GAM. Espera justificada, en esta ocasión el cuarteto no hizo más que superar el ya buen nivel alcanzado durante el primer concierto. Héctor Viveros (primer violín), Esteban Sepúlveda (segunda violín) y Claudio Aliosha Gutiérrez (viola) se confirman como piezas estables, ahora completados por Nicolás Benavides (cello). Mientras la calidad de su interpretación mejora, otros aspectos del concierto denotan cuidado por la ilusión que el evento construye. Fueron dos piezas potentes para poco más de una hora de música, un intermedio oportuno y la novedosa incorporación de iPads en lugar de la clásica hoja de partitura los aspectos clave que mantuvieron ordenada y limpia su presentación.
Uno de los méritos de este concierto fue el tino con el que se confrontaron una pieza prácticamente desconocida con otra que es un hit absoluto entre las piezas para cuarteto de cuerdas. El programa rescata y descubre para el público una composición del chileno Enrique Soro, Cuarteto en La mayor, de la que no sería exagerado afirmar que logra posicionarse en el escenario por su consistencia musical antes que por un artificioso patriotismo. Esta música de Soro viene a mostrar su irrefutable semblante de romántico tardío, aunque con acentuada solidez brahmsiana (y cuidando el estilo personal), con cuatro movimientos de expresividad claramente diferenciada. En el primer movimiento, acaso el más desafiante por la exploración en el desarrollo temático y el denso tejido de las cuatro voces, el cuarteto sufrió una pérdida parcial de la jerarquía y cierta opacidad de sonido, acusando la necesidad de calibrar sus niveles en el acto. Desde el segundo movimiento en adelante la pieza apareció nítida y la interpretación sintiéndose segura y fluida. Si los movimientos centrales denotan pasividad y angustias, el finale invita a moverse, donde los cuatro músicos relucen gran energía y un subyacente sentido de autoafirmación que luego consagrarían desde el mundo de Schubert.
Cuarteto para cuerdas N°14 en Re menor D.810 «La muerte y la doncella» de Franz Schubert comenzó de golpe y sin ningún atisbo de duda, lo que marcaría la interpretación de esta pieza. Ante todo, y seguramente por ser una referencia musical importante, los elementos estaban muy bien integrados fuera de la partitura y muy dentro del oído. Había claridad en los planos y el discurso se impulsaba de modo natural. Por esta sensación última que provocaba el cuarteto, llama la atención lo secundario que se convierten detalles como desafinaciones. Pensando en el segundo movimiento, donde el primer violín protagoniza la música, hubo complicaciones en los pasajes del registro agudo que en la piel nunca lo fueron. El primer lugar lo ocupaba la transparencia de los matices en el volumen, aspecto que no dominaba en Soro (probablemente por no necesitarlo). Aquí hay que destacar al cellista Nicolás Benavides, verdadero inyector de fuerza y gravedad de esta pieza. El sonido del conjunto a lo largo de ella fue enorme y su impacto estuvo en la visceralidad de la interpretación, infundiendo de urgencia expresiva a esta música de forma verosímil. El cuarteto da en el clavo esta vez con seguridad, por lo que vale la pena seguir su curso. Y todos los curiosos, por mientras, deberemos esperar.El Guillatún