El martes 18 y miércoles 19 de marzo se realizó el concierto n°2 de la temporada de la Orquesta Filarmónica de Santiago, enmarcada dentro de una programación distinta a la de años anteriores. Para el 2014, la OFS incluye en siete de sus diez conciertos una pieza de compositores chilenos pasados y actuales. En los conciertos de esta semana no sólo se ejecutó la primera de esta selección sino que fue además la única comisionada por la orquesta para estrenar en el Teatro Municipal. La obra se llama Alto en el desierto compuesta por Juan Manuel Quinteros (30), compositor que durante el 2013 estrenó otra obra sinfónica, La red de Indra, junto a la Orquesta Sinfónica de Chile.
Alto en el desierto no busca hacer del desierto un mero paisaje incidental. Es un desierto real e imaginario. Parte la obra con «Manto contraste», una música evocativa de la vastedad del entorno; la percusión y los bronces como únicos elementos perceptibles, pero desde otro uso, como el tránsito del viento susurrante y el roce de la luz con la tierra. Son sonidos vacíos, puro aire, nada que contenga cuerpo alguno. Este recurso permite que la inclusión de cualquier nota más contundente se intuya como una presencia que irá compareciendo en la audición llenando el espacio. La presencia encarnada en las cuerdas y los vientos avanzará como olas y termina ocupando el ambiente sonoro hasta estallar y permitir el ingreso de una segunda idea. Al eco de ese estallido le sigue «Luces en el cielo», la aparición de un colchón de sonidos más claros en los violines y las flautas que soporta un solo de viola. El solo se adueña del pequeño gesto melódico de las masas sonoras de la primera sección y elabora un discurso individual, personal. Lo interrumpen otros dos estallidos que anuncian movimiento futuro; mientras, el solo sigue desarrollándose. La última frase de esta larga melodía se superpone a un gran espectro sonoro que encierra a la viola hasta que un nuevo corte regresa a la idea inicial del vacío. Un timbal se aproxima sobre el silencio y aparece «El baile de la arena», una última sección con una idea clara, un motivo principal muy rítmico, de mucha «onda», sobre otras líneas orquestales de menor jerarquía, semejante al funcionamiento ordinario de la orquesta clásica. Pero la idea de la interrupción sigue presente y se abre paso entre la música con la idea de nubes sonoras que transparentan más o menos el eje central de esta sección, el motivo rítmico. La percusión pone fin a este conflicto y vuelve a aparecer el desierto real, cerrando el ciclo.
Música contemplativa y emocional, da cuenta de un proceso de transformación interna como resultado de la interacción con el desierto, ejercicio distinto de otros desiertos como el del Pasajero Julio Riquelme en la música de Rafael Díaz, donde se hace patente la búsqueda del paisaje sonoro y una empatía con la psiquis de Riquelme —que en definitiva, es la propia— desde una perspectiva externa. Quinteros se interpreta a sí mismo, es más directo. La construcción del discurso musical es bastante intuitiva, aunque pendiente del material que le permita dar unidad a la pieza; por lo mismo, se nota que hay preocupación por dotar de relieve a la música para enriquecer una composición más lineal, muy común en la práctica contemporánea. La incursión en la última sección es singular y osada, rompe claramente la proximidad de carácter entre las dos primeras, que además se mueven en espacios comunes de la música sinfónica actual. A través de sus espectros de sonido y la forma en que explotan luminosos y destellantes se ve que hay relaciones con elementos de la música electroacústica y la música espectral, especialmente por denotar un interés en el fenómeno de los sonidos. La contemplación parece entregarse a la búsqueda de efectos sonoros, lo que implica responder ante el estímulo del desierto y participar en el nacimiento de una sensación nueva, que tiene un pie en la tierra y otro en el estómago. Eso es lo que se produce en el último minuto y sintetiza el objetivo de la composición.El Guillatún