Hace mucho tiempo que la música clásica está necesitando un salvavidas. No es una novedad que sea vista con suspicacia, todos lo saben y todos lo sienten, desde los reggaetoneros hasta el intérprete más miserable en la última fila de una orquesta. Es sin duda una de las músicas más cuestionadas y qué mejor signo de su debilidad que la sensación de ternura con la que muchas personas estiman esta práctica en circunstancias desprovistas de toda sacralidad como un asado, una conversación de pasillo o una fiesta. Pareciera que el mundo le está haciendo un duro alegato de autenticidad.
En efecto, hay algo de artificial en esta práctica musical que está ligado, entre otras cosas, a los motivos que actualmente atraen a la gente a determinados eventos. Del listado de temporadas programadas en el año, no hay ninguna que haga contrapeso a la captación de público conseguida por las orquestas. Ellas se han apoderado de la idea del concierto y si hay una razón que explica en gran medida este fenómeno es que con ellas se integra lo espectacular en la música. Qué más vistoso que ver cien músicos coordinados en un escenario. Lo genial es que este solo logro eleva a la música hacia un falso status de arte, verdadera carnada para los fanáticos.
Por lo mismo, se cree que el repertorio orquestal constituye el terreno común de la música clásica, cuando eso nada más refleja el olvido sobre la complejidad de coordinar una orquesta. O peor, lo difícil que es disponer de una. Los músicos saben que mientras más músicos, más difícil es que llegue a montarse una pieza. Eso explica en parte que el grueso de la obra de muchos compositores sean piezas destinadas a un número reducido de intérpretes. La música de cámara, como se le llama, está a la orden del día y es la que sostiene la factibilidad de la práctica instrumental. No se pensará que todo músico deba tocar en una orquesta o en una sala gigantesca. De ser así, la música clásica ha maleducado a su público. Perdió la perspectiva de que fue muchas veces el contexto más íntimo y menos impresionante el que proveyó tierra firme a esa fantasía musical que hoy naufraga.
Como un desahogo, el Cuarteto de Cuerdas Andrés Bello abrió su propia temporada este miércoles 30 de abril en el GAM presentando un programa que en una hora instaló con fuerza el problema de reivindicar la necesidad de la música de cámara entre el público. Una audición que atrajo cerca de unas cien personas y que refrescó la idea de escuchar música en vivo. Los aplaudidos fueron Héctor Viveros y Karol Dinamarca en violines, Claudio Aliosha Gutiérrez en viola y Cristian Gutiérrez en cello. El cuarteto abordó dos piezas, Cuarteto en Re menor Op.76 N°2 «Las Quintas» de Franz Joseph Haydn y Cuarteto N°1 en Do menor Op.51 de Johannes Brahms.
De entrada, el sonido de los cuatro instrumentos fue sobrecogedor. La sutil reverberación del cuarteto en la sala apenas comenzada la pieza de Haydn le dio una profundidad a la música que se sintió rodeada de un aura sobrenatural. Esta experiencia fue reforzada por el nivel técnico desplegado por el conjunto. La apuesta era atrevida pues a cada instante aparecen, en ambas piezas, pasajes complicados donde deben escucharse diferentes articulaciones, no perder la sensación de unidad al tocar una idea musical, estar atento de la entrada y salida de los demás instrumentos, todo sin perder el pulso y la inspiración. Cierto, nada que no persiga cualquier ensamble, pero tampoco algo de lo que pueda jactarse cualquiera. Un trabajo bien realizado y sobretodo mucha magia.
Las cuatro personalidades tímbricas son claras. Viveros no vacila en tomar el liderazgo del grupo en escena, de sonido incisivo y rasposo, complementado por Karol Dinarmaca quien posee un timbre más dulce y robusto. Impresionante el volumen que Claudio Gutiérrez puede sacar a la viola cuando ésta debe ocupar el primer plano. La comunicación entre Dinarmaca y Gutiérrez es notable para apoyar a Viveros. Desde luego, el cellista Cristian Gutiérrez también muy claro en su función y los espacios donde tiene mayor libertad para exponerse. Errores, algunos. Básicamente un par de desafinaciones al aproximarse al registro agudo del primer violín y el cello en el primer movimiento de ambas piezas. También un posible agotamiento causó el afloje en el impulso de los finales en el segundo y cuarto movimiento de Brahms.
Lo importante aquí es lo siguiente. Es una suerte tener un cuarteto de cuerdas estable que ofrezca una temporada de conciertos a lo largo del año y que posea un nivel que ilusione con la posibilidad de escuchar las cúspides del repertorio escrito para cuarteto en futuras ocasiones, cosa tan escasa en este medio.El Guillatún