Creo que en algún momento todos hemos sentido la angustia de estar frente a obras de arte que escapan completamente a nuestra comprensión. Más de una vez he estado en un museo criticando lo simplemente extraño de una pintura, o he decidido no ir a conciertos de música contemporánea porque intuyo que estaré harto al tercer minuto de no entender nada. La frustración, curiosamente, pareciera hacerse más grande cuando estas piezas tienen algún tipo de reconocimiento o apoyo institucional. Cuando eventualmente uno se enfrenta a esas obras, surge una gran cantidad de interrogantes, todas con cierta intención retórica. ¿A quién podría gustarle esto? ¿En qué estaba pensando el artista (o su variante qué se fumó)? ¿Por qué pagué para ver esto? ¿Seré yo demasiado ignorante por no poder apreciarlo? ¿Estará todo el resto del público verdaderamente disfrutando de la obra, o estarán todos aparentando? No pretenderé argumentar que la «vanguardia» en las artes carece de arrogancia intelectual. Considero que esa especulación no nos ayuda realmente a lograr un mayor disfrute estético, ya que seguramente existen excelentes y horribles obras de artistas pretenciosos y humildes. Lo que sí tengo la convicción de que un arte difícil de entender, no sólo contemporáneo pero elaborado en cualquier época o lugar, es susceptible de ser apreciado.
Centraré mi foco en la música, no sólo porque es de lo que más conozco, sino porque absolutamente todas las personas que viven en sociedad se relacionan de una u otra forma con ella. Los seguidores de las otras artes podrán evaluar por sí mismos si lo aquí expresado se aplica a sus disciplinas de interés. Lo primero que debo expresar es que restarse de escuchar música «difícil» por una cuestión de gustos es en general una excusa. No es que no haya subjetividad o arbitrariedad en nuestro deseo de escuchar tal música y no la otra, pero por lo general nos rendimos mucho antes de haberle dado una oportunidad real a la complejidad. Hoy en día más que nunca tenemos a nuestra disposición canciones de todas partes del mundo, y es demasiado fácil hacer clic y dejar en el olvido esa pista rara que se coló en la lista de reproducción. Pero los gustos se cultivan, y esa actitud de evitar rápidamente la incomodidad de escuchar algo demasiado distinto a lo habitual difícilmente podría hacernos llegar a apreciarlo.
Es importante mencionar también que la mayor parte del tiempo la música es acompañamiento de algo. Está en el reloj cumpliendo la función de despertador, está en la cortina del matinal veraniego y en el comercial llamando nuestra atención. Está en las noticias expresando la urgencia de que éstas son imperdibles (con una cierta tendencia hacia lo estresante y épico a la vez). Alguna gente la ocupa para meditar o estudiar, e incluso la música llena los pasillos del metro. Recuerdo que hubo un tiempo en que de hecho ponían música ambiental de relajación en la hora punta de las mañanas. También hay gente que la ocupa para correr y darse fuerzas, o para andar en la micro y olvidarse de que van atrasados y apretados. Todas estas situaciones requieren en mi opinión que los temas musicales estén en cierta medida «pre masticados», es decir, que nos permitan acceder a un placer instantáneo sin pedir mucho esfuerzo de nuestra parte. No es sorprendente entonces que cuando por a b o c motivo nos encontramos con la complejidad, la descartemos sólo porque nos exige entregarle energía.
En este excelente video (en inglés) el maestro Daniel Barenboim da luces sobre cómo escuchar la música, separando las disposiciones de los oyentes en dos: escuchar para olvidar cosas desagradables y escuchar para crecer o disfrutar. Él nos dice que es en esta última forma que el público puede ganar más de la audición, y que para ello debe comprometerse con la obra y dedicarle toda su atención. Eso es precisamente lo que pienso que no estamos acostumbrados a hacer. Creo que no es tan habitual encontrarse con gente que de manera frecuente se siente sola y exclusivamente a escuchar música en sus casas; redes sociales cerradas, e-mail cerrado, celular apagado. Todos los ejemplos del párrafo anterior corresponden como ya se ha dicho a una música de acompañamiento, la cual nos ayuda a olvidar situaciones desagradables como el viaje en el transporte público o a potenciar situaciones agradables como correr. Simplemente no tenemos la costumbre de entregarnos completamente a la música.
La música más bien «densa» nos exige entonces compromiso y paciencia para que no la descartemos con facilidad. Esto contradice a una cultura de buscar el placer lo más inmediato posible. ¿Pero por qué querría alguien escuchar algo «difícil» si tiene la posibilidad de escuchar cosas que ya le gustan? La razón más simple quizás sea que a través de la audición de música un poco más desafiante uno puede ampliar su goce estético. Parece raro decir que escuchar un montón de ruido durante una cantidad de tiempo prolongado puede eventualmente llevarnos a un mayor disfrute (o puro silencio durante 4 minutos y 33 segundos), pero éste es un proceso cuyos frutos se ven en el largo plazo. En mi experiencia, la disposición requerida para involucrarme con lo «difícil» me ha ayudado a «escuchar en alta definición» siempre. Las líneas melódicas, la forma estructural, los acompañamientos armónicos, todo parece resaltar mucho más. Es como cuando alguien deja de abusar de la sal o el azúcar, y de pronto se da cuenta de que puede distinguir mejor el sabor real de los alimentos. Esto me ha significado, claro, empezar a descartar cosas que antes me agradaban. Sin embargo, es tanto y tan increíble lo que se gana al final que a veces me pregunto cómo era capaz de someterme a las barbaridades que solía escuchar.
Todo lo anteriormente expresado no es para convencer a nadie de ir a museos de arte contemporáneo, de aceptar ciegamente el programa de un festival de música contemporánea o de aplaudir a un jazzista porque toca más notas disonantes. Hay buenas y malas obras que son difíciles o fáciles de escuchar, pero lo central es siempre el mensaje que comunican. Lo único que busca este artículo es lograr que, mediante un cambio de disposición para la audición, los lectores logren ser más receptivos a ese mensaje. Sólo es necesario confiar en que el premio a la larga es una visión mucho más enriquecida del arte que escogemos o que nos toca presenciar.El Guillatún