Reconocer al santo es creerle. La sala de conciertos recibe a sus propios feligreses para celebrar la muerte y la vida de sus Jesucristos. Bach, alto entre los altos, ilumina y empapa a todos. Hasta un ateo como el crítico Michael Steinberg se preguntó, «¿acaso no hemos conocido todos el amor, el sacrificio, la compasión, el sobrecogimiento, la trascendencia y el resto de facetas de la experiencia que encontramos en la historia de las Pasiones?»
El concierto de este miércoles 16 de abril fue una nueva interpretación de La Pasión según San Juan BWV 245 de Johann Sebastian Bach, concierto que por una parte consiguió contener una pieza que dura alrededor de dos horas con una muy lograda fluidez y tenaz concentración en el desarrollo de relieves sobre el terreno dramático de La Pasión al recorrer sus distintos planos de profundidad (el relato, los comentarios solistas, los himnos). Por otra, se aprecia un concierto que debe calibrar sus elementos rápidamente para poder avanzar con la primera parte, la más corta y que pronto instala el tema de la traición que Pedro hace a Jesús.
Comienza el texto Herr, unser Herrscher pronunciada por el enorme Coro Sinfónico de la Universidad de Chile con clamor intenso produciendo un impacto inmediato, pero cuya entrada pesada sobrepasó a la orquesta, que buscaba equiparar en sonido al coro por medio de una buena adaptación de la sección de cuerdas, superior en relación a la disposición original de Bach. El conjunto se superó rápidamente durante las arias de la contralto (Evelyn Ramírez) y la soprano (Claudia Pereira), muestra definitiva de la calidad del ensamble instrumental dispuesto por Juan Pablo Izquierdo. La belleza y transparencia en el entramado de las melodías y el brillo del trío de vientos en el aria de contralto supo poetizar mejor el sentido de ese comentario («Sólo me salvaré si rompo las cadenas del mal») que la interpretación algo indiferente de Ramírez. Caso parecido el de Ich folge dir gleichfalls cantada por Pereira, insegura en el comentario del texto.
El recitativo que sucede al aria anterior demostró una continuidad orgánica cautivante entre el evangelista Juan y Jesús, papeles a cargo del tenor Rodrigo del Pozo y el barítono Patricio Sabaté, dialogando —sin dialogar textualmente— en sintonía y atención recíproca. Esta conexión permitió coronar el final de la primera parte con dos grandes momentos como son el amargo lamento a la tercera negación de Pedro del recitativo Und Hannas sandte ihn gebungen (cuyos versos finales son tomados del evangelio de Mateo) y el remate del coro tras el aria del tenor como cierre simétrico. Rodrigo del Pozo ilustra un evangelista convincente que enuncia la historia, pero que también se acerca al sentimiento que mana de los personajes, luciendo una angustia abierta y liberada del texto, un canto desgarrador que Bach arranca de la lectura en el momento quizás más personal de la pieza.
El primer himno de la segunda parte, Christus, der uns selig macht, revela la cuidadosa colaboración entre Juan Pablo Izquierdo y el director del coro, Juan Pablo Villarroel. Con énfasis en el sentido del texto, apela a los feligreses con acentos en las palabras «escarnecido y humillado», clarísimas contra la inclemente acústica de la sala de Baquedano. En cada frase de Jesús, Sabaté canta firme, la técnica impecable, su voz actoral sobresaliente. La conversación con Pilato (el barítono Ramiro Maturana) se va enfrascando en íntima relación y una reducción del coro (Camerata Vocal de la Universidad de Chile, también dirigida por Villarroel) intenta penetrarla como turbas que musicalmente son de una densidad técnica semejante a las de algunas piezas instrumentales de Bach. La interpretación del evangelista y las intervenciones de Maturana ante la masa que pide la crucifixión de Jesús, iluminan la maestría de Bach para componer frases musicales en los recitativos. Bach agarra las entonaciones, la prosodia del lenguaje hablado y las interpola en el canto con sencillez abrumadora, incluso al generar puentes hacia y desde la música coral, aquí en completa turbulencia.
Todo se ha consumado. A la muerte de Cristo, «todo se ha consumado», una sentencia que resuena sola en la voz de Jesús y que rebrota en una segunda aria de Ramírez que ahora sí se conecta con el texto. El trío entre armonio, cello y voz dosifica la desolación de la pérdida con el sentido que tiene ésta para los feligreses: el sacrificio de Cristo como victoria ante la muerte. Para concluir esta elevación, la música y el comentario bajan de vuelta al relato en la continuidad de un momento, como una sola frase, brillante versión de Izquierdo. Luego, el terremoto. El cellista Celso López despliega una línea intensa y llena de movimiento, romántica y perfecta en el esquema de Bach. El aria de la soprano recoge la idea del terremoto como señal del duelo de la naturaleza. Pereira entra dubitativa, pero se afianza y reluce su lindo timbre, logra reforzar la intención de recogimiento y contesta al llamado silencioso de la última frase de Jesús. El último himno, Ach Herr, lass dein lieb Engelein, cierra como alianza con la Iglesia en la alabanza del camino cristiano. Izquierdo desarrolla hasta en la última nota del himno una gama exquisita de sutilezas, cerrando un concierto que enriquece y actualiza tanto la palabra de Jesús como la figura implacable y el modelo fundamental que a distintos niveles nos sigue representando Bach.El Guillatún