De alguna forma, Mozart y Stravinsky representan los límites de la música que el mercado, bien o mal, categorizó como «clásica». La tradición musical que cronológicamente queda circunscrita por estas dos figuras parece bastante clara en el imaginario colectivo y con eso bastaría para que el rótulo quede justificado por su uso. En otras palabras, qué importa que Schumann o el mismo Stravinsky no sean compositores del clasicismo, el punto es que es más fácil asociarlos a Mozart que a Led Zeppelin, a Charlie Parker o a Violeta Parra —o incluso a Stockhausen y a Steve Reich, bastardos de la música clásica—. Desde Mozart hasta Stravinsky, es lo que representa la idea popular de la música clásica y con razón, cuando todavía las temporadas de muchas orquestas y grupos de cámara dedican casi todo su esfuerzo al repertorio generado desde finales del siglo XVIII hasta las primeras décadas del siglo XX.
Eso sí, ¿qué de Mozart y qué de Stravinsky? El viernes 27 y sábado 28 de junio, la Orquesta Sinfónica de Chile tocó por segunda vez en el Centro de las Artes 660 (CA660) dos piezas de cada compositor, en dirección del israelita Doron Salomon. El primer bloque, dedicado a Wolfgang Amadeus Mozart, abrió con la obertura de La flauta mágica K.620, seguida del Concierto para piano N°21 en Do mayor K.467. Ya en el segundo bloque, para Igor Stravinsky, se tocó Circus Polka: para una joven elefante y su Sinfonía en tres movimientos.
El programa va más lejos con Stravinsky de lo que lo hace con Mozart. Cómo no, si la obra de Stravinsky está menos difundida que la de Mozart, cosa que el programa humildemente busca reivindicar. El Stravinsky mítico es el de El pájaro de fuego y La consagración de la primavera, después de eso su música da una curva y deja de ser protagonista para el gran relato de la historia de la música. En cambio, Mozart ya está anónimamente incorporado en la memoria musical de la cultura occidental.
Sin ser ese necesariamente el motivo, el primer bloque funciona como un homenaje a esa memoria. La obertura de La flauta mágica abre el concierto y la puerta al territorio de la música clásica. En poco más de siete minutos elabora una trama que trata de divertir al tiempo que hace una declaración sobre la seriedad del asunto expresivo, develada en el fugato al centro de la composición y los tres acordes que enmarcan la estructura de la pieza. Una vez hecha la invitación, se integró al pianista serbio Aleksandar Serdar para interpretar el Concierto para piano N°21 de Mozart. El segundo movimiento de este concierto es la famosa canción del Tiempo de TVN, una audición vivida como el encuentro con un viejo conocido. Serdar habita naturalmente en el mundo de Mozart y su ejecución le valió un muy merecido bis.
El intermedio logra que el cambio de música no resulte muy grotesco: prepararse para escuchar a Stravinsky es esperar la brutalidad. Aunque esa expectativa es parte del mito, en este caso ya no hay mucho de aquella famosa época temprana. Circus Polka tiene un orden bastante clásico, así como la moderación en el aire circense, aunque la sensibilidad por los efectos de la orquesta sigue siendo apasionante. Para el caso de la Sinfonía en tres movimientos, la música recuerda a varios elementos de La consagración y se nota que el estilo está influenciado por elementos desconocidos para esa primera composición.
Es notable que estas dos piezas obedezcan motivaciones semejantes a las de los Ballets Russes. Las dos piezas del concierto parten de la idea de una música funcional, soporte para otros elementos que compartan escenario con ella. Sin embargo, esta versión de ambas piezas no alcanzó a explotar la potencia que de todas maneras se esperaba del peso evidente de la orquesta frente al público. Había un cuidado que sirvió perfecto para el espíritu de Mozart, pero la modernidad de Stravinsky quiere algo de distorsión. A Stravinsky lo acompaña el placer por el sonido antes que la forma. Finalmente, es esa transformación una posible lectura sobre lo que pertenece a esta discutida categoría.El Guillatún