El domingo 18 de mayo se realizó el segundo concierto de la temporada 2014 de la Camerata Universidad de Los Andes, cuyo programa incluyó una pieza de un compositor nacional comisionada por la misma Camerata. La idea de comisionar surgió hace cinco años y ha servido de vitrina para músicos nacionales al mismo tiempo que potencia una producción de repertorio local. En versiones anteriores se han presentado Sebastián Errázuriz con Geografía del desastre (interpretada en el último concierto de la Orquesta Filarmónica de Santiago), Carlos Zamora con Andesina, Edgardo Cantón con Ül Kantun: Retratos de Arauco y otras de Hernán Ramírez y Rodrigo Herrera. En este caso, la Camerata le estrenó a Miguel Farías (30) la pieza Voz de piedra, composición que en junio interpretará la Orquesta de Cámara de Chile.
Como aclaró el director Eduardo Browne en el concierto, la composición está inspirada en la Cordillera de Los Andes. Voz de piedra se une a la línea de composiciones que admite de entrada una relación con lo extramusical, hasta tal punto que la idea de Los Andes se vuelve indispensable para justificar el desarrollo de la pieza. No hay una «trama» temática sino momentos yuxtapuestos, cada uno definido por su particular uso de la orquesta y sin mucho trabajo en el paso de un momento a otro. En el afán de acercarse a esa voz de la cordillera, Farías elabora una orquestación ingeniosa y muy entretenida: interviene a los bronces llenándolos de agua para que suene como lava a borbotones; sobre el timbal coloca un platillo para que al tocarlo reverberen juntos en un sonido como salido de una película del espacio. La pieza recurre a varios efectos que van revelando en cada uno de estos momentos sonoros la identidad de la voz de piedra en la imaginación de Farías.
Así como se intuye a la Naturaleza en la audición, también se escuchan los «sonidos humanos». Hacia la segunda mitad de la pieza, hay insistentes referencias musicales vinculadas a lo mapuche (a través de un llamado que realizan los bronces), pero funcionan como elementos exóticos y no logran ser más importantes que eso. Sin embargo, hacia el final, la voz de piedra consigue transformarse en voz humana. La música se convierte en palabra: «¡Viva la Cordillera de los Andes! – ¡muera la Cordillera de la Costa!». Los intérpretes van reemplazando los instrumentos por su propia voz hasta generar un murmullo multitudinario con este poema de Nicanor Parra. El texto se esclarece cuando uno de ellos grita «¡viva la Cordillera de Los Andes!», alcanzando un último clímax musical y poético. Después del murmullo los intérpretes ya no hablan, sólo soplan como si fuera viento o la huella de la voz cordillerana.
La introducción del poema en la composición hace que esta voz de piedra sea más bien del pedazo chileno de la piedra andina. Hay una identidad que participa de la cordillera, que la vive y que la exhala. A través del poema, el sonido de Los Andes por fin comparte el mismo lenguaje con su público cotidiano y se invierten los papeles del comienzo. Si antes debía ser el público quien habitara la música, ahora es ella la que se confunde con lo humano. Apela al inconsciente colectivo puesto que esa frase reúne el sentido más profundo de la relación con la cordillera: es el objeto de contemplación chileno por excelencia (y no su competencia, la Cordillera de la Costa). Y tal vez por lo mismo es que la pieza adquiere por fin sentido aquí y no en los otros momentos puramente musicales.El Guillatún