«Recuerdo muy bien que la primera vez que escuché la Segunda Sinfonía de Mahler quedé subyugado, especialmente en ciertos pasajes, con una excitación que se manifestaba incluso físicamente en el violento latir de mi corazón. Sin embargo, cuando salí del concierto no dejé de cotejar lo que había oído con los requisitos que, como músico, yo conocía y que según la creencia generalizada debe cumplir incondicionalmente una obra de arte. Y así, olvidé el factor más importante: que, después de todo, esta obra había ejercido sobre mí una impresión desconocida, a la vez que me deleitaba con una involuntaria compenetración. Es indudable que una obra de arte no puede producir mayores efectos que cuando transmite al oyente las emociones que conmovieron al creador, de tal modo, que también en él se agiten y luchen. Y yo estaba subyugado; por entero subyugado».
Estas son palabras del compositor Arnold Schönberg, publicadas en un libro llamado El estilo y la idea (1950), que recopila varios ensayos escritos en vida de Schönberg. Uno de éstos es una apología de Mahler, donde trabaja el problema de comprender su genialidad. Esta cita se encuentra en la larga introducción del texto y funciona como crítica al intelecto, a esa necesidad de desmenuzar la música, de encontrarle reglas, de serle escéptico. «No somos capaces de captar sencillamente la grandeza de las cosas en su total integridad, nos preocupamos de sus detalles: y en castigo a nuestra conducta presuntuosa, incluso en ellos fallamos».
¿Qué hay en la obra de Mahler que en ese entonces despertara sospechas? El concierto que dio la Orquesta Filarmónica de Santiago esta semana terminó con una ovación gigantesca, el teatro repleto. Hace mucho tiempo que Mahler es el hit del momento…
Después de analizar algunas melodías, Schönberg dice que «es asombrosa la manera como estas desviaciones de lo convencional se compensan e incluso se justifican. Demuestra esto un sentido altamente desarrollado de la forma, tal y como se encuentra únicamente en las grandes obras maestras. No se trata del tour de force de un técnico: un maestro no lo llevaría a efecto si de antemano se lo propusiera. Son inspiraciones que acuden únicamente al genio, quien las recibe de manera inconsciente y plantea soluciones sin percatarse de que se las está entendiendo con un problema».
El punto es que Mahler tuvo una forma de entender la música sumamente singular. Schönberg trata de probar que Mahler es un gran artista porque va tras la búsqueda de sí mismo y en Mahler significaría entregarse al poder de la música que hace: se resigna a las voluntades de su vocación creativa. «¡Este es el modo de alcanzar la meta! No con el entendimiento precisamente, sino con la sensación de ser uno mismo el que ya está viviendo allí». Para Schönberg, ese ser uno mismo es la esencia del hombre, es su objetivo. Según él, Mahler no necesitó alcanzar la meta de ser sí mismo porque ya lo era. Es capaz de vivir en el presente lo que alcanzaría en el futuro, lo que haría de Mahler un genio, según Schönberg.
«El genio —que es el sí mismo— ilumina el camino que nos esforzamos por seguir. Pero, ¿nos esforzamos lo bastante? ¿No nos encontramos demasiado ligados al presente? A pesar de todo, lo seguiremos, porque es nuestro deber. Lo queramos o no».
Pensando en un futuro temporal y no metafísico, hoy es aquel futuro y es raro encontrarse con alguien que dude de la genialidad de Mahler. La experiencia que relata Schönberg de su primera audición no es muy representativa de la forma en que el grueso del público escucha la música. Las «reglas» estructurales del lenguaje y la composición musical no sobrevivieron la época de Schönberg, pero conservamos las obras y hay algo que se ha liberado. Hoy más que nunca el plano sensorial de la música es lo que importa al público porque a un nivel general de entendimiento es la primera herramienta que asegura un vínculo con las manifestaciones musicales del pasado. Schönberg trata de decirnos que no es necesario entender la música para que guste. Simplemente debe gustar. Pero que eso no probaría la genialidad de nadie y es el punto que trabaja el texto. Si antes muchos rechazaban su música, ahora ya no importa que Mahler sea un genio, nadie entiende las causas. Sí, a pesar de estar en el futuro, respondería que sí seguimos demasiado ligados al presente. No vemos al sí mismo que hay en Mahler. No prestamos atención al genio, lo dejamos como slogan comercial. La invitación de Schönberg es a experimentar atentamente su música, a probar la profundidad de su mundo, no sólo que guste sino que sintamos esa «impresión desconocida». Escuchemos a Mahler.El Guillatún