He corrido a recoger el sueño
de mi pueblo
para que sea el aire respirable
de este mundo.
—Leonel Lienlaf
Alvar Núñez Cabeza de Vaca, capitán español, conquistador y náufrago en las nuevas tierras americanas del siglo XVI, consigna un rasgo muy importante de la cultura indígena Amerindia en los primeros años de expansión y descubrimiento. Este testimonio escrito está lleno de imágenes fuertes y trágicas. El título ya lo puede anunciar: De Naufragios y Comentarios.
Hambre, necesidad, muerte, peligro, soledad; el hombre devorado por el paisaje, por una tierra salvaje y desconocida. Riesgos que muchos eran capaces de enfrentar bajo la promesa de oro, tierras, esclavos y fortuna. Un pago en dolor y sufrimientos a cambio de riqueza. El delirio de unos es para otros su sentencia. Todo lo encontrado en el nuevo mundo dejaría de existir en la forma original; se integra o desaparece. Por lo menos ante los ojos de la historia.
Alvar Núñez cuenta con asombro una característica extraordinaria puesto que los «indios», a pesar del hambre y las enormes necesidades y peligros que debían enfrentar a diario, nunca dejaban de celebrar, de bailar, de cantar en corros interminables en torno al fogón. Es con el cuerpo donde se accede en el movimiento a un espacio primordial, esencial en la propia identidad que es comunitaria. Esta característica será idéntica en los nuevos territorios del sur de chile. Los cronistas nos cuentan de las «borracheras» y «fiestas» interminables que celebraban los indígenas luego de cada batalla y que eran vividas con especial dramatismo luego de las innumerables derrotas sufridas. Invocando a los ancestros ilustres y al Pillán tutelar el ejército reche danzaba en torno a sendos fogones al compás de tambores, flautas, trompetas innumerables, todo de manufactura original. Pifilkas, txutxukas enormes y amedrentadoras. La danza y la música se nos presentaban de pie ante la muerte, la guerra y el hambre; y era también la afirmación de una alegría inmutable e indestructible en medio del caos.
Erigido en territorio sagrado el Rewe, lugar sagrado, lugar puro, lugar des-condicionado, acceso a los diferentes planos del mundo por medio de esta escalera mágica, señalaba el centro de la realidad. En torno a estos espacios se enterraban los difuntos, distinguidos en ritos funerarios en que se actualiza el poder del héroe o genius loci. Para los reche ese genius loci se denomina Pillán, y en la medida en que se reconoce la presencia de un ancestro, de un pillán, de un héroe en la persona individual, ésta goza del prestigio y autoridad tan valorados en el pensamiento mapuche. Puesto que nuestros ancestros provienen de las estrellas, estar cerca del antepasado es estar cerca de las fuentes, de los orígenes, del mito. En él no hay mengua, y es por esto mismo que ya no teme a la muerte. El juego del palín ponía en evidencia a través del victorioso de que ese poder sigue vivo y actuando en la comunidad. Una presencia dinámica que asume las máscaras del tiempo. La conciencia histórico/mítica mapuche ya ha visto a otros mundos desaparecer, sumergirse en los cambios del devenir, y han sido capaces de repoblar la tierra. Desde ahí surge su telúrica danza (Purrún), su canto (Ül), su alegría y vitalidad. Se vive la experiencia del Newen, y esta vivencia es fundamental para la comprensión de la gestualidad mapuche, pues es el Newen lo que define la dinámica cultura reche, y que al mismo tiempo es nuestra base, nuestro suelo más fecundo, nuestra raíz más auténtica desde donde se proyectan al futuro las más inauditas proezas. Y el Rewe también es un cuerpo más amplio. Allí están enterrados nuestros difuntos. Somos la actualización de esa historia de milenios en que han surgido y derrumbado mundos.
Para los cronistas cristianos, portadores de la fe y la espada, estas fiestas no eran más que borracheras dudosas e inquietantes. Con ello cerraban todo acceso a una comprensión más profunda. Ninguna otra cosa que delirios de prosperidad y señorío eran lo que colmaba la consciencia y voluntad de los llegados. Y estaban dispuestos a pagar el precio, del mismo modo a como hoy nuestro mundo se dispone a cambiar la faz del planeta mediante la técnica. Desde ahí surge el prejuicio que ha cruzado nuestra historia; Chile se erige sobre la masacre y condena a un pueblo vencido cuyas expresiones más propias y florecientes son aplastadas. Con la misión, en la acción civilizatoria, «se busca culpabilizar al indígena de ser lo que es, hacerlo un extranjero de sí mismo, hacerle resentir su salvajismo como una falta»; «El poder del misionero no es, o no solamente es, un poder ejercido sobre tierra y bienes, sino un poder sobre los cuerpos y sobre lo que los cuerpos hacen» —G. Boccara.
Pero éste también es un indicio del poder de la danza, que elimina las medidas por las que el tiempo ejerce su fuerza sobre los hombres, «… puesto que la abundancia no se quiere, como piensan muchos, por actos continuados de ahorro y prevención; se da sólo allí donde se anulan en esencia el ahorro y la preocupación» —Jünger—. Y esta vivencia es también nuestra herencia más genuina, y ha sido legada en el azul de nuestros antepasados.
Que el pensamiento mítico mapuche conciba al hombre —la vida del hombre— como un ser que busca laboriosamente recordar lo olvidado, recordarse, reunir lo que es de pertenencia, iluminar la memoria desde su procedencia, otorga un sentido nuevo a los sueños, las intuiciones e imágenes, y los fragmentos de la memoria dispersos en la realidad cotidiana. Aprender es recordar. Es superar el olvido que del golpe en la cabeza sufrimos al ser arrojados a la tierra. Así nos lo cuenta el paradigma mítico de creación reche. Y recordar es danzar, celebrar junto a las fuerzas que conforman el cosmos, una afirmación de destino que se completa por la historia familiar y comunitaria. Esto es alentador, por cuanto nada se pierde, y una danza puede ser lo más revolucionario y transformador. Ésta no da explicaciones, da pasos, se mueve, acontece.
Se cuenta con una nueva fuente de la cual nutrir las acciones. Un impulso que espera mostrar su impronta detrás o dentro de los hechos. Pero esta sustancia muchas veces es ambivalente y oscura. Nos asoman desde el fondo secretos guardados en la caverna de los ancestros, de nuestros ancestros de los cuales heredamos sus luces y sombras.
El cuerpo es la actualización de toda esa historia familiar, de todo ese árbol genealógico. En él influyen no sólo los hechos personales y grupales, sino también el paisaje, el clima, los astros. Por eso es tan importante en la gestualidad mapuche el comprender el lugar de procedencia, pues reconocen en ello importantes influjos. Son algo, son una manera, una figura, y en el movimiento, en esa consecución de pasos, se desprende el sentido. Círculos y gestos hacen actuales el drama cósmico que danza sobre la vida y la muerte, sobre el hombre y los elementos. Se avanza en el tiempo dando pasos de danza, a la tierra, bajo la tierra y al cielo. El Cosmos tiene cuerpo de mujer y cuerpo de hombre.
De este modo el mito puede y debe ser danzado. A través de la danza el contenido mítico es imaginado, y esto para un mapuche constituye la más alta piedad. A través de la danza podemos ver al dios, al Pillán, a lo divino que pertenece a una esfera fuera del tiempo. Afirmación de una libertad indomable. Espacio donde acontece una y otra vez. Se nos hace visible gracias al movimiento, a la música, a los cuerpos, a la poesía. El intérprete nos lo hace visible. Desde la oscuridad de los reinos del inframundo hasta las cumbres de los montes más altos.
Así, la historia de los pueblos se ha ido escribiendo en nuestros propios cuerpos en la hondura de una memoria que necesita despertar, actualizarse. En nuestro tiempo hemos visto el hundimiento del mundo antiguo junto a la decadencia de occidente, con los valores que lo sustentaron y que hoy se nos muestran obsoletos. En ese vacío expectante la cercanía de la destrucción nos deja lo más esencial. Riquezas insospechadas que responden afirmativamente. Y allí el dolor tiene mucho que ofrecernos. Y a pesar de todo, el reto actual es dar forma a una nueva libertad, que es posible, reconocida desde el núcleo mítico de la historia, como una nueva danza capaz de interpretar las figuras que toman forma y comienzan a dominar. Nuestro legado ancestral así lo ha sabido siempre y espera de nosotros celebrar con una alegría inquebrantable las esperanzas encomendadas por los difuntos.El Guillatún
Preciosa niña, no busques al asesino, deja que el sol limpie la sangre de los descubrimientos. El universo tiene un orden mayor, y el ángel vuelve a sobrevolar el aire. Los juegos por la historia son peligrosos. Hay lugares del continente que nunca tuvieron comienzo. Desde tus cenizas necesarias vuela el ave fénix. Americonia todavía no ha sido descubierta.
—Santiago Elordi