«Los que tienen memoria, son capaces de vivir en el frágil tiempo presente, los que no la tienen, no viven en ninguna parte». Las palabras de Patricio Guzmán en su documental Nostalgia de la luz, tienen el mágico efecto de sacudir una mente adormecida y hacer emerger la pregunta acerca de dónde situarnos, si en la vereda de los vivos o en la de los anestesiados. Como si nos halláramos ante una maldición, pareciera imposible escapar a la tragedia pues no se puede vivir sin sufrir un poco con cada proceso de aprendizaje, así como tampoco se encuentra placer en permanecer insensibles, levitando sobre la realidad, omitiendo todo recuerdo, incapaces de crear y construir.
Cada suceso que nos impresiona o marca, determina nuestros actos y redirige nuestros pasos. En el arte, aquello que nos impacta se convierte en motor de inspiración y en pasión, como lo testimonia la obra de Guzmán, quien reconoce que trabajar sobre la memoria es un proceso largo y doloroso, pero por lo mismo, difícil de abandonar.
Y les pregunto estimados(as) lectores, ¿hay algún tema que no esté atravesado por la memoria?, sea ésta histórica, colectiva o autobiográfica, ¿no están todas al origen del pensamiento y la creación?
Les invito a no dudar en admitir esta influencia como parte de una lógica evolutiva, pues aunque cueste enfrentar las complejidades que acarrea ser conscientes de nuestra historia y más aún decidirnos a hacer algo con ella, es innegable su presencia en nuestras vidas. La memoria nos rodea, nos compone y da sentido, nos dice quiénes fuimos, lo que somos y permite construir lo que seremos. Por eso, no se trata solo de preservarla, sino también de proyectarla y darle nuevos sentidos y significados. Eso es lo realmente difícil, atrevernos a ser parte del ruedo, osar plasmar nuestras ideas en obras que interpelen a un otro(a) y sobre todo no temerle a las respuestas.
Al interior de las Artes Escénicas, la danza se ha posicionado en los últimos tiempos con clarísimos ejemplos de esta relación memoria/objeto de producción. Por un lado continúa trabajando desde ese sitio que le es natural, traduciendo la memoria en lo corporal simbólico, pero también se hace cargo de lo tangible con cuerpos que se arriesgan a hablar de sí mismos, que exploran en su herencia, en sus huellas y cicatrices.
Sí, hay que osar y afortunadamente algo de ello refleja la cartelera en estos días con obras de estreno y re-estrenos. Es el caso de Suite, pieza dirigida e interpretada por Georgia del Campo Andrade quien junto al músico y compositor José Miguel Candela, la asistencia técnica de Luis Moreno y Tamara González, la iluminación de José Antonio Palma y el vestuario de Tamara Pimentel consigue arrastrarnos dentro de la escena a través de un despliegue de capas, texturas e imaginarios, despojando de piel a una mujer para hablarnos de todo cuanto compone su memoria. Ésta nos dice que somos miles de seres al interior de un cuerpo, somos las historias del pasado replicadas generación tras generación y somos también el cuerpo de hoy con sus venturas e infortunios, llenos de anhelos y la secreta esperanza de torcerle la mano al destino. Georgia desnuda su alma y nos hace partícipes de esa transparencia. Pocas veces se hace tan patente la delicadeza y meticulosidad del equipo que apoya la dirección del montaje. Con una iluminación impecable, la obra asume riesgos relacionando limpiamente cuerpo, danza, plástica, música y voz y sale triunfante de su apuesta performática pues son todos sus elementos los que componen el hilo narrativo y dan coherencia al montaje. Este trabajo fue seleccionado para el Sexto Ciclo de Danza de la Universidad de Las Américas y se presentará en el Teatro el Zócalo el 15 de octubre.
Reflexionando acerca de Suite me pregunté si era posible abordar la memoria sin comenzar por hablar de uno(a) mismo(a), y es la obra Estadio de Anilina Colectivo, la que termina por confirmar que es muy difícil empezar de otra manera. Guillermo Becar Ayala dirige este montaje basado en una experiencia familiar: durante el Régimen Militar un abuelo y un tío del coreógrafo fueron detenidos y llevados al Estadio Nacional, al salir libres el abuelo había perdido la memoria y el tío se enroló en el ejército. La traumática experiencia afecta a toda una familia y lleva a Becar a escribir sobre ello el año 2000 en un poema titulado Una manzana volvió verde. A partir de esto nace la inquietud sobre cómo se continúa tras haber sobrevivido a la violencia y cómo nos recuperamos del dolor. Esta puesta en escena que acaba de finalizar su primera temporada en el Centro Cultural M100, cuenta con la colaboración de Amaru López Campbell en la música, Bruno Contreras en la asesoría conceptual, Claudia Cortés en el vestuario y siete intérpretes mujeres quienes directa o indirectamente también fueron afectadas por los abusos de la dictadura.
Estas obras no son ejemplos aislados de lo que se viene construyendo en nuestro país desde hace unos años. Con distintos enfoques y miradas, coreógrafos(as) e intérpretes se cuestionan sobre sí mismos, sobre sus orígenes y de manera muy particular sobre lo que articula sus modos de producción. Pienso en trabajos como Deuda de Pablo Zamorano, que interpela sobre lo que aún se debe Chile a sí mismo y a sus habitantes y que fue construida en base a relatos autobiográficos e imágenes capturados en las calles, y pienso también en Lo que puede un cuerpo de Claudia Vicuña, quien problematiza la historia y el devenir del propio cuerpo, dialogando con sus posibilidades, usos, límites, cambios y transformaciones.
No puedo dejar de mencionar Memoria Compartida de Lorena Hurtado, trabajo concebido en el marco de los 40 años del Golpe de Estado, donde tres jóvenes intérpretes se encargan de narrar en cuerpo y voz, sus visiones y experiencias en relación a esa ya lejana dictadura que no vivieron. Acompañados de una soberbia escenografía lumínica, dos hombres y una mujer parten reconstruyendo cuerpos en base a las huellas de la muerte y la desaparición, describen su país con la ayuda de una tiza y las marcas de hitos geográficos relacionados a sus recuerdos, para finalmente representar la energía y el sentir de una nueva generación. Tuve la suerte de ver este trabajo en su semana de estreno en 2013 y agradecí profundamente la frescura que imponían esos tres intérpretes abarcando un tema desde espacios que yo no había concebido. Quienes aún no hayan tenido la oportunidad de verla, esta obra forma parte de la programación del 14° Festival Internacional Danzalborde que se realizará como siempre en Valparaíso entre el 23 de octubre y el 1° de noviembre próximos.
Me gusta pensar en todas las obras que han de estarse creando en estos momentos y que esperan ver pronto las luces de la escena, intento imaginar qué me harán descubrir. Porque hay tanto aún por contar y es tan inmenso e inabarcable el universo creativo que cada marca y cada huella pueden ser el inicio de una gran historia. Basta con atrevernos a preguntar qué nos preocupa y dar rienda suelta a la pasión, pues como diría Patricio Guzmán, no hay ninguna obra artística que se haga por obligación o por deber, pero sí hay que tener una inspiración y ello implica tener por algo, una enorme atracción.
Les invito a no dormirse, a buscar sus propias marcas y como en Nostalgia de la Luz, iniciar el largo periplo de la búsqueda.El Guillatún