En una escenografía naturalista, situada en Alemania durante el Medioevo, el Metropolitan Opera of NY ofreció una puesta de Los maestros cantores de Núremberg que logró transmitir sin la menor desprolijidad o interferencia, el importantísimo legado que su compositor, Richard Wagner, deja en esta obra.
¿Es posible un arte popular que no sea mero entretenimiento? ¿Un arte que se articule en la continuidad de la cultura (o de las culturas) desde la antigüedad hasta nuestros días? Sin olvidar un espacio para lo experimental, para lo nuevo?… Tal es la utopía que propone esta ópera, tal es el sueño y la militancia de «Los maestros cantores».
«Los padres se alegran cuando sus hijos son independientes» así dice Hans Sachs, el zapatero, en el tercer acto de Los maestros cantores de Núremberg. Se refiere a la independencia de las estrofas del poema que improvisa Walther, otro de los personajes principales. Así también es esta obra, independiente y atípica, en el vasto universo de su autor.
Por ello es una obra en permanente actualidad, aunque su mensaje nos llega desde el siglo XIX y desde un autor que muchos asocian erróneamente al Nazismo. Wagner fue víctima de sus herederos, que oportunistas nazificaron su legado (incluyendo su teatro construido en Bayreuth, el teatro pensado para un arte tan popular como erudito que soñaba el zapatero Hans Sachs).
Pero sus obras se encargaron de preservar su mensaje, su sentido y los wagnerianos de todas las procedencias y de varias generaciones pueden escudriñar sus maravillas. Así fue Los maestros cantores de Núremberg que en esta ocasión admiramos en una representación «teledirigida» desde el Metropolitan Opera de Nueva York hacia el Nescafé de las Artes de Providencia.
Si bien estas óperas son proyecciones que vemos (con gran calidad de imagen y sonido) como una película, nos podemos dar un lujo que al ir a la ópera no tenemos: ver lo que sucede tras las bambalinas durante el intermedio. Vemos el armado y desarmado de escenografía, entrevistas a los protagonistas, músicos, artistas y técnicos a cargo de la producción.
Esta iniciativa congregó a un numeroso público que escuchó con atención y hasta con devoción la extensa obra. No podía ser de otra manera con la certera dirección de James Levine y la conmovedora encarnación de Hans Sachs en Michel Volle.
Es una delicia pasar una tarde de sábado en el angelado Teatro Nescafé de las Artes, viendo el derecho y el revés de una producción de primerísima calidad.El Guillatún