Alrededor de 1600 Abd el-Ouahed ben Messaoud ben Mohammed Anoun llegó a Londres como embajador y se quedó allí varios meses. Tanto su fisionomía como sus exóticos atuendos llamaron poderosamente la atención de los londinenses de la época. Probablemente William Shakespeare ya tenía la voluntad de realizar una versión de los Hecatommithi de Cinthio, que narran los asesinos celos del general Othelo.
Gracias a la presencia del embajador, Shakespeare pudo visualizar a su personaje y el resto fue producto de su creatividad, sin vacilar a la hora de enriquecer el texto original de Cinthio.
Llama la atención cómo Shakespeare desarrolla el personaje de Yago convirtiendo a Othelo en víctima más que en victimario.
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Trecientos años más tarde Arrigo Boito tampoco confunde fidelidad con falta de fantasía ni de originalidad, por el contrario, junto con Giuseppe Verdi nos dan una lección de cómo es preciso revisitar los clásicos. Uno de los mejores momentos es el llamado Credo de Iago que bien podría llamarse «Anticredo», con frases que no vienen de Shakespeare como «Creo en un dios cruel… siento el fango originario en mí… el hombre justo no es más que un actor falso».
El Yago de Otello parece completar una trilogía maléfica surgida de la pluma de Boito, junto a Mefistófeles y Nerón. La misma fascinación por los personajes maléficos la encontramos en nuestra cultura contemporánea en el cine y en la televisión, en personajes como Michael Corleone, el carnicero de Chabrol e incluso «el patrón» Pablo Escobar de la reciente serie televisiva.
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Manipulando un espacio circular, que al abrirse y cerrarse evoca a la vez un barco y un fuerte, el cantante Azeri Evez Abdula nos ofreció un excelente Yago.
Sin embargo sentimos que la puesta en escena careció de inventiva, ciñéndose a una versión «naturalista» (aunque es difícil llamar de ese modo a las explosiones de sangre artificial que recuerdan más al ketchup que a la hemoglobina).
Cabe preguntarse cuántas veces hemos visto esta versión de Otello. ¿Existe una real diferencia entre esta puesta del 2014 y el estreno en 1887?
¿Cómo habrá sido el día del estreno ese comienzo sin preludio? Se levanta el telón, estamos sumidos en una tormenta y nos llega el coro del inicio, sin anestesia.
¿Cómo habrá sido la escena final en una habitación? ¿Y el manejo de la fuerte carga política, del erotismo que contiene esta obra en 1887? Estas transgresiones están ausentes en esta versión de la obra.
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La bella escenografía de Enrique Bordolini se cierra sobre sí misma en varios momentos. Los personajes presentes en la escena dan la espalda al público con demasiada frecuencia. Resulta inevitable hacer un paralelo entre este mundo cerrado que nos da la espalda más de lo necesario y una producción cerrada sobre sí misma, que no nos comunicó lo que esta obra maestra tiene para dar.
El teatro es ante todo y por su esencia un lugar de reflexión, de comunicación, en el que se interpretan y adaptan obras.
Vivimos en una época determinada, venimos de una cierta historia; las obras que perduran a través de los siglos deben ser homenajeadas con puestas en escena que las re-piensen, las pongan al día y les den todo su sentido en el momento en el que se representan, aunque sean ambientadas en otra época.
Parafraseando a Octavio Paz: «cada generación debe traducir a sus clásicos».
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Sin embargo estamos de acuerdo con el numeroso público presente durante la función en que bien vale la pena ver y escuchar esta obra maestra, cantada por la bellas voces de Ken Alkena, Claudio Fernández, Evelin Ramírez, Alexei Thikominov, Javier Weibel, el fantástico Cassio de Sergio Jarlaz y el no menos solvente Sergio Gallardo.
Othelo por Kristian Benedickt tuvo momentos brillantes, pero con problemas de balance con la orquesta, en ocasiones demasiado fuerte.
En el programa de mano resalta la noble tarea del centro de documentación del Teatro Municipal.El Guillatún
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Otello (crédito fotos: Felipe Zubieta)