El solo hecho de que una ópera de Gioachino Rossini se presente por primera vez en el Metropolitan Opera de Nueva York es motivo suficiente para hacer de esta producción un acontecimiento histórico.
Como era de esperarse, la excelencia de esta prestigiosa casa de ópera no faltó. Las altas expectativas que genera una distribución con Joyce DiDonato y Juan Diego Flórez se cumplieron al máximo. Sin embargo el público, que en su mayoría descubría esta ópera de Rossini poco representada, se encontró con una puesta en escena meramente funcional y sobrealimentada de los clichés más tradicionalistas. La situación de descubrimiento y asombro ante esta perla rara Rossiniana merecía un trabajo de escena más profundo.
La fantasía, la sensibilidad, la intelectualidad, que brillaron por su ausencia en la régie estuvieron presentes, incluso con derroche, en la musicalidad fenomenal de Michelle Mariotti. Bajo la batuta de Mariotti, Rossini suena diferente a lo que conocemos. ¿Renovado?… ciertamente liberado al fin de tanta mala práctica.
Luego de escuchar La Donna del Lago escuchamos de nuevo las versiones Rossinianas de referencia (desde 1970) y por momentos tuvimos la sensación de escuchar una insensible banda militar, acentuando cada nota sistemáticamente.
A través de su fraseo fluido y delicado, Mariotti comparte con el público su amor por la música de Rossini. Lo mismo puede decirse de las articulaciones de la orquesta, de los adecuados tempos, de la libertad en los recitativos, que empalmaban con las arias como por milagro.
Inolvidable por lo apoteótico, fue el final de la primera escena del segundo acto; el duelo entre Uberto (Juan Diego Flórez) y Rodrigo (John Osborn), en el que se libraron a un dramático enfrentamiento con agudísimos do de pecho (la nota do, dos líneas por encima del pentagrama, entre las notas más agudas que pueden cantar los varones) que los extraordinarios tenores alcanzaron con fluida vehemencia.
En su cuento La Santa, Gabriel García Márquez nos relata cómo el león de la villa Borghese de Roma solía responder «con un rugido de temblor de tierra» a los do de pecho que entonaba cierto tenor. Nosotros también respondemos efusivamente a nuestra manera, más modesta, por el descubrimiento de La Donna del Lago, por la soberbia dirección de Mariotti y también —y lo lamentamos— por el gusto a poco con que se fueron nuestros ojos.El Guillatún