Corría el año 1995 y uno de mis mejores amigos, quien estudiaba en el Instituto de Música de la Universidad Católica, estaba tocando en una de las salas del colegio, una de las obras más novedosas que por entonces había escuchado. Una obra breve, que combinaba rasgueos, pasajes virtuosos, y golpes sobre el instrumento. Para alguien que estaba acostumbrado a la música tradicional para guitarra clásica íntimamente relacionada a compositores como Tárrega, Albéniz, Sor, e incluso italianos como Mauro Giuliani, esta obra de corta duración y explosiva, realmente expandía los límites sobre lo que uno estaba acostumbrado. Al preguntarle el nombre, éste me respondió: «Roland Dyens, un compositor francés, que para muchos une la tradición de la guitarra clásica y el jazz». Desde ese momento, su apellido quedó como una referencia en torno a una de las tantas vertientes de la guitarra moderna.
Dos años más tarde, en 1997, asistí a la primera audición de cátedra del maestro Ernesto Quezada, en la que tocaban los estudiantes más destacados de ésta. Yo recién empezabas mis estudios en lo que conocemos como el Conservatorio de la Universidad de Chile, y la asistencia a una audición era la oportunidad de ver como tocaban los estudiantes más avanzados del «Profe» Quezada. Cuando llegó el turno de Carlos Pérez, que por entonces ya había ganado el concurso Alirio Díaz en Venezuela, me di cuenta que en su programa incluía la obra «Hommage à Villa-Lobos» del mismo compositor de quien mi amigo me había hablado años antes: Roland Dyens. Una obra en cuatro movimientos que exploraba distintos recursos tímbricos y melódicos, y que hacía referencia musical a uno de los compositores latinoamericanos más influentes del siglo XX. Una vez que la obra terminó, la ovación fue mayúscula, tanto por la interpretación como por lo sorprendente de la obra misma.
El tercer recuerdo es del año 2003, cuando Roland Dyens estuvo por primera vez en Chile, durante una de las versiones del concurso Liliana Pérez Corey. En su recital incluyó distintas obras, entre las cuales incluyó su obra «Hommage à Frank Zappa», uno de los músicos más innovadores del siglo XX, además de su obra «Triaela», que hacía referencia a Egberto Gismonti, un músico que en cierta medida comparte bastantes características con Dyens. En ese recital, Dyens comenzó con una improvisación, además de ir anunciando el programa en forma paulatina, antes de la ejecución de cada pieza. Además de todo lo descrito anteriormente, era capaz de innovar como intérprete y no sólo como compositor.
Roland Dyens falleció a los 61 años el sábado 29 de octubre. Las tres escenas anteriores intentan describir la personalidad, la riqueza musical, la importancia dentro del repertorio guitarrístico, y la innovación que caracterizaron a Roland Dyens durante su carrera. Enmarcado dentro de la tradición del compositor-intérprete que tiene sus orígenes en los músicos del siglo XVI, y que continúo con Sor, Giuliani y Tárrega y muchos más, Dyens fue capaz de unir distintas tradiciones guitarrísticas. Por un lado, formado bajo la tutela de Alberto Ponce, una de las figuras fundamentales de la guitarra clásica francesa del siglo XX, y por otro como compositor e improvisador. No es casualidad que toda su búsqueda sonora terminó compartiendo elementos del jazz, además de incursionar en arreglos instrumentales de música brasileña y canciones tradicionales francesas. Su entendimiento de la guitarra como un instrumento total, posibilitó que las técnicas extendidas fueran utilizadas bajo la óptica de un discurso muchas veces melódico que combinaba efectos y sonoridades poco comunes para el repertorio tradicional.
Obviamente, Dyens se encontraba en la vereda opuesta a tradiciones más experimentales, que dialogaron con mayor intensidad con las corrientes de vanguardia del siglo XX. Pero quizás su mismo rol como improvisador e intérprete, además del de compositor, fueron los que lo llevaron a mantenerse dentro de un marco que para muchos lo posicionaba siempre cercano a la audiencia. Por la misma razón, su itinerancia alrededor del mundo era constante, dando conciertos y clases magistrales en festivales de guitarra y temporadas de conciertos. A esto se sumaba un gran carisma sobre el escenario, y en la sala de clases, dispuesto y expuesto a una fuerte conexión con la audiencia que tuviera en ese momento.
¿Sus obras más importantes? Son muchas y variadas, de diversa índole, y de distintos estilos. Algo que destacar era su conciencia de otras figuras importantes de la guitarra, algo que se tradujo en sus obras con referencias a Brouwer, Takemitsu, Gismonti y Zappa. Al mismo tiempo, se debe mencionar aquellas obras que se repiten frecuentemente en festivales y conciertos, tales como «Libra Sonatina» (particularmente su tercer movimiento, Fuoco), «Saudade No 3», «Tango en Skaï», y su «Hommage à Villa-Lobos».
Sin lugar a dudas, y como muchos medios especializados han señalado, Dyens deja un vacío que será imposible de llenar, justamente por las características descritas. Su rol como innovador y continuador de la tradición del compositor-intérprete revitalizó el mundo de la guitarra clásica y entusiasmó a muchos a optar por ese camino, pensando que la dualidad era posible, y que la dicotomía no era tal. Sus obras se encuentran a la disposición de todos, y de seguro seguirán estando presente, y quizás con más fuerza que antes en los círculos de la guitarra clásica y la música de cámara.El Guillatún