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La novela de Ernesto Garratt me golpeó. Sabía que iba a ser así, desde el título. Yo también fui cuando niño un allegado, alguien que no tiene casa, cuyo techo es la solidaridad caritativa de sus familiares más cercanos. Vivimos en la casa de mi tío Lucho en Macul por casi un año, cuando yo tenía 14 y mi prima Paloma 6. Esta condición, que aún hoy es más extendida de lo que queremos ver, afectó a mi familia durante la dictadura y hasta que se materializó el sueño de la casa propia. Yo también fui un adolescente en ese entonces, y por eso, Allegados me identificó directamente.
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Pero son muchas más las cosas que uno va descubriendo ha compartido con el protagonista. Es decir, de partida hay un tiempo histórico común. El adolescente de Garratt es un niño obligado a madurar tempranamente, golpeado por la dura realidad de la crisis económica de los 80, por la crisis social asociada, un niño que se hace hombre en medio de una adversidad extendida, una adversidad que es atmosférica como la dictadura, que es capaz de sacar de las personas lo peor de sí mismas. Cuando los lazos sanguíneos no bastan y se desampara a ése familiar al que lo sigue la desgracia. Hay un tono evidentemente de intimidad compartida. Allegados es una ventana emocional a la intimidad de tu memoria.
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Desde una aproximación más bien teórica o académica, Allegados está en la categoría de bildungsroman, novela de formación o de aprendizaje, entre cuyos representantes más ilustres están por ejemplo el Retrato del artista adolescente de Joyce o El guardián entre el centeno de Salinger. Hay un dolor terrible siempre en estos protagonistas adolescentes, entran en la adultez y ese trance, ese viaje iniciático, es indefectiblemente doloroso, tanto para el Esteban Dédalus de Joyce en la Irlanda acomodada, como para el marginal bonaerense Silvio Astier de Roberto Arlt en El juguete rabioso. La bildungsroman es ese tipo de novela, aborda o muestra en primera persona esa edad terrible, el momento de dejar de ser niños y comenzar a vislumbrar el adulto que llegarás a ser. ¿Cómo es, cómo vive ese «hacerse hombre» el adolescente allegado de Garratt? Es un evasor. Esto él mismo lo ha dicho. Es una novela sobre el deseo de ser invisible, de desaparecer. Esa es la emoción por la que se desplaza el protagonista Garratt adolescente. Hay una ironía feroz: este chico quiere desaparecer en un país y momento en que la gente de verdad sí desaparece, como los amigos del barrio de Charly García. Hoy pienso que estas características, así por sí solas, incluso echan luces sobre una psiquis colectiva generacional. Éramos niños que asumíamos con seriedad suprema la misión fundamental de no molestar. Había que sacar buenas notas y ojalá obtener una beca, colaborar con la economía hogareña. Callábamos, éramos responsables, silenciosos y muy obedientes, sabíamos que lo mejor era pasar desapercibidos, no perturbar a los adultos. Los adultos estaban en guerra, y era en serio.
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Es curioso cómo esta categoría de la teoría literaria, de la crítica, de la estilística, tiene su correspondencia, su equivalencia en el universo paralelo de la mercadotecnia y el márketing. Lo que quiero decir es que Allegados bien podría compartir vitrinas con muchas otras publicaciones que se exhiben bajo la ambigua categoría de la «Literatura Juvenil». Al respecto recordé otra bildungsroman: Manual para robar en el supermercado, de Daniel Hidalgo, que recibió premio del Consejo del Libro el 2016 como mejor obra publicada en la categoría de Literatura Juvenil. Los cercanos a su autor nos sentimos desconcertados cuando supimos del premio. ¿Así que era una novela juvenil? ¿Qué novela habíamos leído como adultos?
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¿Toda bildungsroman es «literatura juvenil»? Hay quienes dicen que el propio Don Quijote de la Mancha es una bildungsroman a pesar de que el protagonista no sea un adolescente, porque más allá de la edad, sí está claro que la de Cervantes es una novela de formación, de aprendizaje, es un viaje iniciático, etc. Pero en cambio, ¿cuáles son los márgenes desde el márketing para la «Literatura Juvenil»? Porque bajo dicho rótulo, hoy, en las vitrinas, se promueven sagas que van desde Harry Potter hasta Crepúsculo, sin mencionar un sinfín de novelas de infinidad de youtubers y autores que provienen de la blogósfera. ¿Qué operación se lleva a cabo cuando categorizamos como «juvenil» una obra?
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Allegados de acuerdo a lo que su autor ha declarado, fue escrita desde el corazón. Un móvil que se resume en lo que te atreves a decir cuando ya tienes más de cuarenta años y descendencia. Contar de dónde vienes. Quién eres. Desde ese punto de vista, la dimensión supuestamente autobiográfica del libro abre una ventana a una segunda dolorosa realidad. Si esta novela pone en primer plano las repercusiones íntimas y colectivas que puede tener para alguien el impedimento de cumplir con el sueño de la casa propia, las implicancias que tiene el hecho de no tener morada; también pone sobre la mesa y de la mano, el tema de la maternidad siendo soltera, cuando la paternidad es ejercida por la madre. El hecho de ser huacho en Chile. Un país hecho por mujeres solas. Mujeres a las que la familia da la espalda por quedar embarazadas de un padre también ausente. ¿Cuántas amigas no tengo de todas las edades, que han sido desheredadas por parir, y que han renegado de la sangre y el apellido, enfrentando al mundo con sus hijos e hijas a cuestas sin importar que no haya padre ni abuelos? La noción de familia chilena se podría reducir a esa palabra de una sola sílaba repetida. Mamá. Mujeres tan irreductibles como silenciosas. El personaje de la madre en la novela de Garratt es sencillamente conmovedor, digna de un monumento.
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La adolescencia como el momento en que se enloquece de amor. Parece imposible una novela protagonizada por adolescentes sin que haya la tensión del despertar hormonal. Aquí destaco la contención, el manejo de los recursos narrativos por parte del autor: cómo el protagonista, que está sumido en serios problemas existenciales, cede apenas lo justo y necesario para que afloren sus instintos libidinales. No se entrega al llanto nunca, ni cuando es humillado ni cuando es rechazado, ni cuando no le resulta o lo traicionan. Es torpe, le quedan grandes las alas de vampiro con que quiere volar. La tensión lo habita inconscientemente sin embargo. Y por eso sigue, acaso por puro instinto, en su estrategia de evasión.
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¿En qué consiste esa evasión? En escribir, crear un mundo paralelo de ficción, para no pescar la realidad. El artista adolescente sabe que ya no es niño y no puede seguir habitando el mundo oníricamente, ha despertado y descubre entonces que puede intentar construirlo con sus manos, escribirlo o dibujarlo, y se entrega a ello. Todo esto también es muy de bildungsroman. Que el protagonista de Allegados se revele además como autor de su propia narrativa vampiresca, sólo corrobora la cabal comprensión por parte de Garratt del modus operandi de la novela que ha escrito. Un relato dentro de otro, una mínima caja china. El cuento del vampiro Mihai, que el protagonista le va leyendo a su mamá, luego a su amor secreto, y finalmente a su amigo, es no sólo una metáfora perfecta sobre aquél que quiere desaparecer (pues no reflejarse en los espejos del vampiro, es una forma de desaparecer); también nos demuestra que Garratt no ha desdeñado los desafíos estructurales y por el contrario los domina a cabalidad.
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La muerte. Me llamó la atención finalmente, el par de escenas de tránsito, de la muerte andando en micro, con las ruedas de la locomoción colectiva amenazando el cotidiano más inocente. No hay escenas de muerte asociadas al telón de fondo de la dictadura. Pero hay escenas de muerte. El protagonista y su círculo inmediato tienen posiciones y se enfrentan, pero no son determinantes ni centrales. La complejidad de las relaciones hace que la asociación entre la dictadura y la muerte pase por otro cedazo, más sutil: el de un cotidiano despolitizado. El protagonista y su mamá tienen problemas con el tío que los hospeda, pero no son por sus diferencias políticas. Son por el dinero. Al final de cuentas, el tema es la pobreza. No tener plata para una casa propia, tener que soportar el maltrato, que eso mismo vaya afectando a todo tu circuito, no tener plata y estar contra el gobierno de turno. La muerte anda en la atmósfera.
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Yo viví como allegado en casa de mis tíos cuando era un adolescente. Tuve suerte porque mis tíos siguen siendo amorosos y no llegaron nunca las cosas a ser tan terribles ni desagradables, ni entre mis padres y tíos, ni entre mis primos y yo. Compartir casa y vivir hacinado es francamente terrible por si alguien tiene alguna duda al respecto. Una familia puede no resistir más que el papel higiénico. Si tienes suerte, no se rompe. Y esa sensación de fragilidad y dependencia se viene a instalar en ti, revelando otra anterior, como capas que se superponen en tu manera de ser. No tienes casa, esa es tu primera capa. Eres un desarraigado, propenso a irse siempre. Y luego, como andas siempre de paso, buscas no incomodar, pasar desapercibido, te conviertes entonces en esa suerte de vampiro. Te haces a la defensiva un poco. Una tercera capa, es que como resultado de lo anterior, te puedes volver exageradamente agradecido, casi reverencial con quienes te tienden una mano. Y si observas en tus padres ese gesto, te sublevarás a él. Te dará rabia. Serás, finalmente, un resentido. El protagonista de Allegados por suerte no llega a tanto. En fin. Creo que hay un mérito enorme en Garratt al manejar todo este material. Y se lo agradezco enormemente. Con sincero cariño.El Guillatún