He aquí dos libros de dos autores jóvenes que debutan exitosamente, dando cuenta de un interesante momento para la narrativa chilena, retratando desde distintos ángulos a este país que de país tiene cada vez menos.
Las escrituras tanto de Constanza como de Esteban tienen color y definición contemporánea. Si uno cede al fácil recurso de establecer comparaciones o de aventurar referentes, diría que Gutiérrez tiene que ver con Salinger o con Alberto Fuguet del mismo modo que Catalán tiene que ver con Carver o con Marcelo Lillo. Pero vayamos al grano antes de lanzar exagerados piropos condescendientes.
Los Incompetentes de Constanza Gutiérrez son jóvenes como ella, más chicos aún que ella. Muchachitos y muchachitas de clase social alta que aún no salen del colegio. Es el año de las movilizaciones estudiantiles, todos los establecimientos educacionales están en toma, es la revolución pingüina. Éste es un colegio privado pequeño, una casona, y es particularmente uno de esos malos, donde van a dar los alumnos rebeldes, flojos o tontos que repiten o que echan de otros colegios por razones de rendimiento académico o de conducta. Niños y niñas que se definen desde ese saberse rechazados o incompetentes, pero con plata. El retrato de esa juventud cínica e inconsciente es fuerte. Los pocos personajes que articulan la novela se dejan ver desnudos en esa mediocridad. Adolescentes que abandonados por sus padres y por la sociedad entera, se enfrentan a la revelación de que se harán cargo de sus existencias sin tener más recursos que el dinero. Son una suerte de zombies, muertos en vida, movidos por la inercia del día a día.
En los cuentos de Eslovenia, Catalán aborda un sector concreto y específico de Santiago de Chile, una comuna o dos, Maipú y Cerrillos, y a partir de ahí dibuja un perfil de jóvenes que también como él, padecen este milenio individualista, globalizado y estupidizante. Jóvenes arribistas, sin ninguna imagen de familia que valga la pena, sin expectativas de desarrollo propio como personas, refugiados en vicios onanistas o en las fatamorganas de la tecnología. Escenas abiertas, apenas esbozadas donde interactúan sujetos sin sociedad, ahistóricos, a quienes la carencia de familia/sociedad les hace soñar con un día salir e irse lejos, a otro lado, por ejemplo a Eslovenia. Y por supuesto, qué importa saber siquiera dónde queda Eslovenia, cuál es su historia. No, nada. Sujetos que podrían perfectamente de hecho vivir en Eslovenia y estar sintiendo, pensando, diciendo esto mismo. Sujetos que uno ha visto ya por las calles ya de todo el mundo. Esos zombies superficiales. Adolescentes y veinteañeros sin brillo en la mirada, que se reproducen irresponsablemente como sus padres se reprodujeron, movidos por la inercia de una cerveza y ya bueno, que sean dos.
Desde lo que se supone son dos distintos segmentos sociales, uno más rico y el otro más pobre, lo que enfrentamos en estos dos libros son escenas e imágenes que posibilitan un retrato de este país en el que supuestamente somos todos de clase media. Un país aspiracional y patético, sin sabor pero con saborizantes, donde la muerte ya no es trauma y es posible vivirla sin escándalo en el cotidiano.
Puede que yo sea un dinosaurio, pero yo a esto no le llamo país. No le puedo llamar país. Es a lo mucho, no sé, un supermercado, algo así. Uno siente que estos libros hablan de este nuevo «país», el que hemos forjado bajo la promesa de estar en vías de desarrollo, un lugar donde los incompetentes se pueden mandar tremendas cagadas, perdón por la expresión, y salir indemnes, con la mirada perdida y un dudoso motivo para reflexionar el fin de semana. Un lugar que en el fondo da lo mismo si se llama Chile o Eslovenia.El Guillatún