Los dos libros que justifican estas páginas vienen a situarse en lo que se conoce como literatura marginal. En Chile este tipo de literatura tiene un amplio frente, es una verdadera tradición, una corriente de la que forman parte grandes genios como Manuel Rojas o Nicomedes Guzmán, y que luce a tipos notables aunque desconocidos como Luis Cornejo o Alfredo Gómez Morel. Gente que asumió la creación literaria como una responsabilidad de «hablar por los sin voz».
Sin embargo, no debe pensarse que este tipo de literatura se agota formalmente en ciertos realismos de bajo fondo, en los crudos testimonios que siguen la senda de «El Vaso de leche» manuelrojiano. Pienso en Carlos Droguett por ejemplo, con esa escritura densa y de largo aliento, introspectiva, proustiana, y que nos habla magistralmente de la pobreza como delito y como deformidad en Eloy y en Patas de perro. O Pedro Lemebel, retratando en su barroco sudaca la miseria del gueto homosexual, del marica proletario de la pobla. Está Juan Radrigán y la verdadera legión de parias y miserables que caminan poéticamente la patria de toda su obra dramatúrgica. Y están, entrados en el segundo decenio del nuevo milenio, algunos autores inmerecidamente poco conocidos que han pulsado esa misma cuerda buscando sacarle nuevos sonidos, como Francisco Miranda (Perros agónicos, Salvatierra) o Cristian Geisse (Ricardo Nixon School). Me quedo corto en el listado y pido disculpas por las omisiones, pero lo cierto es que Felipe Reyes y Juan Carreño se suman a él.
He tenido que entrar así, pensando en voz alta cuáles son las familiaridades que resuenan en estos libros, porque yendo al grano, me resultó inevitable pensar, al leer Corte de Felipe Reyes, evocar el ya mencionado Eloy de Droguett, por ejemplo. El libro narra el duelo entre dos delincuentes a cuchillo abierto, y mientras se suceden los embates y estocadas, vamos entrando en las biografías de ambos contendores. No es posible decir mucho más porque se corre el riesgo de contar el final. Es una novela breve, intensa, escrita con la pulcritud y sobriedad que ya Felipe Reyes ha demostrado en sus libros anteriores (Nascimento, el editor de los chilenos y Migrante). Pero lo significativo y evidente es que, en el fondo, estamos ante una propuesta que trasciende el mero gesto fotográfico de mostrar o exhibir el comportamiento, origen y ética del lumpen. Lo que se nos propone es una realidad, la historia nacional en definitiva, lo que la dictadura significa y significó en carne y hueso. Corte puede leerse en ese sentido como la cuita de nuestra actual sociedad, individualista, discriminadora y criminal. La vergüenza de haber llegado al «pitéate un flaite».
Esta novela sitúa a Felipe Reyes en una posición que se podría parecer a la del periodista o el sociólogo, el comentarista que reflexiona y plantea, ante el flagelo de la delincuencia, nuestra responsabilidad como sociedad. Una reflexión que más de alguien hallará manida, sin peso, porque los propios medios de comunicación son alimentadores de los estereotipos, artífices de la criminalización, cómplices de la banalización del mal y de la perpetuación del statu quo, etc. A pesar de ello, creo que la posición de Reyes sigue siendo más que válida, valiosa. Quiero decir, una novela como Corte, en un contexto como el actual, es muy probable que sea leída como mucha de la literatura que se produce sobre la marginalidad y la pobreza, desde la taxonomía, desde el nicho académico. Yo mismo he contribuido ahora a eso, al comenzar a referirme a ella desde sus familiaridades o posibles relaciones con una tradición específica. Es una novela «canónica» en ese sentido, que se inscribe muy claramente en el rayado de cancha que supone la «literatura marginal». Pero hago esta caracterización o este gesto de entomólogo porque para pasar al siguiente libro, permite nítido el contrapunto.
Y es que esta reflexión es precisamente lo que mueve en última instancia a Juan Carreño. Porque Budnik se instala en esa meta-referencia, en esa línea de trabajo que no es directamente sobre la pobreza, sino más bien sobre los discursos que hay en torno a la pobreza, sobre cómo se construye un canon de la pobreza. Y por supuesto, en una propuesta de ese tipo, los dardos apuntan al carácter burgués que puede esconderse en el ejercicio del artista, del escritor.
Budnik comienza en la voz de un niño que vive en un tubo de cemento de marca Budnik, abandonado a su suerte en el margen altamente lumpenizado de La Pintana y Puente Alto. Entendemos además que al niño lo están entrevistando, lo graban, lo siguen, alguien está haciendo un film con él. Entonces se nos presentan algunos dibujos atribuidos a ese narrador infante, en lo que constituye un artilugio a la postre gratuito, puesto que cuando pensábamos que la novela se iba a tratar de esa biografía, Carreño rompe el esquema, mete otras voces narradoras y oscurece el relato. Sus marginales se vuelven curiosamente eruditos y poéticos. Nos vamos dando cuenta de que en realidad la novela se trata del Frente ContraCine, una iniciativa de carácter artístico y subversivo, delirante y futurista, que hace evocar a Los siete locos y Los lanzallamas del argentino Roberto Arlt. El delirio y la encriptación se van apoderando de la novela. Los integrantes del Frente ContraCine hablan utilizando la nomenclatura peculiar de todo movimiento proscrito o clandestino, entramos a una atmósfera de reunión secreta. Los barrios o poblaciones son llamadas Interzonas, donde operan las Fuentes de Poder muni-cristianas, juntas de vecinos cooptadas por seguidoras de Felipe Camiroaga. La pandilla de adultos, jóvenes y niños que conforman el Frente ContraCine, se dota de orgánicas y de estrategias. Organizan intervenciones, hacen circular información en clave, y extienden su red de acción micro-guerrillera. Dictan talleres sobre aborto seguro, promueven la evasión en el transporte público, usan bicicletas y roban en supermercados. Deben combatir no sólo al sistema (desde el amor y por amor, hacer volar el Costanera Center), sino que deben protegerse de todos los fascistas y burgueses que hacen charqui y turismo con la pobreza, deben identificar y combatir a los artistas infiltrados que creen que luchan por cambiar el injusto modelo social cuando no hacen más que ser operarios del asistencialismo público y privado. No sirven las niñas que proviniendo de la misma Interzona La Pintana, estudian teatro en una universidad privada para finalmente trabajar como meseras. Esas niñas están muertas.
Nuevamente quiero evitar contar el final, pero es necesario decir algo más para que se entienda por dónde va la novela. Porque Carreño construye ese mundo, ese contexto, valiéndose de un referente de la realidad que conoce bien. Me refiero a la Escuela Popular de Cine de La Pintana, y su evento principal, el FECISO, Festival de Cine Social y Antisocial. Una iniciativa autogestionada y de espíritu claramente libertario que existe desde hace casi 10 años, y de la que Carreño forma parte. Budnik es, en definitiva, una novela sobre esa experiencia. Sobre sus discusiones internas, sobre sus definiciones ideológicas, éticas y estéticas, sobre sus búsquedas políticas.
Dicho esto y volviendo entonces al inicio de estas notas, creo que hay, nítidamente, una propuesta sobre la marginalidad, que en el caso de Carreño busca problematizar justamente los discursos sobre ésta. Y es interesante en ese sentido, anotar que sus libros anteriores, han sido siempre distinguidos y abordados desde ahí, porque Carreño tiene 2 libros de poesía (Compro fierro y Bomba bencina) además de un libro de crónicas (Ir a la trinchera) donde ha lucido una singular voz propia, auténticamente marginal como pocas. Al calor de esa búsqueda es que hoy por hoy nadie que lo haya leído diría que Carreño «habla por los sin voz», sino que es uno de ellos. Por eso es que Budnik siendo su primera novela, realiza ese giro: Carreño intenta como un gato de espaldas no seguir siendo uno de los «sin voz», antes que eso le preocupa denunciar a todos los que lo intentan.
Puestas así, Corte de Felipe Reyes puede parecer incluso un friso naturalista al lado del Budnik casi futurista o experimental de Juan Carreño, pero en lo personal, me parece más honesto y menos ambicioso. En cualquier caso, lector, recomiendo sin lugar a dudas la adquisición de cualquiera de ambos libros, apuestas sumamente interesantes de sellos independientes como lo son La Calabaza del Diablo y Cinosargo. Es claro que no podrás encontrar fácilmente estos títulos en las librerías de malls o supermercados, así como es claro que cuando las adquieras te sorprenderá su bajo precio. Pero accederás a un par de novelas que extienden el horizonte y la búsqueda de lo que entendemos por literatura marginal en este Chile de usureros y AFPs que heredamos de la dictadura. Como para preguntarse qué es, qué significa ser pobre hoy en Chile.El Guillatún