Queridos lectores,
Bienvenidos a esta nueva división temporal arbitrariamente definida por el Papa Gregorio XIII. Como lo habrán notado, El Guillatún se hizo discreto durante estas dos últimas semanas y en su breve retiro, pasó por varias mutaciones. Ojalá les guste la nueva cara de su plataforma digital.
Dedicamos las primeras palabras del año a los caricaturistas, periodistas provocadores, humoristas y bufones del rey sin los cuales nos veríamos privados cruelmente de oxígeno. Y entre ellos, queremos rendir un homenaje especial a toda la redacción del diario satírico francés Charlie Hebdo como también a todos los que defendieron el derecho del diario a expresarse libremente.
Aunque un océano y una cordillera nos separan de la sede de Charlie Hebdo, los pensadores, artistas y periodistas chilenos saben muy bien lo que significa vivir en la sombra del terrorismo. En efecto, que los autores del terror sean una dictadura, grupos extremistas o individuos aislados, se trata siempre de la misma tragedia sórdida. Se trata siempre del mismo deseo morboso de un puñado de locos de aprovecharse de los contextos de tensiones para desencadenar su barbarie. Y si al bárbaro le gusta disfrazarse de ideólogo, creyente, buen patriota o militante político, es para darse la ilusión de que actúa por una causa más grande que la de su propio egocentrismo destructor. El bárbaro es aquel que pone sus creencias por encima de la vida de los hombres. Es aquella conciencia tan frágil, que piensa que la diferencia del otro la amenaza y que el humor la puede aniquilar. Es aquella persona que no logrará vivir en este mundo sin antes haberlo transformado en un gran espejo.
La libertad de expresión y la libertad de humor pueden molestar, desacralizar u ofender. Sin embargo son fundamentales. Nadie, al momento de escribir un artículo, dibujar una caricatura o hablar en la radio debería temer por su vida. Nadie tendría que ser un héroe para poder decir lo que piensa. Los humoristas son sacudidores de conciencias, son balizas que no dejan de recordarnos que el otro no es y nunca deberá ser un mero espejo de uno mismo. Los humoristas nos entrenan a deshacernos de nuestros instintos bárbaros. Nos enseñan que es el encuentro con el otro el que nos hace humano. Es por eso que debemos defenderlos, estemos de acuerdo o no con sus palabras.
Hoy día, somos Charlie. Somos sus periodistas fallecidos Charb, Cabu, Wolinski, Tignous y todos los otros. Y somos también los palestinos Naji al-Ali y Muhammad Saba’aneh, el sirio Ali Ferzat, la venezolana Raima, los tunecinos Jabeur Mejri y Ghazi Béjo, el colombiano Jaime Garzón, el somalí Abdi Jeylani Malaq Marshale y todos aquellos hombres y mujeres que, en todo el mundo, prefieren poner su vida en peligro que renunciar a su libertad de expresión y a su sentido del humor.
¡Hasta la vista!El Guillatún