Un cómico francés, Pierre Desproges, quien fue denunciado por las comunidades más conservadoras de su país por sus bromas sobre la Santa Iglesia, solía decir que se puede reír de todo, pero no con todo el mundo. En efecto, ya sabemos que la Historia se escribe gracias a la falta de humor y la escasa imaginación de grandes hombres cuyos nombres aparecen en el diccionario. Pero igual, hay que agradecer a todos los miembros de comités de censura y activos quemadores de libros y discos, porque sin ellos, no sería tan rico sentir el viento de la libertad.
Entonces, es importante reconocer la gran contribución del PMRC a la música rock de los 80. El comité PMRC (Parents Music Resource Center) fue creado a la iniciativa de esposas de diputados estadounidenses para vigilar los contenidos del rock, acusándolo de alentar el consumo de drogas, la violencia, el suicidio, la veneración a Satán y una sexualidad poco conformista. De hecho, debemos al PMRC la famosa playlist de las «15 asquerosas», desde AC/DC («Let me put my love into you») hasta Judas Priest («Eat me alive»), pasando por la socia del diablo Cindy Lauper y su canción «She Bop».
También se agradece a todos los cazadores de brujas por haber gastado tanta energía en escuchar al revés las grabaciones de los temones del rock: así, si uno se concentra muy fuerte, puede alcanzar a oír I am Satan en «Break on through to the other side» de The Doors, o aún peor: Do it now en la canción escuchada al revés «Better by you, better than me» de la banda Judas Priest. Tal amoral orden valió a la banda ser juzgada en una corte estadounidense por su involucramiento indirecto en un trágico caso de suicidio. Ahora bien, lo que no sabríamos decir con seguridad es si un censurador es una persona incapaz de interpretar una imagen o un texto, o al contrario, una persona tan perspicaz que ha desarrollado un sexto sentido que le permite ver la degeneración de la raza detrás de la letra. En todo caso, se puede decir que el censurador es una suerte de musa cuyos límites nerviosos el rockero pone a prueba a cada paso por el escenario.
El censurador es una inspiración. Es el límite rígido y paranoico que nos da ganas de provocar, de explorar lo prohibido, de jugar con los dobles sentidos y de dar todo su sentido al humor. Es también el acto arbitrario y absurdo que nos recuerda que lo obsceno está, como la palabra lo indica, fuera del escenario y que el drama es cuando el hombre ya no es capaz de distinguir la ficción de la realidad. Esto nos recuerda una escena de la película The Boat That Rocked que cuenta las aventuras de una radio pirata de rock ubicada en un barco anclado en medio del mar del Norte en los años 60. El presentador llamado «El Conde» contesta a un desafío lanzado por un auditor: decir la palabra de cuatro letras empezando por una F y prohibida por la censura en aquella época. Antes del crimen, pronuncia un discurso que, a pesar de ser un poco cursi, tiene su fondo de verdad: «Mi propósito no es chocar sino divertir, y quizás también educar un poco. Porque si uno le dispara a alguien, muere, si uno tira una bomba, mucha gente muere, si uno golpea a una mujer, el amor muere. Pero si uno dice aquella famosa palabra, constatará que no ocurre nada».
Eludir las normas, blasfemar, leer los libros prohibidos, ignorar el cartel «prohibido el acceso»… tantos desafíos exaltantes que no serían posibles sin todos aquellos que sacrificaron su libertad para ser los guardias del buen orden moral. Un gran saludo a ellos.El Guillatún