Jaime Lorca es un artista consagrado. Sus montajes han recorrido todo el mundo, dejando sólo buenas críticas tras de sí. En Chile, ha sido acreedor dos veces del Premio Altazor de las Artes Nacionales (2000 y 2004). Si bien en esta entrevista, Lorca nos asegura que los galardones «siempre están demás» y «siempre distorsionan», su trabajo es aplaudido por profesionales y por espectadores, a lo largo y ancho del país. Actualmente, se encuentra dedicado al teatro de marionetas, del cual disfruta porque «todo se puede hacer con muñecos».
Lorca estudió teatro en la Universidad Católica de Chile y fue el cofundador de la ya disuelta compañía La Troppa, la cual se reconoce por los cautivadores montajes de obras como Gemelos, Rap del Quijote, Pinocchio y Lobo. Hoy en día, este artista trabaja como director de la compañía Viajeinmóvil, iniciativa dedicada al teatro de títeres que se desarrolla en el Anfiteatro Museo Nacional de Bellas Artes, donde se ha presentado con los montajes Gulliver y La Polar.
«LO PRIMERO ES ENTRETENER»
—Fuiste uno de los fundadores de la reconocida compañía de teatro La Troppa, y, desde el 2005, uno de los creadores del colectivo Viajeinmóvil. ¿Qué es para ti hacer teatro? ¿Cuál es tu motivación principal como artista cada vez que montas una obra?
—Parece tonto pero es verdad: entretener. Eso es lo primero, como cuando uno era chico y tenía que hacer la gracia delante de los parientes y entretenerlos. Después vienen las razones profundas que sustentan el trabajo, pero, para ser sincero y simple: entretener.
—¿Qué significó para tu carrera el ser galardonado dos veces con el Premio Altazor de las Artes? ¿Y qué significó para ti, personalmente?
—No, los premios no se merecen nunca. Los jurados los otorgan, pero son siempre inmerecidos y excesivos, y distorsionan. Están de más. Creo que los premios tienen más que ver con estrategias de producción, de posicionar ciertas cosas. Espontáneos no son los premios.
—Pensando en la conformación de La Troppa, ¿fue «complicado» hacer teatro en los 80 en Chile?
—Al contrario, nada de complicado. Era un lujo al que sólo accedíamos algunos. Era casi lo único que se podía hacer sin miedo y con lo que lograbas tener contacto con otros chilenos y, por lo menos, en el corto tiempo que duraba la función, todos estabamos en un mundo aparte y libre.
—¿Qué te gusta más: actuar, escribir o dirigir? ¿Por qué?
—Me gusta todo. El teatro es un arte —o una artesanía— muy completa, y hay que conocer y saber de todo: de iluminación, de diseño, música, maquillaje, danza…
—¿Cómo te inspiras?
—Mirando a la gente. Me gusta pasear por el centro, escuchar conversaciones. Espiar. Seguir discretamente a una pareja. Los actores siempre andamos buscando un gesto, una frase. Por ejemplo, para La Polar encontré en Internet el audio de la última reunión del directorio y lo que más me atrajo, fue que podía espiar libremente: retroceder, repetir, imaginar las actitudes de las personas. El arte nuestro tiene que ver con imitar y la observación es la actitud que permite la inspiración.
LA LLEGADA DE LOS MUÑECOS: DE LA UTILIDAD AL AMOR
—¿Cómo comenzó tu interés por el teatro de muñecos?
—Porque faltaba un actor para una escena. Eso fue el año 1988 y era la segunda obra de La Troppa. Allí hicimos (la hizo Coni, mi mujer) una máscara en espuma de un marino español que atacaba a una india y era colgado por eso. Al principio fue la utilidad y luego apareció el amor por los objetos.
—¿Cómo surge la idea de crear un espacio de Bellas Artes con el colectivo Viajeinmóvil? ¿Cómo ha funcionado, según tu opinión?
—La idea surge luego de la primera «Rebelión de los Muñecos», el año 2009. Ahí noté que había interés por nuestra especialidad. También vi que es una técnica que cruza las edades. Es decir, un poco como Toy Story, todos hemos animado marionetas. La cualidad humana de animar objetos es algo misterioso que… que, no sé más pero por ahí va.
—¿Cómo toma el público adulto el teatro de muñecos? ¿Es difícil trabajar en este formato o, quizás, por el contrario, resulta más atractivo?
—Al contario, todo se puede hacer con marionetas y, a veces, es mejor que sea con ellas. Imagina la penúltima escena de Othelo, el estrangulamiento de Desdemona. Allí, lo que Shakespeare propone es una muerte por estrangulamiento en tiempo real. Eso es muy difícil de hacer con actores, puede parecer ridículo o exagerado, o sea, falso. Con un muñeco el asunto se simplifica. Todos sabemos que es un objeto. Que no está vivo, pero hicimos un pacto al comenzar la obra «de acuerdo, no veremos los hilos». El teatro de muñecos tiene las reglas muy claras y nunca intentará hacer creer que lo que pasa sobre el escenario es verdad, y por eso mismo: porque la mentira es evidente, hace caer en el juego más fácilmente.
LA POLAR Y OTELO: LO QUE ESTÁ Y LO QUE VIENE
—Cuéntanos sobre la obra La Polar. ¿Cómo fue el proceso creativo de ésta y cómo crees que fue recibida por el público? ¿Es muy difícil realizar obras relacionadas a la «realidad» y contingencia en un montaje con marionetas?
—Bueno, una colega me dijo que le parecía muy valiente, porque era una obra que va contra el stablishment (que son nuestros potenciales auspiciadores)… Eso es cierto, por el lado que son efectívamente potenciales auspiciadores; y es falso, porque nunca han pasado del estado de potenciales (…) A mí me gusta mucho la obra y lo que pasa con el público: comprenden, durante la primera parte del montaje, cómo funciona el mercado y cómo el retail se afila a sus clientes. Ése era un objetivo mío, enseñar «con peras y manzanas» la manera en que podemos quedar cazados a lo Kafka en un sistema de deuda permanente. En la segunda parte de la obra, se hace una especie de juicio popular que busca provocar la catarsis que el Estado no provee. Porque, lamentablemente, el sentido común opina que hay personas que son distintas ante la ley, y eso provoca una frustración enorme, entonces, nos valemos del teatro para bajar la presión de la olla.
—¿Cuáles son tus proyectos a futuro?
—Otelo, hecho por una actriz un actor y marionetas.
—Por último, ¿quieres decir algo, dar un saludo o mensaje a nuestros lectores?
—Vayan al teatro; en las salas, en la calle, en el colegio; vayan al teatro y lleven a los hijos, al amigo, a la mamá. Vayan al teatro. Vuelvan a los teatros, llenen las salas. Y aplaudan.El Guillatún