La segunda mitad de las SMF emprenden viaje hacia otros destinos. Si la primera mitad se caracterizó por un intenso recorrido a través de compositores más conocidos, música más transitada, ahora el programa se desvía por caminos más angostos hacia los pueblos olvidados. El domingo a mediodía se presentaron los violinistas Florian Deuter y Mónica Waisman (Alemania), creadores del grupo Harmonie Universelle, conjunto que interpreta música antigua. Un concierto precioso en el que se revivió música de la Contrarreforma como la de Orlando di Lasso o de compositores del barroco tardío como Georg Philipp Telemann y Jean-Marie Leclair. El ejercicio de hacer música antigua no sólo se remite al hecho de reproducir las melodías escritas o sólo lo evidente en la partitura. Su objetivo es acercarse lo más posible a los elementos físicos y espirituales de la práctica instrumental de antaño. En el concierto nos hemos encontrado con violines que suenan distinto a los que se usan hoy en las orquestas sinfónicas. El violín barroco es menos punzante y potente, pero más reverberante, como si estuviera en un salón. Por lo demás, su estructura es diferente y la técnica interpretativa se adapta a la naturaleza de esa estructura. Eso afecta la forma en que el intérprete se dispone a tocar, lo que llama de inmediato la atención. El público se sintió complacido por la fresca muestra musical y que con un cálido aplauso obligó al dúo a volver para cerrar con un encore de Leclair.
En los conciertos vespertino y nocturno, se dio otra ocasión de presentaciones juveniles. La Orquesta Andina de la Universidad Católica de Valparaíso, dirigida por el compositor Félix Cárdenas, dio un concierto llamado «Paisajes sonoros». Con este título, la orquesta trato de describir un escenario de las venas latinoamericanas, sorprendiendo desde un inicio con un desfile desde el público semejante a un pasacalle andino. La presentación fue enérgica y entretenida, a veces algo brutal, despertando un ánimo especial en el teatro. Muy aplaudidos fueron los arreglos de Charagua de Víctor Jara y La jardinera de Violeta Parra, reiterando la trascendencia de esta música en la consciencia de la identidad nacional, pero probando también la inestabilidad de esa identidad: se han convertido en piezas de museo, ya no están afuera.
A la Orquesta Andina le siguió el Ensamble de Estudiantes de Percusión IMUC. El relato del programa fue muy bueno, entendiendo muy bien la conjunción de piezas entradoras y en algún sentido «populares» con otras más reflexivas. El fiato del conjunto es buenísimo, es notorio el trabajo que hay detrás de la presentación. Al momento de tocar se tiene mucho respeto por el sonido general y por las relaciones horizontales y verticales entre instrumentos al interior de cada pieza. El punto álgido de su presentación fue la pieza Uneven Souls del compositor Nebojsa Jovan Zivkovic, que tuvo de solista a Felipe Leiva en la marimba, apoyado por otros tres integrantes en las demás percusiones. Después de esta pieza, se interpretó la Danza de las hormigas del chileno Christian Hirth para bajar de forma liviana de las densidades de Zivkovic. Toda la presentación dio cuenta, además, de una preocupación por el aspecto visual. Hay consciencia de la performance, eso porque la ejecución de los instrumentos se los permite. La gestualidad es mucho más evidente y requiere equitativamente más recursos corporales que en otros instrumentos. Parecía a ratos un baile. Por todo esto es que se vuelve atractiva la invitación que logra el ensamble y la composición del día entero: para enriquecer la experiencia musical hay que estar sobre las categorías.El Guillatún
Ensamble de Estudiantes de Percusión IMUC. Crédito foto: Osvaldo Guerrero