La música de Javier Barría se asimila a una relación amorosa poco convencional, construida en los márgenes, que camina con paciencia los tiempos modernos colmados de ruidos y conexiones presumidas, acumulando a su manera, calidad, fondo, forma y amor. La música de Barría, más que un ejército de discos acumulados en años, son una victoria de canciones que han creado un mundo mejor en la escena musical y personal, de quienes lo hemos oído.
Barría ingresa al escenario y nunca más se va. Su columna y horizonte, su distancia histérica con el micrófono, su rostro dramático e intenso, irrumpen la noche del jueves en el anfiteatro del Museo Nacional de Bellas Artes, para presentar el álbum Llorar en la Calle (2012). Siete Puertas, la novena canción del disco, ofrece una estridente e intensa bienvenida que da evidentes señales de la calidad musical de Iván González (guitarra eléctrica), Guillermo Eisner (teclados), Rodrigo Muñoz (bajo), Mauricio López (batería) y de la penetrante, dolorosa y sobrecogedora voz que ha madurado Barría.
Su repertorio en el anfiteatro transita en un zig zag emocional que el mismo Javier va complementando con las historias que le hacen sombra a las letras y melodías, permitiéndonos digerir y construir momentos. Dos cigarrillos recordó a Desayuno Eléctrico (2005) y Ciego, Nudo y Desenlace a Ciudadano B (2007). Se asomó el disco El Ciclista (2006) con la hermosa y triste Otra piel, situando la gloria entre las manos de quienes no pueden evitar tocarse cuando una canción verbaliza un incendio.
Junto con la fortuna recibida al escuchar la voz de Barría, vino otra dicha. Dos intérpretes nacionales que lo acompañaron: Mariano Hernández de Portugal y la asombrosa Natisú. Venditas de Javier y En este año de Portugal, fueron interpretadas a dos guitarras, que desde la resonancia, más de alguno, divisó la intensidad juvenil de un Spinetta y un Charly. Luego, Acantilado de Barría y Canción sencilla de Natisú, concentraron la piel, las miradas y el oído, en tal vez los momentos más épicos en atmósfera musical y humana, cuando el porqué de la música cobra un sentido existencial. Incluso religioso, incluso político y definitivamente revelador.
Historia de terror junto a La misma madera, alzaron la voz de quienes estuvimos casi dos horas escuchando con atención lo que Javier nos tenía que contar. Fue recíproco, él nos cantó, nosotros le cantamos. Mi corazón, su casa del EP Abandonos (2008) puso jazz, funk y bossa en el meneo de las cabezas que coreaban un clásico. No te sientes en el suelo, el single inicial del disco Llorar en la calle (2012) cerró la noche.
«Cuanto duele hacer canciones» canta Barría en Arriba Luna. Gracias por ese dolor. Dolor que denota trabajo, conexión y coherencia en un intérprete joven que construye con sabiduría canciones que suponen lo que exactamente somos: vida, dolor, torpeza y amor. Una relación que había estado pendiente, pero que esa noche, con 22 canciones, se consolidó.El Guillatún