«Somos nosotros su jadeado pecho,
su palidez exangüe, el loco grito
tirado hacia el poniente y el levante
la roja calentura de sus venas,
el olvido del Dios de sus infancias.»
—Gabriela Mistral, La bailarina
Desde el cuerpo del espectador me propongo experimentar mediante la palabra, el desarrollo de algunos párrafos que permitan a usted, el lector, acercarse al recuerdo que he construido después de presenciar La bailarina, o las voces se entrecruzan y dialogan, obra de Cía. Pe Mellado. Quizás sea esto una forma de invitarlo a la experiencia, a la obra, o simplemente de presentar este texto a modo de registro, el que a través de las palabras, pueda evocar en usted, al menos una imagen o una sensación originada a partir de La bailarina.
Entro a este espacio (la sala), busco un sitio que presumo me permitirá ver de mejor manera la obra. Me siento y espero… La luz y la sonoridad inician, aparecen y la primera imagen que veo es la de una bailarina, desarmando el movimiento, articulando su cuerpo, quebrando, diciendo y a ratos silenciando.
En la escena ocho cuerpos; cinco mujeres, tres hombres. Ocho observadores y ocho observados, quienes mediante la alternancia serían objeto de miradas y contactos, mostrando el cruce de palabras que se reiteraban y otras frases que aparentemente —en mi recuerdo— contaban algo, siendo extractos de la encarnación en la corporalidad y en la construcción sonora de los versos de Mistral, estableciendo una relación directa e indirecta con los cuerpos que se iban presentando, cruzando dimensiones y movilizando —a momentos— en un déjà vu.
Como visitante (espectadora) de la obra, me sentí invitada a la mirada oyente y paciente que a momentos los intérpretes hacían visible, mostrándome que éramos cómplices de ese mirar, de esa presencia, de la palabra y el diálogo, de ese deseo.
Una mujer indicaba partes del cuerpo señalando su hacer, plasmando encuentro y desencuentro con un otro, hablando, tocando, apareciendo y desapareciendo, relacionándose en un rincón construido por el deseo de estar cerca, o al menos por el deseo de movilizarse en y con el otro.
Las imágenes, las distintas sonoridades y las voces, a lo largo de la obra se comunicaban por separado y todas a la vez, creando espacios y micro espacios (plataformas) dentro de la escena. Se construían situaciones y relaciones en torno a las cercanías físicas y/o en relación a la sonoridad que conjugaba un algo presente.
Los sentidos y la posterior selección de imágenes en mi memoria, me decían que al parecer, el movimiento presente era semejante a la construcción de muchas frases y oraciones, con respiros, pausas y acentos. Con cambios de parecer, algunas conversaciones ensimismadas, encuentros más íntimos y otros alborotados, más llamativos y visibles, unos motores de otros, movilizando la inquietud del espectador, curioseando, escuchando y relacionando el hacer.
«El movimiento […] resalta como fundamental el motor, a partir del cual se produce el movimiento. Cualquiera que sea el motor —dice Aristóteles— siempre aportará una forma, sustancia particular, cualidad o cantidad que será el principio y causa. Cuando el motor mueva, hace del hombre en potencia, un hombre.
Desde la física aristotélica podríamos decir que; todo lo que se mueve es movido por algo…»
—Eliana Matoso, El cuerpo in-cierto
Ese algo en La bailarina parece ser un deseo de mover la palabra de Gabriela, o al cuerpo mediante ésta. Un circuito de sucesos e imágenes que tocan y cambian el espacio, buscando con inquietud entre los rincones de la realidad física, como lo son los ocho cuerpos y los ocho micro espacios en donde ocurría la obra.
Sería imposible no mencionar otros espacios construidos, o que al menos aparecían como resultado del deseo que mostraban los cuerpos de chaqueta y falda por movilizarse recorriendo distintos lugares, por el deseo de alcanzar a otro, de encontrase o mirar. Los tránsitos ocurridos bajo las plataformas, transformaban la oscuridad y los no-espacios en pasillos, en esperas, en sitios aptos para observar, en escondites y por último en espacios que contenían el todo, donde ese algo emergía con fuerza en los diálogos entre los cuerpos, tal cual acción-reacción.
«La contemporaneidad ha logrado un ser humano que está en permanente zapping a máxima velocidad, pero distanciado de su cuerpo y de su alma. Desapropiado de sí mismo. Es la paradoja del vértigo del mayor movimiento sin que se “mueva” nada. Desmovilizando y desmovilizante.
Es preciso no olvidar que el movimiento se significa en el deseo […] El deseo puesto en movimiento es revoltijo de vísceras y sangre, lamidas de calores y colores, sacudones y vibraciones de alma y cuerpo, a veces a cachetadas, otras a caricias templadas.»
—Eliana Matoso, El cuerpo in-cierto
La obra evoca algo muy preciado, sobre todo en estos tiempos, donde la pausa no es un don. Aun cuando los cuerpos puedan desplazarse rápidamente, con grandilocuencia, aparece la dimensión de la quietud, del silencio, de la espera… Recordando que en esa contemplación del otro o con el otro, el espectador se suma cómplice de este acto, relativizando aún más el tiempo, volviéndolo muchas veces irreal, haciéndonos parte de lo que sucede en ese espacio escénico, y por qué no, involucrándonos en ese deseo.
Los complejos relatos corporales que aparecen en la obra están interpretados por Camila Jiménez, Beatriz Zeiss, Gonzalo Venegas, Marcela Retamales, Jorge Carreño, Macarena Pastor, Esteban Cerda y Vannia Villagrán.
La bailarina, o las voces se entrecruzan y dialogan se está presentando en el GAM, de jueves a sábado a las 21:00 horas y los domingos a las 20:00 horas.El Guillatún
Dirección: Paulina Mellado
Asistente de dirección: Andrea Torrejón
Composición musical: José Miguel Miranda
Artista Visual: Richard Solís
Escenografía e iluminación: José Antonio Palma
Fotografía: Marcela Mondaca
Producción: Mariángela Ortiz.